Sáb 18.01.2003

EL PAíS  › OPINION

La Renovación necesaria

Por Eduardo Sigal *

Como era de esperar, la crisis va separando las aguas de la política argentina. Se dirá que muy poco de la enorme fragmentación interna de los grandes (y no tan grandes) partidos, obedece a cuestiones de proyecto de país, de valores y de programas. La facciosidad atraviesa nuestro sistema político: es el resultado de una larga etapa de mercantilización y vaciamiento ideológico que recorrió todo el arco político del país.
Sin embargo, la idea de una profunda renovación de las prácticas partidarias no puede resultar indiferente para quienes aspiramos a una democracia efectiva, es decir un régimen que asegure derechos básicos de ciudadanía al conjunto de los habitantes del país. De esa renovación depende en gran medida la posibilidad de recuperación de una estabilidad sólida y eficaz, con capacidad para reestablecer mínimos principios distributivos en un país devastado por la pobreza, la exclusión y el hambre.
La historia de los procesos de renovación política, de creación de nuevas configuraciones institucionales muestra que estos cambios no surgen de la nada. No son patrimonio de personas y grupos ajenos a la política; no hay una reserva de hombres y mujeres probos esperando el agotamiento de los elencos políticos existentes. Existe sí la posibilidad de mejorar los principios de selección en el interior de los partidos alentando la participación ciudadana en un contexto de reglas claras y transparentes. Para alcanzar ese propósito tiene mucha importancia el modo en que se desenvuelve el proceso crítico que hoy atraviesan los partidos y la suerte que corran aquellos actores que promueven procesos de autotransformación en su interior.
Existen indicios de que en la actual convulsión del justicialismo está naciendo una divisoria de aguas político-ideológica muy trascendente para el futuro político argentino. La posibilidad de que un importante sector del peronismo –heterogéneo y movilizado por razones muy diversas– asuma la tarea de impulsar una amplia unidad política alrededor de un programa de producción, empleo, reparación social y recuperación institucional no debe ser observada con indiferencia por el campo político progresista. Se puede y se debe intervenir sin esperar procesos puros ni rectilíneos. También ha ocurrido más de una vez en nuestra historia que quienes formulaban en la teoría proyectos transformadores quedaron atrapados en una visión dogmática incapaz de capturar la complejidad de los procesos políticos.
En la resistencia que contra el proyecto de un frente nacional, popular y progresista se desarrolla entre los sectores del justicialismo más comprometidos con el proyecto de convertir a nuestro país en un apéndice de los planes imperiales de Bush y el clan republicano gobernante en Estados Unidos, así como entre aquellos que se resisten a abandonar una práctica política clientelar y prebendaria, está la muestra más clara de lo que se está jugando. Es mucho más que la suerte de un partido lo que está en disputa. Es el futuro político del país, que es una manera de decir el destino de millones de hombres y mujeres expulsados de la más elemental condición ciudadana.

* Senador del Frente Grande.

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