EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Después de los picos que tensionaron al Congreso hasta hace pocos días, llegó una calma que dudosamente dure demasiado. Pero no fue por eso ni por otros reposos que este 24 de marzo tuvo una relevancia significativa y, quizá, representativa también.
No fue que las bancadas se llamaron a trastienda, casi con seguridad velando armas hasta después de Semana Santa. No fue que la marcha macro de la economía asentó su placidez, ahora con la felicidad de “los mercados” por el vía libre de Wall Street al canje de deuda. No fue que se anticipa un movimiento turístico record en Semana Santa. No fue que las paritarias arrancan con pronóstico de acuerdos más bien rápidos. No fue que la inflación real no parece formar parte de las preocupaciones centrales, aunque siga pegando duro mientras es cierto que Boudou insiste en tapar el sol con la mano (lo cual no haría de no contar con órdenes superiores, por supuesto). No fue que incluso la Mesa de Enlace campestre se mostró satisfecha tras su reunión con el ministro del área. No fue que por este rato bajó el volumen de las declaraciones rimbombantes. No fue que la casi única excepción consistió en la patética convocatoria de Duhalde, para votar en 2011 la subsistencia o no de los juicios a los militares del Proceso (lo cual le valió el despampanante mérito de ser cuestionado hasta por franjas de la propia derecha). No fue, en resumen, nada de todo ese conjunto de noticias previsibles, o aun de ausencia de información destacada, lo que les dio preeminencia mediática a los actos por el aniversario del golpe; y en particular a los centrales de Plaza de Mayo. Es más: ni siquiera fue que otra vez no se pudo consensuar una movilización única, y que esa circunstancia dio pasto para que (los grandes medios de la oposición) se sirvieran y hablaran de un convite dividido, de aprovechamientos políticos, de zancadillas. No les alcanzó ni de cerca para ocultar la realidad de tanta gente congregada, y mucho más si se la observa con la medida de estos tiempos tan modestos para el ganar la calle detrás de una consigna. No era, tampoco, un recordatorio especial. No era un número redondo ni había un hecho o agenda específicos a los que pudiera atribuirse la propiedad de despertar un entusiasmo superlativo por la participación.
¿Qué fue, entonces, lo que motivó una concurrencia tan llamativa –no sólo en Buenos Aires– y esa impresión de haber sido más fuerte que en otras coyunturas la presencia de gente joven, suelta, no alineada con la militancia en partidos o grupos? Es probable que no haya una sola respuesta, aunque sí la posibilidad de que algunas hipótesis confluyan en un diagnóstico abarcador. Está la gente que va siempre y no es poca, pero eso sólo no es suficiente. Hay una pista, por ejemplo, ya consignada por Mario Wainfeld en su nota del día siguiente en este diario, que fue la novedad de haberse interpelado al rol del periodismo. No a todo, desde ya. Fue dirigido hacia el Grupo Clarín. Y, en eso sí con un marcaje concreto, a la indefinición que rodea al caso de los hijos de Ernestina Herrera de Noble, cuya dilación judicial es un atentado contra “la calidad de las instituciones” que tanto inquieta a los ¿republicanólogos, se les llama como eufemismo por lobbistas? La considerable juntada que hubo hace pocas semanas, en defensa o gratitud hacia el programa televisivo 6, 7, 8 por su discurso contestatario frente a la media de la mayoría de lo que se ve, lee y escucha, puede ser tomado como antecedente. Y si es cuestión de medios, podría descubrirse asimismo la bronca por el empiojamiento que sufre la nueva ley gracias a la acción de las corporaciones afectadas. Al igual que el bloque opositor, fueron a buscar en los tribunales lo que no les sirvió en su política de extorsión periodística. Hasta aquí les va más o menos bien, estimulados con el fallo de segunda instancia de la semana pasada: postergó la aplicación de aquello que insumió 26 años de lucha, para reemplazar la normativa militar con que tan cómodos se ubican los partisanos del periodismo independiente. Fue profusamente anunciado que recurrirían a la Justicia por cuya probidad también claman, y muy fácil de imaginar que encontrarían allí a tanto magistrado sensible a sus intereses.
Podría buscarse en datos o percepciones de este tipo, y en otros como el clima de socavamiento institucional agitado por la oposición en la etapa más reciente, el origen de esta especie de “despertar” protagonizado por muchos que están hartos, o intranquilos, ante el coro sistemático del todo negativo. La cadena privada nacional de los grandes medios sufre, acaso, un tiro por la culata. Y no, únicamente, por la disociación entre la temperatura político-mediática y el andar económico. La sociología, entre otras disciplines afines, explica que un discurso dominante tan homogéneo –-y para el caso tan despiadado– suele provocar que quienes no lo comparten se llamen a silencio, se refugien entre los que consideran los pocos que piensan igual, se sientan entumecidos frente a lo que semeja ser una mayoría aplastante. Pero eso tiene un límite. La cosa es que, por mucho que se quiera buscar el pelo en la leche y agrandar o detenerse en algún exabrupto, en consignas más radicalizadas o más totalizadoras, en las diferentes marchas y caracterizaciones del Gobierno, en la puntualización de lo que falta o en el resaltado de lo conseguido, este 24 de marzo testificó –y con esa potencia cualitativa mayor a otras oportunidades– que hay en la sociedad argentina reservas de conciencia y movilización que tantos creen (y quieren creer) extinguidas. Se puede estimar como casi imposible no ponerse de acuerdo cuando se trata de repudiar la atrocidad inédita representada por la última dictadura. Pero debe tenerse presente que no sólo sucedió la ratificación de ese “piso” de coincidencia, capaz de garantizar no ya la salvaguarda absoluta del régimen democrático sino además la perseverancia, activa, frente a cualquier intentona de impunidad sobre lo actuado en la dictadura. No es que, ahora y hace bastante, pegarles a los milicos salga gratis. Es que alrededor de esos reflejos se estimulan otros, se propaga una lucidez política más generalizada, se actúa más allá de los derechos humanos con el único sentido de denunciar sus violaciones durante el Proceso. La prueba es que lo “respirado” y dicho en las plazas de este aniversario del golpe no pasó solamente por lo generado hace 34 años ni por la reprobación de demoras judiciales. Hubo los apellidos, las listas de grandes empresas, los cánticos, las advertencias, las apelaciones; hubo el alerta, en resumidas cuentas, de que no hay que quedarse quieto porque acecha la amenaza de que el pasado se reinstale mediante los nombres que ayer fueron la patronal castrense. Y hoy, los del respaldo explícito o tácito a las variantes de derecha que persiguen su reinstauración.
Habrá quienes no crean que ese espíritu acometedor sea una gran noticia, por entenderla como en extremo predecible. Uno, en cambio, se siente más protegido. O menos solo.
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