Lun 09.12.2002

EL PAíS  › OPINION

Razones de una decisión

Por Néstor Vicente

La importancia que adquiere la tarea del Ente Regulador de los Servicios Públicos de la Ciudad para la mejor calidad de vida de los vecinos de Buenos Aires es fácilmente comprendida. Las dudas de la gente surgen cuando va descubriendo que ese rol no puede concretarse de inmediato, que la instalación total y plena del organismo sigue el camino de la autonomía de la ciudad, dejar de ser una intendencia subordinada al poder nacional para tener características más propias de un Estado provincial. Digamos que el ritmo de la Autonomía no se compadece con la urgencia de estos tiempos atravesados por el hambre, la miseria, la desocupación y la injusticia.
La necesidad de controlar, para impedir el abuso de las empresas y del propio Estado a la hora de prestarles a los porteños esenciales servicios como son la luz, el gas, el agua, la recolección de residuos o el alumbrado público, clama al cielo. Dice con acierto Pasquini Durán: “...el sistema sin control ampara a los más ricos, mata a los más pobres y expropia los bienes y las ilusiones de las clases medias”. Pero la capacidad de controlar, corregir y sancionar se necesita ya, y para el que sufre las consecuencias del maltrato, la baja calidad del servicio o la tarifa desmedida es insuficiente la explicación de que los servicios domiciliarios siguen siendo de jurisdicción nacional y tienen Entes específicos con la responsabilidad de controlarlos, o que el Gobierno de la Ciudad no ha podido instalar una cultura del control superadora de la tendencia de acumulación de poder sin control tanto de los funcionarios como de las burocracias.
El Ente de la Ciudad nació en otra Argentina, en agosto de 2000. Lo hemos instalado ante la sociedad y definimos con reiteración que no éramos neutrales, que estábamos del lado del usuario. Mucho avanzamos y tanto más se seguirá haciendo a pesar de las dificultades. Una de ellas, en mi opinión, es que la conducción colegiada, a imagen de los ámbitos legislativos, no es eficaz en organismos que deben tener capacidad ejecutiva. La constitución de este tipo de directorio ayuda a confundir la política con la politización, entorpece la tarea de generar un Ente con funcionalidad y excelencia técnica y, si bien se aleja la inadmisible tendencia al autoritarismo de las conducciones unipersonales, el contrapunto de posiciones, cuando se convierte en constante, en lugar de enriquecer paraliza.
Esta descripción acotada es, sin embargo, el esbozo de las razones que me llevan a renunciar a la Presidencia del Ente de la Ciudad, porque siento la necesidad y la angustia de responder al principal interrogante de estos tiempos: ¿es posible gestionar en el sentido de los deseos y esperanzas de nuestro pueblo o sólo queda “gritar” desde el afuera frente a una realidad signada por la corrupción y la injusticia?
La respuesta a ese interrogante hay que buscarla cerca de la gente y esa gente descree de la gestión cuando las posibilidades de hacer son limitadas como las del Ente y sospecha que los lugares políticos se defienden por intereses o beneficios personales. Dejo el cargo, entonces, porque no creo en la política convertida en un medio de vida, ni creo que sea suficiente ser honesto, tener alguna capacidad y una probada vocación política. Sólo un proyecto colectivo le da sentido a la opción por gestionar en nombre del bien común, y sólo la voluntad política de producir cambios en la sociedad le da una dimensión superadora de lo individual a nuestro legítimo deseo de protagonizar.

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