EL PAíS › OPINIóN
› Por Roberto Follari *
No es un advenedizo recién llegado como De Narváez, un saltarín sin lealtades como Solá o un provinciano desconocido como Das Neves. Es un peronista histórico, y además un peso pesado del justicialismo. Alguien con historia y con espacio propio en la historia del movimiento.
Alguien, también, que ha dejado algunas huellas importantes para el país, que no siempre le son reconocidas. Baste señalar dos: ayudar a la eyección de Menem y a evitar su posible tercer mandato, por un lado; por otro, haber tomado el timón del país es un momento en que todo se hundía, y sacarlo medianamente a flote. No es poco, aunque el “debe” esté también lleno de cargas: desde haber entronizado a los barones del conurbano y su política clientelar, a la fuerte sospecha de contribución activa en la caída de De la Rúa, entre otras.
Lo cierto es que nada de su mejor pasado se advierte en su accionar actual. Apareciendo a destiempo, desfavoreciendo al peronismo, jugando una mezquina revancha personal contra el kirchnerismo.
Sabido es que él contribuyó a entronizar a Néstor Kirchner como candidato en 2003. La paternidad sobre el santacruceño terminó cuando éste decidió liberarse de tutelajes y tomar el comando en la provincia de Buenos Aires. Duhalde no puede todavía digerir la abultada derrota electoral que, por entonces, Cristina le propinó a Chiche, así como algunos dichos tajantes y parricidas con que se despachó el entonces presidente.
Asistimos ahora a un despliegue de despecho por parte del cacique bonaerense, lanzado aun a costa de hundir al justicialismo. Es por demás notorio: las clases medias no lo quieren por peronista, las derechas liberales ansían sus votos pero no lo votarían a él, el peronismo mismo quedaría dividido si él pretende forzar una derrota del kirchnerismo, y para el progresismo su solo nombre es mala palabra. Por ello, Duhalde perdería cómodamente las elecciones generales; hoy por hoy, hasta sus allegados admiten que Cobos lo derrotaría sin ambages.
¿Adónde va, entonces, esta apresurada candidatura presidencial? ¿Por qué alguien que siempre supo esperar se muestra tan ansioso, endilgándonos incluso un improbable “gabinete” presidencial, cuando aún no ganó ni las internas de Chivilcoy?
La vendetta y el rencor son malos consejeros. Suena gracioso Duhalde hablando de evitar tensiones, cuando todos recordamos el encuentro de Mar del Plata que ayudó a expulsar a Rodríguez Saá del gobierno, los enfrentamientos con el menemismo que incluyeron al caso Cabezas, o su infeliz frase de que “este gobierno es como los sachets de leche, tiene fecha de vencimiento”.
Peor es la situación si, en su enfrentamiento personal, Duhalde tiende a hundir al peronismo entero. Si, como es fácil advertir, su adversario es el actual gobierno y no el radicalismo, está contribuyendo al desgaste –cuando no a la caída– de un gobierno que es peronista, le guste a Duhalde o no; y si sabe que su candidatura es vehículo de una casi segura derrota del PJ en las elecciones, está contribuyendo a que el peronismo se entregue sin luchar para la instancia presidencial. Y, obviamente, está favoreciendo a los adversarios del justicialismo en esa instancia crucial y estratégica.
Curioso, ¿verdad? Pero nadie se puede llamar a engaño: Duhalde es un político fuerte y un muy débil candidato. El invento de evanescentes gabinetes para gobiernos imaginarios en poco ayuda a sus menguadas posibilidades presidenciales; pero menos aún contribuye a cimentar las del justicialismo en su conjunto.
Docente e investigador universitario.
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