Sáb 18.01.2003

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

CORAJES

› Por J. M. Pasquini Durán

Como una confirmación de que ocupa, así sea por un rato, el centro de la escena, el gobernador Néstor Kirchner dejó de ser apodado “Tristán” por sus compañeros, que aludían a cierto parecido físico con el cómico de ese nombre, para devenir en “papá coraje” desde las primeras líneas de su discurso de proclamación, en el que además aclaró que “tengo lo que hay que tener”. Estas alusiones genitales son bien recibidas en ciertos círculos del peronismo, quizá por fidelidad a una tradición inaugurada por el fundador del Movimiento que recibió el mote de “Potro” o tal vez sólo por la homofobia de machos argentinos. Hasta ahora, en verdad, nadie pudo demostrar que los testículos sean indispensables para gobernar ni que garanticen el tipo de coraje requerido para el buen gobierno. De todos modos, la ciudadanía quedó advertida que este precandidato a la sucesión presidencial considera que esos atributos de género forman parte de las virtudes que lo adornan.
Hay duhaldistas ortodoxos desencantados porque, en la comparación, siguen pensando que el mandatario provisional es, a la vez, el mejor proyecto de sucesión. Para ellos, el Presidente no deja de acumular méritos, entre los que incluyen el acuerdo transitorio con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que pateó los vencimientos de la deuda para adelante. El mismo Duhalde no cesa de prodigarse elogios y augurar futuros tiempos felices. Ayer no más aseguró que el país pasó de terapia intensiva a intermedia, como signo de recuperación. A pesar de los augurios, dicen los leales más cercanos, el Presidente es el más dubitativo a la hora de decidir sobre la sucesión, a lo mejor porque en las encuestas, que recibe como si fueran la voz del oráculo, las opiniones negativas sobre su gestión siguen en rangos elevados. Debe ser por la obstinación de la mayoría de la población que insiste en juzgar la realidad por sus tormentos cotidianos en lugar de apreciar las sutilezas de la baja del dólar o los términos de la carta intención firmada con el FMI que, por otra parte, no está difundida al público, ni siquiera a los legisladores que en este asunto, igual que en muchos otros, son de palo.
Tanto Duhalde como la cúpula del partido de gobierno acunan dos obsesiones: asegurar la continuidad justicialista en la Casa Rosada y expulsar a Carlos Menem de la competencia. Kirchner dejó constancia de su antimenemismo. La pesadilla recurrente que los tiene mal dormidos es que el ex presidente pueda ganarles las internas, convirtiéndose en el candidato obligado del peronismo. Esta es la razón última para que sigan inventando métodos sustitutivos –lemas, sublemas, semilemas– a fin de evitar ese resultado que los desvela. Desde afuera de esos círculos, parece una especulación más paranoica que realista. ¿Cómo imaginar que los más desamparados y las clases medias puedan sentirse tentados a confiar, por tercera vez, en el mismo hombre que fue uno de los arquitectos principales de la actual decadencia argentina?
Aunque parezca increíble, más de un encuestador registró esa intención de voto entre nostálgicos del argendólar y entre los más pobres de memoria corta y tradición larga. Por supuesto, si Menem tiene alguna chance la responsabilidad hay que buscarla primero en la incapacidad del sistema político para renovar ofertas y recuperar la credibilidad o las expectativas de los votantes. Para juzgar la eventual gestión futura del marido de Cecilia, bastaría con advertir que su propuesta más firme es la dolarización de la economía, que suprima el peso nacional y coloque al país en la esfera privilegiada de la moneda dura. ¿Puede ser? La referencia que está a la mano es el Ecuador donde se realizó la conversión monetaria, pero las consecuencias las acaba de enumerar el flamante presidente Lucio Gutiérrez en su mensaje de asunción. “Ochenta de cada cien ecuatorianos –puntualizó– vive bajo la línea de pobreza, y deellos la mitad en la pobreza crítica”. Agregó: “Setenta de cada cien niños del campo sufre de desnutrición crónica, que generará para su vida adulta capacidades mentales disminuidas”. Recordó Gutiérrez el despilfarro de “treinta mil millones de dólares por concepto de exportación petrolera y otros dieciséis mil millones de dólares de ingreso adicional por endeudamiento”. ¿Alguien quiere más sopa?
“Más de lo mismo producirá los mismos resultados y nosotros expresamos ¡ya basta!”, prometió Gutiérrez. “Sin cambio no hay esperanza”, aclaró, del mismo modo que Lula en Brasil alertó que “la palabra clave es cambio”. Estas consignas suenan en los oídos optimistas como anticipos de un renacimiento de América latina, después de tanta noche. Aquí también hay discursos con las mismas palabras, pero ninguno logra el mismo nivel de credibilidad que en Brasil o en Ecuador. Aparte de los motivos locales que fundamentan la desconfianza, el peso específico de Estados Unidos en el pensamiento de la mayoría de los políticos es una tara que retarda la búsqueda de nuevas rutas, esas que llevan a los cambios. No es para menos: la Casa Blanca está copada por fundamentalistas de la supremacía blanca, tan dogmáticos y peligrosos como los espectros que agitan para explicar su voracidad guerrera.
Es nauseabundo el olor a petróleo de la presunta cruzada por la libertad y son para preocuparse los síntomas de recesión económica, aumento del desempleo y corrupción en las cúspides de enormes corporaciones, porque esto significa que buscarán soluciones en las aventuras militares y pedirán a la América latina que subsidie a costa de su propio retraso la crisis que ellos no pueden evitar. Así fue en la década del 80, la “década perdida” de América latina. Es cierto: el mundo ya no es el mismo que entonces, pero el actual ¿es mejor? Quizá la evocación del antiimperialismo de aquel tiempo sea un puro ejercicio de nostalgia para esta época de pragmatismo sin escrúpulos, pero al menos habrá que reconocer que sólo el esfuerzo de cada uno permitirá afrontar los desafíos del presente y que la cooperación en ámbitos como el Mercosur es la mejor vía para encontrar nuevas oportunidades. Tal vez estas proposiciones resulten modestas y opacas en comparación con las refulgentes épicas revolucionarias de aquellos tiempos, pero hará falta mucho coraje, del bueno, decencia y dignidad para cumplirlas sin bajar los brazos ni doblar las rodillas.

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