EL PAíS
› OPINION
LA PELEA PIGNANELLI-LAVAGNA. EL BLOOPER DE FAYT. LAS LECCIONES DE LOS PAÑUELOS
Los diferentes usos del tiempo
Qué hay detrás de la pelea entre los titulares de Economía y del Central. Lo que viene después de esa borrasca. La Corte en estado de asamblea y un soplo de aire para el Gobierno. Menem, esa sombra que sigue ahí. Reflexiones sobre la Plaza de Mayo, sus dueñas y los que se olvidaron de su pasado.
› Por Mario Wainfeld
Que un funcionario coquetee con irse “a la fábrica”, a la actividad privada podría considerarse un signo auspicioso en un país donde la actividad política, sobre todo en su primer nivel, viene siendo un medio de movilidad social mucho más generoso que la iniciativa particular. Quizá podría leerse como un signo de la reactivación que el Presidente se obstina en anunciar, sobre todo si el funcionario que amenaza con regresar a la sociedad civil tiene un sueldo generoso y gestiona un sitio donde abunda el dinero. Pero nadie cree que el argumento que antes gritó que desarrolló Aldo Pignanelli ante Alfredo Atanasof (“estoy podrido, me voy a la fábrica”) aluda a algo que no sea un conflicto político en el que Pignanelli percibe que lleva las de perder.
Su pelea con Roberto Lavagna se remonta casi al mismo momento en que Pignanelli sucedió a Mario Blejer, quien lo propuso como delfín con una yapa de premio: “Si va Pignanelli, yo seguiré colaborando con el Gobierno”, ofreció, seudo generoso, el ex funcionario del Fondo Monetario, paladín de sus arrasadoras doctrinas que fue por un buen rato presidente del Banco Central (BC) de un país que se supone soberano.
Buenas razones tenía Blejer para intervenir a favor de “Pigna”. Ocurre que este ex militante de los sectores duros del peronismo, que mantuvo su verba inflamada hasta bien entrados los ‘80 cuando militaba junto a Luis Brunati, se re-convirtió en años ulteriores a la velocidad del rayo. La fe de los conversos, ya se sabe, es la marca de fábrica de muchos inquisidores y fundamentalistas, de ahí la buena onda entre el “ciudadano del (primer) mundo” Blejer y el ex joven maravilloso devenido neoconservador. Una parábola simétrica a la que produjo, en los hechos, el partido en el que militó todo el tiempo.
La virtud que le atribuyen quienes lo apoyan dentro del Gobierno es conocer al dedillo el sistema financiero, las casas de cambio, ese mundo oscuro que hace temblar al país cuando quiere. “Es un cuevero”, describe, halagüeño y entre amigos, un ministro que lo quiere bien, aludiendo quizá a alguna actividad previa de Pigna en las “cuevas” y, sin duda, a lo que conoce de ese cenagoso territorio. Esa virtud, piensan, le permitió anticipar movidas de las entidades financieras y recuperar reservas para el BC.
Nadie, ni quienes lo apoyan, le atribuye especiales dotes intelectuales o conocimientos técnicos a ese contador que profesa, todos lo cuentan, una fascinación intelectual y política por Pedro Pou.
Su guerra con Lavagna aduna un ingrediente funcional y de libro con otros personales y políticos. El funcional es que es lógico que el ministro de Economía y el presidente del Banco Central tengan ángulos algo distintos, derivados del área que gestionan. La autoridad monetaria debe ser, por lo común, conservadora, más que la del titular de Hacienda. Esas tensiones, como la que puede tener el que maneja “la caja” con los encargados de áreas sociales –uno que quiere ajustar las cuentas, otros que buscan más recursos para cubrir necesidades– son normales y pueden ser útiles, si hay racionalidad, conducción y acuerdos mínimos. Pero la inquina entre Lavagna y Pignanelli, que hace meses que no se cruzan palabra, excede esa lógica. También hay motivos políticos. Lavagna adivina detrás de cada movida de Pignanelli al menemismo y en especial a Pou. Considera, amén de eso, que Pignanelli a quien juzga muy limitado intelectualmente, responde como un autómata a los dictados del FMI. Por último, discurre ante sus íntimos, “su única táctica para ganar espacio es pelearse conmigo”.
