EL PAíS
› OPINION
En las ligas menores
› Por James Neilson
Si la política sólo fuera el arte de convencer a la gente de que blanco es negro y que esquivar una catástrofe debería considerarse una hazaña gloriosa, Eduardo Duhalde y sus allegados van camino de erigirse en auténticos maestros del género. Luego de haber hecho de un eventual pacto con el FMI la meta casi exclusiva de su gestión, se han ufanado de su incapacidad para alcanzar un acuerdo diciendo que prueba que la Argentina puede sobrevivir sin la ayuda de nadie. Tienen razón: una persona puede sobrevivir sin piernas en una cueva alimentándose de yuyos, pero pocos creerían que se tratara de una alternativa deseable. Con todo, el plato más fuerte del menú duhaldista ha sido su intento de hacer pensar que el aumento reciente de la tasa de desempleo es en verdad una baja pronunciada: en algunos países ricos, se da por descontado que la cantidad de desocupados es casi idéntica a aquella de los subsidiados: de aplicarse en ellos el método duhaldista, su índice de desempleo siempre sería cero.
Hasta hace poco más de un año, los había que suponían que si bien la Argentina jugaba en la segunda división, con mucha suerte podría ascender a la primera. Después del descenso acompañado por una multa fabulosa, en cambio, se encuentra en la quinta y, para gratificación de los gerentes, no le va tan mal: ha perdido algunos partidos pero ha ganado otros, lo que, en comparación con lo que le pasaba cuando se enfrentaba a los equipos rudos de la segunda, le parece estadísticamente maravilloso. Además, el DT puede señalar que los salarios de los jugadores son los habituales en la quinta y que de todas maneras hay otros equipos en una situación aún peor de modo que nadie tiene derecho a quejarse por lo magros que son sus haberes.
Desde el punto de vista de la clase política, la voluntad ya difundida de conformarse con poco por miedo a perderlo es sin duda un dato muy positivo, pero no es muy probable que los jugadores y los hinchas hayan olvidado por completo aquellas ilusiones absurdas de antaño cuando soñaban con un futuro menos mezquino. Tarde o temprano el país tendrá que optar entre la resignación tranquila supuesta por dejar las cosas como están y la agitación con toda seguridad peligrosa que le significaría un intento genuino de volver a jugar en una liga mayor. Puede que, aturdida por los golpes feroces asestados por tantas crisis, la Argentina siga actuando como un somnámbulo por algunos meses más, pero sería asombroso que aceptara definitivamente el destino de tristeza que le están ofreciendo los últimos caciques peronistas.