EL PAíS › REDRADO Y COBOS, ENTRE EL DESPILFARRO Y EL AJUSTE
Es difícil imaginar personalidades más distantes que las de Redrado y Cobos. Sin embargo, ambos propician una política de ajuste. La comparación entre el Fondo del Bicentenario y el nuevo festival de bonos que propone Cobos, cuatro veces más oneroso. Sus consecuencias: menor inversión, menor empleo, menor consumo. El presidente del Banco Central, además, no se priva de nada. Clases de tango, folklore, yoga y actuación teatral, auto blindado y casa gemela a la del millonario Tinelli.
› Por Horacio Verbitsky
Las entrevistas diarias que Martín Redrado concede frente al portón de su casa intrigaron a varios directores del Banco Central. Redrado vive en 3 de Febrero y Gorostiaga, Belgrano R, en una casa gemela e idéntica a la de Marcelo Tinelli, que algunos ojos expertos tasan en varios millones de dólares. En cómoda mayoría, el resto del directorio comenzó a revisar las cuentas de su aún presidente, que ha sido funcionario público en los últimos veinte años con apenas fugaces pausas entre un cargo y otro. El directorio pasó de la hilaridad a la indignación. Mientras en un juzgado de Nueva York se dirime si el Banco es o no un alter ego del Tesoro, es interesante saber cuánto dedicaba su presidente a diarios, revistas, cursos de yoga, talleres de tango, folklore y actuación. Los datos surgen de los informes trimestrales de contrataciones adjudicadas por Redrado sin participación del directorio. Por ahora el análisis se limitó al primer semestre del año pasado: esos gastos ascendieron a 154,6 millones de pesos.
Algunos ejemplos:
- El 19 de enero del año pasado el Banco Central adjudicó la contratación de la compra de diarios, revistas, suscripciones a Internet y “otros objetos coleccionables”, por 2,2 millones de pesos.
- También el 19 de enero desembolsó tres millones de pesos por la contratación de aviones de las fuerzas de seguridad.
- El mismo día pagó 29.780 pesos por la provisión e instalación de dos acondicionadores de aire y 578.390 para “gastos de cortesía y agasajos”.
- El 14 de abril contrató como “asesor de la presidencia del Banco Central” al ex superintendente de Seguridad Metropolitana de la Policía Federal, comisario Alberto Carlos Capuchetti, quien pasó a retiro luego de su intervención para recuperar el territorio ocupado de la República Democrática de Brukman. En diciembre de 2001 la Policía informó que había sido herido en las escaramuzas en el Congreso, pero en realidad se lastimó cerca de Plaza de Mayo al tropezar con la manguera de una autobomba. Su remuneración por asesorar a Redrado en materias no especificadas es de 14.000 pesos mensuales brutos, lo cual sugiere que hay extras que mejoran esa cifra.
- El 21 de enero, Redrado autorizó la contratación por 9.400 pesos de un taller de yoga y el 22 de otro similar por 8.200 pesos.
- Para llegar bien preparado a los encuentros internacionales de banqueros, a los que por entonces podía concurrir sin autorización del directorio, el 29 contrató un taller de tango por 6.500 pesos.
- El 3 de febrero sumó 9.750 para contratar un taller de coro y otro tanto para un taller de danzas folklóricas.
- Dos días más tarde desembolsó 150.000 pesos en pago de funciones de teatro de títeres.
- El 10 de febrero contrató por 8.640 pesos un taller de fotografía.
- El 20 autorizó el pago de 40.000 pesos por el taller de actuación de Daniel Miglioranza, contrato que se repitió por el mismo monto el 1o de junio.
- Otro profesor de teatro fue contratado el 28 de abril por 8.400 pesos.
- Al día siguiente amplió en 139.000 pesos la compra de diarios, revistas y suscripciones a Internet.
- El 4 de febrero compró por 106.865 pesos un auto Passat azul. Hombre previsor, el 14 de mayo desembolsó 98.046,30 pesos para blindarlo.
- 109.854 pesos pagó el 5 de febrero por refrigerios para personal policial y operadores de scanners de la Gendarmería.
- El 10 de febrero contrató la adquisición de chalecos antibalas por 19.200 pesos.
Fresco en verano, blindado en cuerpo y auto, asesorado por un experto en seguridad de apellido pertinente, ducho en técnicas de relajación y pasos de baile y con una destacable capacidad de actuación, el presidente del Banco Central se preparó a conciencia para el show de enero.