Pignanelli cree que la actitud de Lavagna frente a los organismos internacionales está llena de soberbia y conduce a la Argentina a un callejón sin salida, que el ministro lo opera al interior del BC a través de tres directores –en primer lugar Félix Camarasa– y de la prensa. Agrega que el ministro le escamotea información. Esas fueron sus críticas esenciales el jueves por la tarde en el generoso despacho que tiene Atanasof, un hombre que lo estima bien, en el primer piso de la Casa Rosada. Pignanelli se quejó ante el jefe de Gabinete porque Lavagna no le informó de la llegada de un nuevo borrador de carta de intención. Y también se amargó por dos notas periodísticas, una publicada en este diario y otra en Clarín que lo dejaban mal parado y que él consideraba fogoneadas desde Economía. Pignanelli descerrajaba sus cuitas y hablaba de su dimisión, Atanasof trataba de calmarlo y disuadirlo. Mientras, como es usual en tantos despachos oficiales, un televisor, sin sonido, estaba clavado en un canal de noticias. Cuando Pignanelli, sin haber salido de esas cuatro paredes, vio en las pantallas de Crónica TV la placa roja anunciando su renuncia, su furia y su paranoia se duplicaron. Dimitió a la Presidencia, que ejerce en comisión por falta de acuerdo del Senado y a la vicepresidencia, para la que sí tiene acuerdo, por unos años más.
Atanasof consiguió dilatar el tema hasta mañana. Duhalde así se lo pidió no porque llegara recién entonces de Brasil (lo hizo anteayer) sino porque prefirió no resentir un par de días de descanso en el Sur con el incordio.
En Economía niegan todas las acusaciones de Pignanelli a quien culpan de ser un formidable armador de operaciones. “Cuando Roberto se fue a Europa –dice un colaborador cercano del titular de Economía– le anunció al Presidente que estaba seguro de que Pigna le armaría alguna opereta. Y efectivamente, fue entonces cuando salió impulsando el bono compulsivo para pagarles a los ahorristas.” Al momento de la partida junto a Duhalde a Brasil, el ministro auguró otra jugada artera en los oídos presidenciales. Así que cuando Duhalde le comentó la dimisión de Pignanelli, un terremoto en ausencia de la máxima autoridad del país, Lavagna pudo darse el gusto de susurrar ante Duhalde algo bastante parecido a “se lo dije”.
Sobre la supuesta carta de intención Lavagna dice que ese hecho novedoso no existe, sólo hay documentos y datos que van y vienen a velocidad de email y que no tiene por qué comunicar día a día al presidente del BC.
“O él o yo”, exigió Pignanelli en forma pública, tanto que se supo por TV. Algo muy similar retrucó Lavagna, sí que de modo menos conspicuo. Está claro que a Duhalde le convendría que el conflicto no hubiera crecido tanto. Incluso, visto desde afuera, parece que el lado ostensible de las gestiones de Lavagna y Pignanelli no produce tanto ruido como su relación pública y personal. Tanto Economía como el BC lograron los minimalistas pero arduos logros de los últimos meses de la gestión: baja de la inflación, fin de la caída productiva, dólar estable, aumento de las reservas, recaudación fiscal en alza. Pero la sospecha y el odio son tremendos y Duhalde, así sea a su pesar, deberá laudar. Todo sugiere que se irá Pignanelli quien llevó el conflicto a un punto de no retorno. “Es que si Duhalde ratifica a Pigna éste ya no sería solo titular del BC y dueño de Economía, sería casi el presidente”, exagera apenas un amigo de Pignanelli en el gabinete.
¿Quién sería, entonces el sucesor? Lavagna oculta mal su predilección por Camarasa pero, según opina un ministro que conoce bien los códigos del PJ y el poder, en estos casos “el que saca no pone”. Según este pragmático discurrir Lavagna “sacó” al titular del BC, por lo que crecen las acciones de quienes no son sus favoritos: Jorge Levy un hombre de confianza de Duhalde y de improbable currículum profesional para el cargo y Rafael Iniesta, pintan para encabezar esa lista alternativa.
