EL PAíS
La paradoja de ser un desocupado emprendedor
Las organizaciones de desocupados mantienen un abanico de talleres, panaderías y otros emprendimientos productivos. Los problemas organizativos y el debate por las ganancias.
› Por Laura Vales
Yolanda Fernández fue enfermera en el Sanatorio Güemes durante 22 años. En 1996 la clínica cerró y ella entró en la pendiente del empleo precario, la ocupación por hora, las changas, las colas para inscribirse en bolsas de trabajo. Hoy integra una de las panaderías barriales del MTD de Almirante Brown, donde trabaja cuatro horas por día como contraprestación de un plan Jefas y Jefes de Hogar de 150 lecops. Para la economía de su casa, el subsidio implica un ingreso tan mínimo que se parece a la nada: un peso con 66 centavos por día para cada integrante de la familia. Sin embargo, dice, en muchos aspectos el esfuerzo de sostener la panadería es una tarea cargada de sentido, en la que invierte mucho más que las horas exigidas reglamentariamente por el Estado. Antes de esta panadería en la que amasan sin máquinas y cocinan a leña, los desocupados de la Aníbal Verón en el distrito abrieron otra que funcionó seis meses, probaron suerte con una carpintería, con una fábrica de prepizzas, hicieron cuadros, y en el camino, un poco a los ponchazos, fueron enfrentando distintos temas relacionados con la cuestión de qué producir, qué tipo de bienes y de qué manera hacerlo. Las preguntas, con diversa intensidad y matices, son las que hoy se debaten en todas las organizaciones de desocupados.
Las agrupaciones piqueteras vienen abriendo panaderías, talleres, huertas y distintas iniciativas productivas como contraprestación de los planes de empleo a lo largo de todo el Conurbano. Para sus integrantes, al comienzo el interés estuvo centrado sobre todo en encontrar la forma de utilizar los planes sin quedar presos del clientelismo. El Gobierno exigía a los beneficiarios cumplir media jornada de trabajo de lunes a viernes, en tareas de limpieza, zanjeos o arreglos de veredas decididos por la municipalidad. En base a ese esquema, las organizaciones fueron armando propuestas para utilizar los planes de empleo en proyectos propios.
“Los primeros emprendimientos los hicimos sin mucho rumbo, la única idea clara era alejarse del municipio y los punteros”, repasa ahora Yolanda. “Muchos nos pusimos a hacer roperos, aunque hubiera más que los necesarios o hiciera falta dedicarse a otras cosas que todavía ni siquiera podíamos ver. Pero después, de a poco, empezamos a pensar en hacer también grupos de trabajo volcados a lo productivo.”
En el abanico piquetero no hay criterios compartidos ni una valoración común con respecto a estas iniciativas. En los MTD de la Aníbal Verón están haciendo con ellas una apuesta fuerte; confían en la construcción de una economía alternativa y en la integración de redes de producción y consumo con otros sectores en lucha. Posiblemente en el otro extremo de la línea haya que ubicar a la Corriente Clasista y Combativa, quienes si bien sostienen grupos de producción los ven como paliativo. “Nos parece que todo es válido para sobrevivir y por eso tenemos microemprendimientos, pero ponemos el acento en la lucha política, muestra pelea es para volver a las fábricas”, dice Juan Carlos Alderete.
En Barrios de Pie, apunta Jorge Ceballos, los emprendimientos se valoran como “importantes para mantener viva la cultura del trabajo, para no quedarse solamente con la lucha por el plan de desempleo, pero todavía no hay un debate saldado sobre el tema”. Para Luis D’Elía, de la Federación de Tierra y Vivienda, es un camino viable sólo de la mano del Estado, “en el marco de un programa de sustitución de importaciones”, es decir en “la línea de cooperativas de trabajo que sean apoyadas con subsidios”.
