EL PAíS › OPINION
Los jueces ya no hablan, solamente, por sus sentencias. Razones y sinrazones de declaraciones de los Supremos. Una sentencia digna de Victor Hugo. Valenzuela, algo más que un vocero empresario. El extraño caso del vice Jekyll y Mr. Hyde. El horizonte oficialista para el 2010. Y señales de derecha que conturban.
› Por Mario Wainfeld
En el pasado los jueces se ufanaban de hablar sólo a través de sus sentencias. En el siglo XXI ya no es así, al menos por dos motivos. El primero es que parlan asiduamente, se explayan en encuentros públicos y en declaraciones periodísticas. Algunos avanzados, como Norberto Oyarbide, dan conferencias de prensa de parado donde anticipan medidas en la etapa de secreto sumarial.
El segundo es que los magistrados, a menudo, ejercen su poder y producen consecuencias significativas sin necesidad de dictar sentencias. Por ejemplo, prodigan prisiones preventivas que terminan en encierros más largos y crueles que las condenas. O se valen del amparo o de la medida cautelar para incidir en cuestiones relevantes, a solo pedido de una parte. Las medidas de no innovar o las prisiones preventivas son, conceptualmente, excepcionales: demasiados magistrados las conceden con desaprensión, desnaturalizándolas.
Ese exceso es cuestionable; en cambio, haber roto el silencio atávico es una virtud. En buena hora, los integrantes del Poder Judicial se implican en el debate público sin esconderse en la oscuridad de los Tribunales o en el vocabulario esotérico de los expedientes. Los actuales integrantes de la Corte Suprema dedican buen tiempo a ese sano hábito. A veces sus palabras son atinadas, a veces no. En esta semana, sin ir más lejos, Carlos Fayt y Carmen Argibay tuvieron razón cuando criticaron a Aníbal Fernández por desoír una orden judicial, referida al conflicto en el Sindicato de Aeronavegantes. El jefe de Gabinete desairó un mandato judicial y para colmo sobreactuó cuando verbalizó sus motivos. En la Rosada y zonas de influencia se afirma que era un disparate reponer a la lista que ganó las elecciones hace tres años cuando le quedaban pocos días de su mandato. Así lo había resuelto un fallo dictado muy tarde. La observación parece sensata, es bien posible que la Cámara laboral haya sido desaprensiva respecto de las consecuencias de sus acciones, pero no le concierne al Ejecutivo rectificarla, fuera de las reglas vigentes.
En cambio, en opinión de este cronista, resultaron poco felices varias declaraciones de Ricardo Lorenzetti. Sus palabras ante popes empresarios de la AEA, una defensa sin matices del derecho de propiedad, fueron un exagerado halago a los oídos de los anfitriones, casi una reverencia. Las patronales infringen asiduamente normas relevantes: evaden impuestos, mantienen en la informalidad a millones de ciudadanos, las marcas de trabajo infantil son muy altas. Esas patronales vienen vetando que se dicte una ley sobre riesgos de trabajo que acate una sentencia de esta Corte de hace cinco años. En el ínterin, reinciden en recurrentes violaciones a la Constitución que se traducen en cifras record de siniestros evitables, con alta mortalidad. El que habla con eminencia, como Lorenzetti, podría servirse de las tribunas VIP para exigir sumisión a la ley a todos y no sólo a los poderes políticos.
El supremo también dilapidó una buena ocasión al departir ante sus colegas en una cena de la Asociación de Magistrados. Se extendió en alabanzas sin colar un bocadillo sobre los jueces y camaristas que burlan la directiva de la Corte de permitir la difusión mediática de los procesos por crímenes de lesa humanidad. La divulgación hace a la transparencia de las tareas judiciales, pilar de la calidad institucional. Una fracción importante de magistrados desoye la directiva atropellando el derecho de informarse de los ciudadanos y la labor de los periodistas.
Un encuentro colectivo (donde sin duda había jueces dignos y comprometidos) era un buen ámbito para un tirón de orejas para aquellos que persisten en encubrir al terrorismo de Estado. Cajonean expedientes, sustraen sus imágenes a la opinión pública. Primó la lógica gremial, el autoelogio sin ambages, la solidaridad tácita con los peores.
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Vacas por gallinas: La apología decimonónica del derecho de propiedad tuvo una traducción significativa en una sentencia de la Cámara de Casación bonaerense difundida ayer en este diario. Con votos divididos, la Cámara condenó a prisión a dos hombres que habían robado una vaca para carnearla y comer (no para vender la carne) en un contexto de necesidad, en el año 2001. Eran ciudadanos sin antecedentes, se probó su pobreza y necesidad extrema, según valoró el juez Benjamín Sal Llargues, quien votó en disidencia. Los informes ambientales familiares dieron cuenta de que los acusados eran personas honestas que buscaban trabajo sin conseguirlo. La mayoría pensó de otro modo. “Si la pobreza y la dificultad para ganarse el sustento fuera entendida por todos como causa de justificación, la regla serían los robos y hurtos y la excepción, el respeto a la propiedad ajena”, fulminó el vocal Carlos Natiello.
La crueldad con los ladrones de gallinas, un tópico de la crítica al clasismo judicial, se trasladó ahora a faenadores de vacas, en un caso digno de la pluma de Victor Hugo. Jueces de esa casta son quienes, prosternados a la vindicta mediática, mantienen presas sin condena a miles de personas de extracción humilde.
La condena de Cámara, apelada, databa de 2005. El “robo famélico” sucedió cuatro años antes. La Justicia es falible, a veces cruel. Eso sí, casi siempre llega tarde.