El único director del Banco Central que no participó en el minué de los últimos días fue Arturo O’Connell, porque en vísperas del estallido del conflicto inició un largo viaje por Europa. Antes de partir se opuso en el directorio a las posiciones de su presidente y defendió la conveniencia del Fondo del Bicentenario. Economista y matemático, O’Connell fue designado en julio de 2003 cuando el ministro de Economía era Roberto Lavagna y presidía el Banco Alfonso de Prat Gay. Ya había integrado el directorio durante la presidencia de Raúl Alfonsín y en cada crisis estuvo más cerca de la posición de Kirchner que de cualquier otra. En un memo sobre el Fondo del Bicentenario escribió que la decisión de “mantener la ocupación y el nivel de actividad, así como la protección de los sectores de menores ingresos por medio de la obra pública, los subsidios al empleo, el mantenimiento de tarifas de servicios públicos moderadas, etc.”, provocó la reaparición “de un déficit fiscal”. Pero a diferencia de muchos otros países, en los que también la política monetaria alentó la recuperación por medio de una rebaja de tasas de interés, en la Argentina aumentaron, ante la pasividad del Banco Central, mientras los bancos acumulaban liquidez ociosa, favorecidos por “colocaciones de instrumentos de regulación monetaria (básicamente LEBACs y NOBACs) con altas retribuciones”. La crisis bancaria se evitó al costo de “la parálisis de créditos del sistema bancario que presenta una plétora de recursos ociosos y, además, ha obtenido fuertes ganancias” con las altas tasas. Sólo la fortuita revaluación de las monedas brasileña y europea permitió que el tipo de cambio real no se apreciara en forma significativa. O’Connell agrega que ese debilitamiento de las cuentas públicas “en vez de ser visto como consecuencia de una necesaria política anticíclica se asigna a motivos otros, todos ellos negativos”, una sutil alusión al mito de La Caja. En obvia polémica con Redrado, refuta que las altas tasas de interés hayan sido necesarias para evitar una salida de depósitos y “una mayor corrida hacia el mercado cambiario”. Las retribuciones de los depósitos en plazo fijo no fueron bajas comparadas con las ínfimas tasas obtenibles en el exterior, dice. Para frenar la salida de fondos al exterior hubiera bastado que el Banco Central redujera el monto mensual de dos millones de pesos permitido a cualquier persona o empresa. Como no lo hizo “se han evaporado 40.000 millones de dólares, sustraídos al circuito económico local” y en igual medida disminuyó “la cantidad de reservas y, por lo tanto, de medios de pago de la deuda externa”. Frente a la necesidad de financiamiento del sector público, O’Connell advierte sobre el reingreso en la discusión pública de quienes califica como los “endeudadores”, que se presentan como “la alternativa seria”, la del financiamiento “genuino”, “de mercado”, como si la crisis mundial no hubiera sepultado la noción de mercados financieros que funcionan mejor sin “excesiva intervención estatal”. Por lo contrario, los endeudadores rechazan la colocación de fondos en el mercado local y el recurso a fondos acumulados en distintas instituciones públicas. Los mejores estudios sobre la experiencia de los años 1980 y 1990 muestran que el “ingreso al mercado financiero internacional” no ha sido positivo. Ha sometido a los países subdesarrollados a los vaivenes de ese mercado y aún en el mediano plazo la “liberalización de los movimientos de capitales” ha tenido efectos negativos para el crecimiento. Agrega O’Connell que los países que se autofinanciaron son los que más rápidamente han crecido. Por eso fue acertado que la Argentina y otros países subdesarrollados en esta última década en vez de endeudarse hayan acumulado reservas de divisas. Esto les permitió atravesar la última crisis con consecuencias menos dramáticas que en casos anteriores.