En la práctica, iniciar un emprendimiento productivo plantea situaciones mucho más escabrosas que lo que parece. ¿Qué hacer, por ejemplo, cuando hay ganancia? ¿Debe repartirse entre los que trabajaron o ir a un fondo común del movimiento? ¿Cómo hacer para que una vez terminada la capacitación no haya gente que decida abrir su propio negocio? “En nuestro caso, discutir los criterios de trabajo fue imprescindible para poder avanzar”, dice Mariano Pacheco, de la Aníbal Verón. “En algún momento tuvimos la idea un poco ingenua de que solamente se trataba de resolver todo en asamblea, donde espontáneamente iban a surgir las mejores decisiones. Después aprendimos que el riesgo era reproducir viejas prácticas y valores, y que para avanzar teníamos que acordar pautas y mantenerlas.” En los MTD, esos criterios incluyen “la propiedad colectiva de las herramientas, la idea de que se produce para cubrir las necesidades de los compañeros y la de que las tareas se hacen sin jefes ni capataces”. La producción se vende a precios diferenciales. El pan se vende casi al costo para los integrantes del movimiento, es diez centavos más caro para el público y se acerca a los de mercado en ocasiones especiales, por ejemplo cuando se hacen festivales para recaudar fondos y se montan puestos de venta de comida. En Almirante Brown decidieron que las ganancias se reinviertan en el emprendimiento, para comprar máquinas o mejorar el lugar de trabajo, en lugar de repartirla entre sus integrantes.
“En Barrios de Pie varía según el grupo”, cuenta Fernando Nizetich, de La Matanza. “En algunos casos se sigue un esquema cooperativo y se divide en partes iguales, se considera como un reconocimiento y un estímulo. En otros todo se destina a los comedores.” Dentro de la FTV, apuntó D’Elía, “se hacen cosas con la idea de que tengan salida al público” y aunque también varía, “en general las ganancias se usan para sostener actividades de la misma comunidad, van a un fondo común que sirve para emergencias”.
Hasta ahora han logrado crecer las iniciativas que producen bienes de primera necesidad, para el autoconsumo o para el propio mercado de los desocupados, como alimentos (pan, verduras, animales de granja, conservas y dulces) y ropa. Sostener otros proyectos, en cambio, ha resultado mucho más complejo. La CCC tuvo una fábrica de zapatillas: “Teníamos una serie de condiciones a favor, como un mercado cautivo y precios bajos, a 4 pesos con cincuenta”, cuenta Alderete. “Además trabajadores capacitados, porque acá muchos de nosotros tenemos oficio, pero la devaluación nos mató. La carpintería también tuvo problemas para seguir comprando los insumos... creemos que son iniciativas que no tienen posibilidades si no hay un cambio en la política económica. Por ejemplo, buscar mercado es engañoso, no tenemos posibilidades de competir.”
Otras organizaciones, con suerte despareja, están probando con bloqueras o imprentas, o tienen proyectos incluso como la apertura de un molino harinero. El Movimiento Teresa Rodríguez está impulsando la propuesta más ambiciosa de crear un Mercado Central Piquetero donde intercambiar productos fabricados de manera autogestiva. Consideran que, especialmente en la Capital Federal, existen amplias franjas de la población con “poder de compra” y disposición a “convertirse en promotores, difusores y consumidores solidarios” de este tipo de productos.
Yolanda Fernández ve al intercambio con otros grupos de trabajo como una necesidad real: en Almirante Brown los MTD mantienen “cinco huertas, dos panaderías, un grupo dedicado al fraccionamiento de yerba de productores cooperativos de Misiones, otro de artículos de limpieza, uno de artesanías, pero todo es hacia adentro”. Hay resultados concretos, señala, en el acceso a los alimentos y en una sensación de seguridad que va reemplazando al vértigo de los primeros años sin trabajo estable. “Sé que mañana voy a comer”, explica, aunque agrega que de la misma manera sabe que no se puede enfermar. Dice que no tiene grandes ilusiones sobre el futuro cercano, pero también que está jugada a sacar adelante su equipo del pan. “Cuando esté segura de que puede caminar solo, posiblemente intente armar un grupo vinculado a la salud; ése es el tema en el que siempre quise volver a trabajar.”