Ojo con los bomberos
voluntarios
La interna Lavagna-Pignanelli hizo fruncir entrecejos y sus deflagraciones, incluidas eventuales furias de “los mercados”, seguirán en la semana que despunta mañana. Las sonrisas provinieron de un flancoinesperado, la mismísima Corte Suprema de la Nación. Carlos Fayt produjo en el decurso de quince días un segundo hecho asombroso, dando a conocer que tenía dólares acorralados en el Banco Nación. La noticia cayó como bomba en un tribunal que está desquiciado tras el bochornoso cierre del juicio político y la renuncia de Gustavo Bossert. Queda claro que lo único que obraba unidad entre los cortesanos era la amenaza exterior y que, suprimida ésta, la discordia crece exponencialmente. “Están todos peleados con todos. Mientras duraba el juicio eran todos para uno y uno para todos, hasta Bossert y Adolfo Vázquez parecían hermanos”, describe un negociador del Ejecutivo que los conoce bien. “Esa unidad les sirvió para zafar del trámite parlamentario, ahora que están peleados no aguantarían ni un juicio político impulsado por los bomberos voluntarios de la Boca.”
Ni aún la fragmentación puede otorgar lógica a lo que hizo Fayt, confesando lo que ocultó por meses. En algunos despachos de la Rosada sugieren que fue algún compañero de gestión quien descubrió el plazo fijo de Su Señoría y se lo hizo saber antes del acuerdo. El supremo, a estar a la versión, blanqueó su plazo fijo ante la presión. Otros integrantes del Gobierno, incluidos altos funcionarios de Justicia, niegan la especie. “Jamás supimos eso. Por hipótesis, si lo hubiéramos conocido no hubiéramos demorado tanto en hacerlo público”, postulan muy cerca de Juan José Alvarez.
El tribunal quedó sin mayoría para decretar inconstitucional la pesificación de los depósitos bancarios. Tampoco parece que puedan decidir otras importantes causas de estado como la que se refiere a la constitucionalidad de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
Al perder a Boggiano los menemistas sufren un doble daño, no disponen de mayoría automática y se quedaron sin su mejor (por no decir su único) jurista. “Boggiano y Augusto Belluscio los hacen puré en las discusiones jurídicas”, se divierte un peronista de ley no menemista que algo de derecho sabe. Claro que los menemistas no son mancos ni se quedan quietos. Para reforzar su precario bagaje doctrinario consultan todos los días a dos hombres muchos más formados que ellos, Rodolfo Barra y Horacio Tomás Liendo. Que es como decir que reciben data y línea de Carlos Menem y el resucitado Domingo Cavallo, emitida por portavoces con más libros leídos que sus mandantes.
Además, el impresentable Adolfo Vázquez encontró un insólito adalid: el lobbista Nito Artaza quien presentó una recusación contra Boggiano que fue imaginada y escrita en el despacho del susodicho Vázquez.
Ido Bossert, usualmente ausente por enfermedad Guillermo López, divagante Fayt, la Corte le ha dado a Lavagna lo que más quería de ella y parecía haber perdido: tiempo.
Bienes escasos
Ganar tiempo parece ser una de las obsesiones de la administración Duhalde, que también lo intenta en lo atinente a las elecciones, internas y nacionales. A esta altura, las internas del PJ se celebrarían (el condicional es de rigor) el 23 de febrero o el 2 de marzo. Más allá no se puede porque vulneraría los plazos legales. Pero el duhaldismo sigue careciendo de candidato potable y, mientras así sea, todo cambio de reglas es posible. Duhaldistas y menemistas han designado sus negociadores, dos Eduardos: Camaño y Bauzá quienes parecen haber avanzado lo suficiente para que no haya Congreso partidario en diciembre. “Los menemistas iban a concurrir, tal vez el propio Menem –confidencia un duhaldista cercano a la negociación– iba a ser un circo, nos conviene a todos que no lo haya.” Tal vez no lo haya, habrá que ver. Los acuerdos son precarios y la desconfianza enorme.
La prospectiva electoral agrede a la razón y a la paciencia. Cuesta imaginar qué va a pasar mientras los candidatos no pueden transgredir el15 por ciento de intención de voto. Algunos parecen anclados, tal el caso de Adolfo Rodríguez Saá quien viene incurriendo en errores políticos de fuste y da la sensación térmica de estar pinchado pero sigue puntero. Carlos Menem está en el pelotón ganador y su presencia preocupa mucho entre el duhaldismo.