O’Connell cita el reciente libro de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, This time is different (Esta vez es diferente), y dice que ésa es la frase que siempre les ha permitido a los endeudadores “justificar una nueva aventura de la que ellos siempre salen ganando” y se pregunta cómo ha sido posible en nuestro país la resurrección “como consultores acreditados” de “los mismos que nos llevaron a la hecatombe de hace menos de una década”. En oposición a ellos reclama defender la autonomía de las propias decisiones de política económica y “la movilización de los recursos acumulados”. Las reservas internacionales están para eso, para pasar momentos difíciles “sin caer en la trampa” de los endeudadores. Después del desembolso del servicio de la deuda externa de 2010 había un remanente de reservas mayor al que se precisa “para hacer frente a los avatares del mercado cambiario”. Además, todas las proyecciones del balance de pagos sugieren que hacia mediados de este año las reservas volverán al nivel actual. Coincide en esto con el análisis del gobierno: cuando se canceló la deuda con el FMI se usó el 100 por ciento de las reservas excedentes y el 35 por ciento del total. El Fondo del Bicentenario afecta el 30 por ciento de las excedentes y el 14 por ciento del total. O’Connell también refuta que se trate de solventar gasto público corriente con un stock acumulado sino de reducir el stock de deuda heredado (como es un técnico con posgrado en Cambridge se abstiene de precisar heredado de quiénes). Stock contra stock, dice, el balance del país quedaría igual, pero con la deducción de los intereses y “la ganancia de reducir reservas sobre las que –en la situación mundial actual– poco se gana para deshacerse de deuda que sí paga intereses subidos. El país haría un negocio brillante gracias a la acertada política de acumulación previa de reservas. Y, por cierto, no caería en nuevo endeudamiento a tasas seguramente altas”. O’Connell también disintió sobre el Programa Monetario para el año 2010 que Redrado anunció como si hubiera sido aprobado por el directorio, lo cual no es cierto. Aún con la documentación parcial distribuida entre los miembros del directorio “se infiere que se proyecta una apreciación real del tipo de cambio del peso lo que sería negativo para consolidar la recuperación económica en marcha y para un de- sarrollo basado en la competitividad internacional de los sectores productivos del país”, escribió O’Connell. Su memo precedió a la publicación, hace pocos días, de un nuevo trabajo de Rogoff y Reinhardt, Growth in a time of debt o sea Crecimiento en tiempos de deuda. Allí sostienen que la experiencia de dos siglos en 44 países demuestra que en los subdesarrollados cuando la deuda externa supera el 60 por ciento del Producto Interno Bruto el crecimiento anual disminuye un 2 por ciento y hay un firme aumento de la inflación, lo cual ratifica la conveniencia de achicar con reservas que no producen intereses una deuda cara.
Aunque Redrado se muestre tan ágil como un bailarín de tap dancing es imposible soslayar sus coincidencias con el jefe de la oposición, el atacado Julio César Cleto Cobos, en contra del Fondo del Bicentenario y a favor de una política de ajuste y endeudamiento que produciría buenos dividendos para los prestamistas de siempre. Los autores de sus propuestas son el ex ministro de Hacienda de Mendoza, Enrique Andrés Vaquié, y el ex secretario de Hacienda de la Nación, Mario Brodersohn, a quien acercaron Raúl Baglini y la eminencia gris oscuro del radicalismo Enrique Nosiglia. En febrero del año pasado, Brodersohn escribió que en 2009 faltarían dólares, mientras “la crisis internacional lleva a la desaparición del superávit comercial externo”. Ese vaticinio errado fue puesto por su autor bajo la advocación de una frase de Claudio Escribano, el ideólogo clarividente que entendió qué implicaría el gobierno de Kirchner aún antes de que asumiera la presidencia en mayo de 2003: “De nada serviría la derrota del gobierno en las próximas justas electorales si fuera sólo para producir una renovación de elencos, sin reversión de políticas y de estilos”, escribió el orientador del diario La Nación y gran amigo personal de Fernando De la Rúa hace ahora un año. Cobos “no sólo en el estilo se parece a De la Rúa. Su política es la misma”, dice un radical mendocino que lo conoce bien y lo quiere mal.
Subdirector general de auditoría y control de gestión del Senado, Vaquié es el principal asesor económico de Cobos, con quien compartió el gabinete del ex gobernador mendocino Roberto Iglesias. Apegado a la ortodoxia liberal, Vaquié fue el ideólogo y ejecutor del gran recorte presupuestario que Iglesias aplicó en 2001 y que incluyó una reducción del 7,5 por ciento en el salario de los empleados públicos. Además, les pagó una parte con bonos Petrom, garantizados por las regalías petroleras. En su edición del 22 de julio de 2001, el conservador diario Los Andes, que forma parte del Grupo Clarín, tituló su crónica con una frase de Vaquié: “La mayor parte del ajuste mendocino será en los salarios”. El 26 de agosto de 2001 apeló a la misma fuente: “El recorte se hace sí o sí”. Según Vaquié ese ajuste y el acuerdo con el Fondo Monetario eran imprescindibles “para que el país pudiera seguir siendo viable”, porque “el mundo se cansó de la Argentina”. Al concluir su mandato, Iglesias aseguró el futuro de sus dos hombres de confianza: Vaquié fue candidato al Senado provincial, para protegerlo del juicio político que le habían iniciado por su empapelamiento de los salarios, y Cobos a la gobernación, porque Iglesias creía que era un académico sin ambiciones políticas y le devolvería la gobernación cuatro años después. Pero una vez electo, Cobos se alejó de Iglesias, quien postulaba una oposición dura al gobierno de Kirchner. Vaquié permaneció junto a Iglesias y desde la comisión de hacienda del Senado objetó proyectos de Cobos que incrementaban el gasto, cuando había abundancia de recursos. En cambio, impulsó un fondo anticíclico. Pero bastó que Cobos mostrara con CFK que mantenía la línea de conducta que ya había conocido Iglesias, para que Vaquié se reconciliara con el vicepresidente, quien le abrió las puertas del Senado.