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La caridad (institucional) empieza por casa: En Cancillería se hacían pocas ilusiones con la visita de Arturo Valenzuela, aunque no esperaban sus declaraciones críticas, que atizaron un condigno revuelo. Valenzuela, explican, es un chileno educado en Georgetown, no se puede esperar de él mucha empatía con el peronismo. Sus referencias a la “seguridad jurídica” y sus saudades de la Argentina de 1996 embroncaron a los moradores del Palacio San Martín y la Casa Rosada. Un diplomático avezado, Valenzuela lo es, mide sus palabras, es poco serio alegar que se limitó a divulgar comentarios de representantes de empresas de su país. Si de eso se tratara, lo hubiera ahorrado o lo hubiera matizado, relativizando la credibilidad de la fuente. Los comentarios de Valenzuela fueron un desaire deliberado, tanto como su encuentro con Julio Cobos y otros dirigentes del radicalismo.
Valenzuela soslaya que las empresas quejosas, con Krafts Foods a la cabeza, no brillan por su apego a la legalidad. La alimentaria provocó (valga la expresión) un conflicto laboral resonante, violando el ordenamiento legal sobre los delegados y desacatando por largo rato disposiciones judiciales.
Cobos, quien dialogó con Valenzuela en su asombroso doble rol de vicepresidente y líder de un partido opositor (¿cuál de los dos será mister Hyde?), debió comentarle esas tropelías. Enaltecer la seguridad jurídica mientras se pasan por arriba las leyes laborales es mala praxis republicana.
Hubo otros opositores que tuvieron reflejos más acordes con la tradición de las fuerzas nacionales, populares y progresistas. Fernando Solanas, Ricardo Alfonsín y Rubén Giustiniani enfrentaron la intromisión del enviado en asuntos domésticos. Se despegaron del banal alineamiento gobiernocéntrico que domina la polémica local, sin ceder un ápice en sus reproches al oficialismo.
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Copenhague y este Sur: Una cumbre climática de primer nivel no excita la verborrea ni siquiera la atención de las dirigencias locales, mayormente ni se la alude. El vecinalismo prima en el ágora argentina, que tiene piso y techo bajos. Lástima, porque en Copenhague se dirimía parte del futuro de la humanidad y de la relación entre las grandes potencias y los países emergentes. Repartir los costos de una política ambiental menos depredadora es un problema difícil, en el que los dueños del mundo deben hacerse cargo de sus responsabilidades mayores. Temas de esa magnitud son ajenos a la libido de la “clase política”, más proclive al discurrir monotemático sobre Guillermo Moreno, Luis D’Elía o Néstor Kirchner.
Las lecturas sobre el impacto y la salida de la crisis financiera mundial adolecen del mismo defecto. Tanto en las trincheras oficialistas como en las del Grupo A se subestima el análisis comparado, que revela analogías con países cercanos. En el reciente número de la revista Nueva Sociedad, intelectuales y técnicos desgranan esos puntos comunes, dignos de mención. El primero, que atañe tanto al presidente Lula da Silva como a Cristina Fernández de Kirchner, es haber creído en el desacople de nuestros países, que los pondría a salvo de las secuelas de la débacle económica generada en Wall Street. El segundo es que, aunque desmentida esa profecía voluntarista, los países sudamericanos en general padecieron menos que los centrales. Equilibrios fiscales, buenas reservas, mantenimiento (en trazo grueso) de los términos favorables del intercambio son las principales causas. Los principales damnificados, ya en Latinoamérica, fueron los países que constelan en torno de Estados Unidos: México especialmente, los centroamericanos en general. La exclusividad que kirchneristas y contreras le atribuyen al gobierno argentino es desmentida (cuanto menos, mitigada) por una mirada abarcadora, ajena a los hábitos argentinos.
La creación del Fondo del Bicentenario, un guiño a los “mercados” en aras de mejorar el financiamiento externo, atizó la típica pereza de los alineamientos automáticos. El centroderecha debió extremar su imaginación para denostar medidas que están en su decálogo. La movida se inscribe en las acciones del oficialismo en busca de la gobernabilidad, que coquetean con el canon de los economistas “aceptables” más que con su retórica habitual. Apuntan a ese norte los acercamientos de Néstor Kirchner al impresentable PJ bonaerense. Lo que se logra en sustentabilidad se resigna en potencialidad transversal. El afán del oficialismo es, con caja sólida y acceso menos gravoso al crédito, garantizar crecimiento y consumo en el 2010. El cuadro se redondea con la asignación universal impactando mucho en la indigencia y algo en la pobreza, el dólar anclado, inflación en el orden del 15 por ciento, y baja moderada en el desempleo. La apuesta del kirchnerismo es recuperar el favor de las capas más humildes de la sociedad, que les retaceó votos en junio, aunque le fue más fiel que los sectores medios.
De momento, las encuestas y las miradas impresionistas de dirigentes territoriales de provincias y del conurbano concuerdan: la plata llega más rápido que la recuperación del consenso. Conseguir revertir ese esquema es la gran apuesta del kirchnerismo para el año entrante. Será arduo remontar esa cuesta que, hoy día, es muy empinada.
Entre tanto, hay ansias de imitar el infausto precedente de Honduras en Paraguay, se presagia la victoria de la derecha en Chile, gestos arrogantes de las corporaciones patronales y de los poderes foráneos en estas pampas. Bajo estas coordenadas, se acercan las fiestas.
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