“Yo sé que está flojo, que parece vencido. Pero ¿qué quiere que le diga? Es como si hubiera que boxear con “Mano de Piedra” Durán. El tipo es un veterano pero supo ser bueno, fue campeón del mundo y sabe pegar donde duele. No es imposible que se baje ganador del ring... sobre todo si los contrincantes le tienen miedo o no hay contrincante” se preocupa un ministro del gobierno nacional. “Hoy, si hay elecciones gana Menem”, caracteriza otro. Y un tercero aventura “Menem está consiguiendo algo importante. Se está convirtiendo en inexorable. Los otros suben, bajan, desisten. El sigue, sin importarle si dicen que es bueno, malo o corrupto. Es inexorable”.
Todas las semanas, como una hastiante rutina, algún cónclave duhaldista decide renovar la apuesta a Carlos Reutemann. Algunos integrantes del oficialismo aborrecen esta doctrina, pero cunde igual. “Lole es un morboso, que se dedica a perjudicar cualquier candidatura alternativa a la suya. Cuando alguien surge vuelve al ruedo, dice alguna frase enigmática. Jode siempre. No sé si juega para Menem o si tiene un ego desmedido pero le gusta dañar” se encoleriza una primera espada del ala política oficialista.
Contra reloj el Presidente da la sensación de estar perdiendo un juego en el que solía ser avezado: el del armado interno del PJ. Ni siquiera lo ha urdido en su provincia donde sigue sin terminar de enojarse ni de amigarse con Felipe Solá ni de definir qué hará la primera dama en las próximas elecciones.
La Plaza y los que no están
La Casa de Gobierno limita la Plaza, también la flanquean el Banco Nación y la Catedral. Muchas ciudades argentinas repiten esa traza que viene de los tiempos de la conquista española. El núcleo político de la ciudad representa el poder del estado. Una noble tradición argentina hizo que el pueblo porfiara, en todos los tiempos y en toda su geografía, a hacerse sentir en las plazas.
La Plaza de Mayo es, va de suyo, la que más escenas históricas albergó. Los fundadores de la patria, los descamisados, los opositores a tantas dictaduras, los defraudados por las Felices Pascuas, los jóvenes maravillosos, los caceroleros, tantos otros. Nada los afrenta, nada minimiza esas y otras gestas señalar que, como de nadie, la Plaza es de las Madres.
Alguna vez, en los mejores momentos la Plaza miró a la Rosada. Para apoyar a sus ocupantes o para increparlos, pero en todo caso mirándolos. Desde hace añares, hartos de que la Rosada les diera las espalda los ocupantes de la Plaza la usan sólo para increparlos.
El jueves pasado en un gesto lleno de sabiduría mediática, de emoción y de trascendencia las Madres y las Abuelas entregaron sus pañuelos a los integrantes de HIJOS. Viejitas en general, empequeñecidas por la edad las más, Madres y Abuelas transmitieron un mandato y un símbolo a jóvenes, que ya no chicos. Una forma de anunciar que la lucha persistirá en el tiempo, que habrá continuidad. Fue a años luz de la Rosada, aunque su distancia física se medía en metros.
Es que la Rosada remite a otras identidades que han sufrido transiciones menos confortantes con el transcurso del tiempo. Piénsese en dos protagonistas de esta semana, los peronistas Pignanelli y el diputado saliente Humberto Roggero que supieron ser combativos en los 70 y queluego se fueron plegando a los valores y al modelo de país que predicaron sus enemigos.
“Pigna tiraba molotovs en los 70, ahora sentó cabeza”, dice un amigo suyo queriendo definir que su pasado militante justifica o da razón a sus posturas actuales. No hay tal. El haber luchado duramente durante, supongamos, diez años no habilita para entregar el país durante más de veinte. Sería de mal gusto (no por los herbívoros Gringo y Pigna sino por otros compañeros más consistentes con sus ideas) agregar que en aquella cruzada los muchachos no tuvieron mucho éxito y que puestos a devastar las cosas les salieron fenómeno. Eso sería olvidar que ese pelea valía la pena y el país que están dejando no la merece.
Lo cierto es que ese pasado olvidado no es coartada ni excusa para este presente perverso. Y que la Plaza del jueves mostró una escena inequívoca, pero para nada deseable: que la historia y su mejor continuidad están en las calles mientras en la Rosada y aledaños sólo se amañan trenzas minúsculas, indignas de la memoria y la unción que merecen los pañuelos blancos.