Desde su apartamento celestial Elisa Carrió intuyó que la UCR negociaba en secreto con el gobierno. La propuesta existió, pero fue pública: la transmitió Gerardo Morales de viva voz a la Comisión Bicameral que trata los decretos de necesidad y urgencia. Dijo que el radicalismo le quitaría el piso a Redrado si el gobierno accediera a discutir en el Congreso el Fondo del Bicentenario. Detrás de ello está el plan que Brodersohn expuso con detalle en su Informe Especial 410 de enero de la consultora Econométrica. Para no recurrir a las reservas internacionales del Banco Central, el Tesoro compraría los dólares excedentes del comercio internacional y con ellos pagaría la deuda. Los compraría endeudándose en pesos “con el sector privado colocando LETES”. Es decir, una nueva edición del “festival de bonos” del gobierno de Alfonsín, según la insuperable expresión que Roberto Lavagna utilizó para explicar su renuncia como secretario de industria. En las últimas ediciones de su libro clásico, Aldo Ferrer cuenta cómo funcionó hace dos décadas el plan Brodersohn: “La política monetaria era así restrictiva hacia la actividad interna y expansiva respecto del Tesoro. El resultado fue el aumento de la tasa de interés y la esterilización de la liquidez mediante el incremento de los encajes remunerados de los bancos y la colocación de los títulos públicos para absorber la liquidez excedente. Al promediar 1988 la inflación estaba otra vez desbocada, la economía en recesión, el desempleo en aumento, los salarios reales en baja y la deuda externa también en aumento”. Otro integrante de aquel equipo económico, Roberto Frenkel, escribió que el gobierno de Alfonsín redujo el déficit fiscal “avanzando por las líneas de menor resistencia”. Por si alguien no entendió, aclara: “sueldos y jubilaciones”, lo mismo que intentaría De la Rúa. Un valor adicional de estas afirmaciones es que ni Ferrer, ni Lavagna ni Frenkel tienen animosidad alguna hacia Alfonsín, cuyo gobierno integraron en posiciones destacadas. Una última caracterización de aquel momento que tantos añoran es la de la revista Time, el 16 de noviembre de 1989: los latinoamericanos ricos “invierten o depositan su dinero en el exterior, donde estarán a salvo de impuestos y perturbaciones políticas”. Esta fuga “priva a los países de su capital de inversión y mutila su capacidad de pago de los créditos externos. Para contener la hemorragia los gobiernos se ven obligados a ofrecer rendimientos en depósitos bancarios locales y certificados del Tesoro, que superan los sueños de los más ambiciosos especuladores de los Estados Unidos”. Al referirse a esos beneficios “suculentos” alega que “son maná para los ricos. Pero sólo para expandir la oferta monetaria de modo de pagar este costoso endeudamiento, los gobiernos han avivado la inflación y enviado al abismo el poder adquisitivo de las clases medias y bajas. La espiral descendente se realimenta”.
Con ayuda de expertos sobre el mercado financiero pero que no trabajan para el mercado financiero, intentamos una comparación entre el Fondo del Bicentenario y la propuesta actual de Brodersohn. El costo fiscal del Fondo sería de 250 millones de dólares anuales por los intereses de la letra del Tesoro que se entregará al Central a diez años con tasa de interés Libor-1 por ciento. El costo del plan de Cobos ascendería a 934 millones de dólares (a tasas de Lebac, que es la que paga el Banco Central, es decir Badlar + 4 por ciento como prima de riesgo). En diez años, la diferencia de costo sería de 6.840 millones de dólares, algo más que todo el Fondo del Bicentenario. A esto hay que sumarle las necesidades adicionales para financiar estos servicios en el tiempo. La estrategia del vicepresidente en campaña tiene además una inconsistencia fáctica: es imposible colocar en el mercado doméstico 6.500 millones de dólares en un año porque eliminaría toda posibilidad de financiar al sector privado, ya sea a empresas de cualquier tamaño o al consumo. En vez de bajar la tasa de interés, como busca el Fondo del Bicentenario, la haría subir. Esto generaría negocios fáciles y sin riesgo para el mercado financiero a expensas de la bienvenida reaparición del Estado bobo. Su impacto sobre el superávit fiscal y el tipo de cambio y su correlato en la economía real también sería deletéreo: menor inversión, menor empleo, menor consumo. Un verdadero plan de gobierno.
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