Lunes, 14 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
En apenas siete días, el escenario político produjo un efecto dominó de cierto impacto pero en sentido inverso: las fichas acostadas fueron levantándose y empujando unas a otras. El punto es ver si realmente se trata de hechos sorpresivos, o si son novedades sólo porque materializaron lo esperable.
Para darle contexto, sólo un dato muy significativo. El pasado domingo 6, el diario La Nación, nada menos, encabezó su portada –otra vez: nada menos– con el dato de que más de la mitad de los argentinos tiene expectativas iguales o favorables sobre la evolución general del país para el próximo año (encuesta Poliarquía). En cotejo con últimas mediciones al respecto, la percepción negativa se redujo 22 puntos. Mucho más de uno manifestó su asombro. No por las cifras, que al margen de su precisión situaron en caja lo que el clima social ya revelaba. Es que se hacía difícil entender que el vocero cualitativamente supremo de la derecha ubicara así, con ese despliegue, una referencia de tan grato favor para el oficialismo. Al día siguiente, un mínimo zapping radiofónico exponía cuán absortos estaban comunicadores varios. De haber sido algo más perspicaces (o tal vez lo advirtieron, pero les faltó ánimo para expresarlo), habrían caído en la cuenta de que La Nación no hizo más que poner negro sobre blanco una obviedad, con el objetivo más obvio todavía de prender una luz roja restallante sobre la hibridez del conjunto opositor.
Ese mismo domingo, en las internas bonaerenses de la UCR para cargos partidarios, el hijo de Raúl Alfonsín se imponía con alguna comodidad sobre el denominado “aparato” del partido. Acerca de los vencidos, mucho antes que las figuras de Federico Storani y Leopoldo Moreau (únicos reconocibles hacia afuera), contaba el apoyo que les había brindado Julio Cobos. Los diarios del lunes le dieron al episodio un rango de noticia casi prodigiosa pero no por la extrañeza de que hubiera triunfado el hijo, sino porque el dictamen radical acelera las definiciones electorales 2011 con un ingrediente inesperado. Es más: absolutamente nadie se detuvo, como elemento curioso, en que “Ricardito” había volteado al “aparato”. Interesa, únicamente, que la lid queda entre él y Cobos. Y de allí las especulaciones, en torno de cómo se reposicionan las chances en uno de los tercios de los dos tercios opositores que se enfrentan al tercio kirchnerista. Como entretenimiento de invierno, cual si fuera juego de mesa familiar, es atractivo. ¿Les conviene a los K que haya ganado un apellidado Alfonsín, susceptible de aglutinar votos entre sectores de clase media melancos, creyentes en la reproducción genética de un progresismo vacuo pero incorruptible? ¿O más les convenía que hubiera resultado ganador un Cobos, quien es a todas luces un político mediocre pero en condiciones de unificar la voluntad de eso que llaman “panradicalismo” (o sea: porción de clase media ex medio-progre y vigente medio-gorila)? ¿Logrará el hijo de Alfonsín reagrupar a la tropa de Carrió & Cía., con el concurso de una parte de los socialistas y los dispersos independientes anti K? ¿O era mejor que ese tercio se dirimiera en derredor de Cobos, para que –presuntamente– mantuvieran el beneplácito de los enclaves conservadores que rodean a las ciudades grandes del interior, y a éstas mismas?
Explícito e implícito, eso duró hasta que, a mediados de semana, salió la foto que en verdad querían todos. Los K la deseaban para que quedara registrado, de una buena vez, la impresión causada por cierta gente al verla codo con codo. Y sus enemigos peronistas, para que también resulte claro que finalmente no hay manera de que no se reagrupen si se sienten rodeados. Duhalde, Reutemann, De Narváez, el Adolfo, Solá, Romero, ¡¡¡Toma!!! Es muy fuerte. Faltaba Macri, nada más, que se quedó al margen del retrato pero no se privó de resaltar, poco después, lo “muy bueno” de que se trabaje en “proyectos comunes”. Es muy fuerte por más preparado que se esté y aunque se tenga claro que, salvo por sus torneos de egolatrías, representan un mismo pensamiento. Cualquier matiz que quiera encontrarse entre ellos está a miles de kilómetros de encarnar algo que no sea el resentimiento profundo hacia el kirchnerismo; y la necesidad de derrotarlo como sea, aun cuando no expresen, siquiera, un modelo alternativo al actual. Más bien lo contrario, en algún aspecto, porque el autoritarismo que adjudican a los K es moco de pavo en comparación con lo que escenifica ese colectivo de conservadores. Sobran sus antecedentes. La única excepción es tal vez el Cobos peronista, Francisco de Narváez, de quien no se sabe cosa alguna que exceda al alica-alicate, tanto como el Gardiner mendocino jamás produjo nada superador del voto no positivo. Todos ellos personifican la ideología y las resoluciones que sucesivamente acabaron por incendiar la Argentina. Todos ellos son socios del club que le vació al peronismo lo mejor que tenía, cuando lo hundieron entre los tomos neoliberales, para encima potenciarle lo peor de sus rasgos u ontología fascistoides: el indulto a los genocidas, la alianza con el sector más retrógado de la Iglesia, el connubio con las corporaciones empresarias a fin de controlar a la clase trabajadora. La foto de todos ellos es la foto de esa inmundicia. Y lo es también de los medios y colegas que claman por la calidad institucional y el retorno a “la República”. Carecen de drama para tragarse el sapo imponente de lloriquear en ese rogatorio, rodeado su mensaje por las figuras a quienes otrora endilgaban corrupción, narcotráfico, clientelismo.
Previo a esta sucesión de “apariciones”, había ocurrido el impacto de los festejos bicentenarios. Y tales desperezos son, quizá, el registro que se esperaba en torno de la oposición en su conjunto, acerca de que el país convulsionado y transmitido por los grandes medios de alcance nacional no tiene anclaje en la realidad. Sin embargo, ¿cómo harán para tomar nota de que la sociedad se percibe mejor y simultáneamente plantar un discurso confrontativo, capaz de mostrar un programa de gobierno distinto? Salvo por lo que enseñan los pergaminos de unos y otros, la plataforma económica de sus ideas brilla por ausencia; y tampoco parecerían tener espacio para reinstalar propuestas que den marcha atrás con lo ya plasmado. Los radicales no dicen ni mu y la derecha peronista se remite a cuestionar el sufrimiento del movimiento campestre, a más de los “ataques” a las Fuerzas Armadas y el alerta por la legislación para homosexuales o la “avanzada” abortista.
Muy mal haría las cosas el Gobierno si calculase que esas deficiencias opositoras ya le dejaron libre el camino, gracias a que el buen andar económico y las perspectivas propicias lo resolverían todo. La economía podrá ser la madre de todas las batallas, pero los componentes reaccionarios de esta sociedad son tan considerables como los atributos de alguna progresía para colocarse en el lado equivocado. Huelga recordar el historial respecto de las veces en que se chocó contra la misma piedra.
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