EL PAíS › OPINION
› Por Mario Riorda *
Los argentinos, los políticos y el periodismo han empezado a consumir encuestas preelectorales. La “sondeomanía” incesante nos muestra a cada rato todo tipo de escenarios que pueden acontecer en el 2011. Ello no es novedad en el país ni en ninguna parte del mundo. Sin embargo, lo que sí es novedad es que hay un hecho trascendental y decisivo que está siendo literalmente soslayado: el fuerte cambio de las reglas de juego del proceso electoral. Es desde ahí en donde el análisis de las estrategias electorales y sus consecuencias pueden ser decisivas si no se las considera oportunamente.
Entre muchas otras cosas, la última modificación del sistema electoral vigente ha establecido un sistema de elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias para la selección de los candidatos.
Esta modalidad de elecciones genera cambios tan fuertes que deben ser considerados para poder imaginar probables efectos. Los escenarios considerados están haciendo foco en las posibles performances electorales de la primera y de la segunda vuelta, respectivamente. Ello es correcto y lógico. Sin embargo, reside ahí el gran problema: la performance de la primera vuelta –especialmente– está dada básicamente por el desempeño electoral obtenido en la elección primaria.
Equivale ello a plantear que la Argentina tendrá sí o sí dos campañas electorales de alta intensidad: la primaria y la primera vuelta. Y que en todo caso si nadie obtiene el 45 por ciento de los votos o el 40 con una diferencia superior a 10 puntos respecto del segundo, tendremos no dos sino tres elecciones de alta intensidad a escala nacional.
La particular novedad surgida tras la última reforma política es que el primer esfuerzo electoral debe estar encaminado a obtener el mayor nivel de votos posibles en la primaria. Las minorías tienen ahí su primer escollo: obtener o superar el piso electoral para poder participar de las elecciones generales (1,5 por ciento de los votos emitidos).
Pero para las mayorías hay otro desafío interesante: no imaginar a ese proceso como un trámite legal en donde el candidato favorito puede darse el lujo de pelear con un sparring de menor entidad para legitimarse. Es necesario apelar al máximo poder de movilización partidaria y seducción del electorado independiente con el objetivo de juntar la mayor cantidad de votos posibles. No sólo importa por cuánto gana quien gana, sino que sean muchos los que voten en ese proceso primario y a ese partido o alianza. El resultado obtenido en esta etapa garantiza dos tipos de cuestiones derivadas.
Una es que para el partido que tenga la mejor performance ello le genera un piso de base como promotor de un “clima psicológico favorable” que estimula una percepción de competitividad mayor en la o las etapas sucesivas. Pasar a ser el candidato o candidata del partido más votado en la primaria consolida mayores chances y suele ser un buen punto de partida para romper con escenarios estancos en busca de indecisos para la primera vuelta. Mucho más si hubiera un escenario muy fragmentado con varios competidores.
La otra cuestión que garantiza es que la mejor performance posible de partidarios e indecisos votando en la primaria de un partido imposibilita que huestes organizadas de un partido fuesen “llevados” a modificar los escenarios de otro partido para “votar en contra de”, como especularon distintos analistas. Esa realidad, si se compite internamente buscando obtener el mayor resultado de votos posibles, es poco probable.
Pero sumado a ello, hay otras novedades que pueden hacer más complejo el venidero año. Hay distritos provinciales que pueden votar por separado de la elección nacional y pueden llegar a votar cinco o seis veces (las tres votaciones nacionales más la interna provincial –si hubiese– y la general provincial).
Y como muchas entidades locales tienen autonomía, especialmente aquellas que han dictado sus respectivas cartas orgánicas municipales, podría darse el caso de que un ciudadano pudiese votar hasta siete veces en el 2011 (si al escenario anterior se le agrega la interna y la general para cargos locales).
Esta multiplicidad de elecciones indica que el proceso electoral podría ser largo y el preelectoral también, por lo que la coherencia y la intensidad en las propuestas de campañas deberían dominar desde el primer momento, con el mayor profesionalismo posible. Pero de arranque, la línea argumental y el tono de la campaña no inicia con la primera vuelta, sino con la primaria, que es donde se fundan los cimientos de las propuestas y los tonos comunicacionales.
Antes de pensar en escenarios de segunda vuelta, los “sondeomaníacos” deberían comprender que no importa ya la vida de un partido en singular, sino que con estas reglas electorales siempre hay que vislumbrar el sistema como un todo. Cada pieza mueve necesariamente a las demás por la condición de las primarias: abiertas, obligatorias, pero esencialmente simultáneas.
Se deberán elaborar estrategias de campaña larga, con múltiples instancias y escenarios. Sólo llegarán al final quienes entiendan que no se trata de apostar todo en un solo día, sino de construir un candidato o candidata, y una propuesta capaz de competir varias batallas con extrema coherencia. Y a no equivocarse: las primarias estarán siempre primeras.
* Consultor político.
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