Vie 17.01.2003

EL PAíS  › RESPALDO MASIVO DEL DUHALDISMO EN SAN VICENTE AL GOBERNADOR NESTOR KIRCHNER

El PJ bonaerense proclamó a su candidato

Con una nutrida presencia de dirigentes de primera y segunda línea en la quinta de San Vicente, el PJ bonaerense proclamó su apoyo a la candidatura del santacruceño.
También se creó el “nuevo espacio peronista”. Kirchner fue el único orador, con un discurso fuertemente crítico al menemismo. “No seré empleado de ningún grupo de interés”, afirmó.

› Por Martín Piqué

Néstor Kirchner vivió ayer su propia versión de aquellos juegos infantiles en los que ganaba quien contenía la risa o miraba sin parpadear. Con paciencia, aguantó todos los desplantes que le prodigaron desde el duhaldismo. Dispuesto a competir en la elección a toda costa, aun si no lograba la estratégica venia de Eduardo Duhalde, terminó ganando por decantación. A pesar de las resistencias y dudas iniciales, se convirtió en el candidato del “nuevo espacio peronista” porque a Duhalde se le acababan las alternativas. Ayer al mediodía, en San Vicente, en medio de un calor agobiante y en un escenario simbólico por excelencia, Kirchner logró reunir en torno suyo a todo el Gobierno nacional –salvo Duhalde, su esposa y el ministro de Salud, que permanecieron en Olivos–, a varios gobernadores y delegados provinciales, y al siempre indócil PJ bonaerense en asistencia perfecta.
El flamante candidato de la corriente “renovadora” habrá soñado con esa escena durante mucho tiempo. A ambos lados lo flanqueaban los gobernadores Felipe Solá (Buenos Aires), Gildo Insfrán (Formosa) y Eduardo Fellner (Jujuy), los ministros Juan José Alvarez, Aníbal Fernández y Graciela Camaño, el diputado José María Díaz Bancalari, los senadores Jorge Yoma, José Luis Gioja y Jorge Capitanich, los vicegobernadores Daniel Gallo (Tierra del Fuego) y Eduardo Galentini (Corrientes) y el eterno intendente de Lanús, Manuel Quindimil, que representaba al PJ bonaerense en su condición de presidente del partido. La imagen destilaba consenso y poder hacia dentro del peronismo, aunque su verdadero gestor se encontraba ausente, en Olivos, por decisión propia.
Las atestadas instalaciones del Museo 17 de Octubre –la quinta que perteneció a Juan Domingo Perón– mostraban una presencia casi exclusiva de dirigentes del PJ bonaerense. Por la sala se veía a intendentes, legisladores y jefes territoriales del PJ. “Kirchner no se puede quejar, acá están los pesos pesados, los medianos y los livianos”, analizaba Díaz Bancalari ante Página/12 mientras repasaba el salón con la mirada. Muchos duhaldistas “de paladar negro” –con la excepción de Osvaldo Mércuri– se exhibían por el museo vidriado y decorado con clásicos de la iconografía peronista: viejos afiches de los ‘50 que recordaban “la pujanza de un pueblo en un gigantesco paso hacia la recuperación nacional”.
Por allí se lo veía al secretario Legal y Técnico de la Presidencia, Antonio Arcuri, que se movía con la autoridad de quien se sabe anfitrión. Arcuri –operador legal de Duhalde para las alquimias delicadas– dejó la intendencia de San Vicente en manos de su esposa, Brígida Malacrida. Rubia, anteojos negros y expansiva, Malacrida habló unos minutos para recibir a Kirchner en nombre de la provincia de Buenos Aires. “Gracias por estar acá, gracias por hacer que este lugar tenga esta piel peronista”, dijo la blonda desde el micrófono. Detrás suyo asomaba la figura de José Pampuro, que se considera, de algún modo, uno de los artífices del “espacio renovador” que apoya a Kirchner.
El acto se había demorado porque en una oficina contigua, lejos de las cámaras, un grupo de legisladores, gobernadores y representantes provinciales –como el diputado santafesino Angel Baltuzzi, enviado en carácter de observador por Carlos Reutemann para preservar la relación con Duhalde– había realizado un primer conteo de los congresales necesarios para suspender las internas, en el congreso del PJ convocado para el 24 de enero. “Tenemos los necesarios, más de 500”, contó a Página/12 uno de los participantes. En esa reunión estuvieron Insfrán, Díaz Bancalari, Galantini, Capitanich, Gioja, Eduardo Camaño, y el ex titular de la SIDE Carlos Soria, quienes se desentendieron de los congresales de Córdoba y Santa Fe porque esa negociación “quedó en manos de Duhalde”.
