EL PAíS
› OPINION
Aclaraciones
› Por Horacio Verbitsky
Como al elegir a un dirigente nazi para representarlo ante los organismos de derechos humanos o cuando mandó a Héctor Timerman a leer El mercader de Venecia, el jefe de Estado Mayor del Ejército aclaró una vez más ayer que no dijo lo que dijo o que no quiso decir lo que dijo o que no quiso hacer lo que hizo. Así como no sabía quién era su abogado ni conocía el contenido de la obra de Shakespeare, el general Ricardo Brinzoni tampoco tenía intención de reivindicar al ex dictador Leopoldo Fortunato Galtieri.
Según explicó a la amistosa radio Diez, sus palabras en el entierro del héroe de las Malvinas sólo obedecieron al cumplimiento de su deber. Como él es un “general de la democracia” no podía faltar a sus obligaciones, entre las que está rendir honores militares a los ex Comandantes en Jefe. Así lo manda el protocolo, se justificó.
Esta verdad a medias es la peor de las mentiras. El protocolo no le impedía designar a un subordinado para que presidiera la ceremonia fúnebre, ni lo obligaba a pronunciar el elogio del muerto. Lo hizo en forma voluntaria, para transmitir un mensaje a la sociedad y se arrepintió al darse cuenta del repudio que suscitaba, fuera pero también dentro de las filas. Además Galtieri no es cualquier ex Comandante. El indulto de Menem borró la pena pero no el estigma de la condena judicial ni el veredicto de sus propios camaradas, que habían recomendado fusilarlo y destituirlo.
Brinzoni tampoco se limitó al protocolo. Dijo que la acción de Galtieri ya estaba en la historia y que había sido un soldado disciplinado que cumplió las órdenes y políticas del Ejército. Escogió esas frases ambiguas para quedar bien con Dios y el Diablo pero se le volvieron en contra, porque para esas sutilezas hay que tener algo de caletre debajo de la gorra.
Invocar el protocolo por encima de la Constitución, de las leyes y de la moral pinta de cuerpo entero al pequeño Brinzoni. Aun si se tomaran en serio sus ridículas aclaraciones habría motivo de sobra para mandarlo a su casa. En caso de conflicto que requiera el empleo de la fuerza, alguien que se ha demostrado incapaz de expresar con claridad su pensamiento incluso en una breve oración fúnebre es la persona menos adecuada para comandar una institución en la que la claridad de las órdenes es más importante que el protocolo de los honores, el lustre de los zapatos o la posición de descanso.