Con un retraso de media hora, Kirchner se largó a hablar luego de que su locutora oficial, Miriam, leyera un documento al que llamaron “documento fundacional del espacio renovador” y que había sido redactado por su esposa, la senadora Cristina Fernández, junto a una senadora mendocina.Sentada en primera fila, a dos sillas del diputado Jorge Obeid, la titular de la Comisión de Asuntos Constitucionales seguía todo con gesto serio, impasible a las miradas, los flashes y las cámaras. Entretanto, el discurso del candidato se concentraba en tres puntos: una fuerte crítica al neoliberalismo encarnado por la gestión de Carlos Menem, una defensa moderada de la tarea de Duhalde –que incluyó la cita de una frase presidencial (“no vamos a dar un paso atrás”)– y la promesa de llevar adelante un gobierno que tenga “legitimidad de ejercicio”.
“A nosotros nos duele la Argentina que nos dejó la década del 90”, remarcó Kirchner para generar la primera ovación de la jornada. Díaz Bancalari y el secretario de Cultura, Rubén Stella, festejaron con aplausos, mientras que otros funcionarios, como Aníbal Fernández, Juanjo Alvarez y el secretario de Deportes Daniel Scioli se mostraban serios y no exhibieron gesto alguno que indicara aprobación. En tanto, Kirchner seguía cargando contra el menemismo y descartaba de plano una tregua con el riojano. “Podría estar hablando con hipocresía y hacer el discurso de los políticos tradicionales, podría estar a un costado buscando un abrazo simbólico para tratar de demostrar una seudounidad de acción, de concepción con quienes han representado al peronismo y quieren volverlo a representar. Pero sería faltarles el respeto a los argentinos.”
La frase funcionaba como un reconocimiento de que el peronismo, de hecho, ya está dividido. De este lado del palco, más cautos o más enfervorizados, festejaba un amplio arco de dirigentes a quienes la coyuntura –y la imagen negativa que Menem obtiene en los sondeos– ha puesto del lado de Duhalde. Los intendentes Alberto Balestrini (La Matanza), Julio Alak (La Plata), Hugo Curto (Tres de Febrero), Mariano Arregui (Moreno), Alberto Descalzo (Ituzaingó), se mezclaban con históricos dirigentes bonaerenses, como el influyente constructor de escuelas Hugo Toledo, y autoridades provinciales como el senador Jorge Busti y el titular del PJ entrerriano, Pedro Guastavino. Hasta último momento la presencia de Busti no estaba confirmada. Su llegada le dio a Duhalde otro motivo para festejar.
Kirchner no se cuidó a la hora de criticar al menemismo. Fue explícito cuando aseguró que “nunca más quiero sentir la vergüenza y el dolor de ver que nuestros dirigentes sean María Julia Alsogaray, Kammerath o Alderete” y volvió a cargar cuando nombró por primera vez a Menem, a quien definió como “el mejor alumno del proyecto económico que se inició en el ‘76”. A la hora de las críticas, incluyó a Fernando de la Rúa (“No me voy a escapar en un helicóptero por la puerta trasera de la Casa Rosada”, dijo) y diferenció al frente renovador del PJ de lo que fue la Alianza. También dejó una frase que interpeló a varios de los presentes, que recordaron viejos tiempos, muy viejos a juzgar por los automóviles que se veían por la quinta: “No me interesa ser presidente de cualquier manera. No vengo a ser empleado de ningún grupo de interés. Antes prefiero volver a pegar carteles con engrudo y pintar paredes con aceite”.
El lanzamiento tuvo una respuesta multitudinaria, si se mide entre la dirigencia del PJ. No había gente común, y se veían muy pocos militantes de base. Esa composición revela que, por ahora, la gran alquimia de Duhalde –a quien ayer le elogiaban sus últimos movimientos– deberá validarse ante la opinión pública y en las urnas. Eso es, justamente, lo que monitorean sin pausa desde la Casa Rosada. Porque todavía falta el último movimiento, que es elegir al vice que acompañará a Kirchner. En San Vicente, ese puesto tenía un solo nombre: Chiche, la otra gran ausente, cuyo nombre sonaba por todos lados, como un secreto que ya no es.

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