› Por Horacio González *
Como entró en la gran escena política, así se fue, de súbito. Protagonizó años decisivos de la vida nacional que no serán olvidados fácilmente. La mitad de su formación política provenía de las formas tradicionales y los cenáculos previsibles. La otra mitad era inesperada, sin cartilla previa, pensada y actuada frente al abismo. Néstor Kirchner fue un político abismal. No quiso abandonar las fuentes ya instauradas de las corrientes colectivas, pero su intranquilidad se notaba a cada paso. Era la intranquilidad del que sabía que había que inventarlo todo de nuevo y sin embargo preservaba ese espíritu novedoso en el ropaje de palabras asentadas en antiguos ritos argentinos.
Muchas veces se le criticó –le criticamos– ese repertorio desigual. Esa mezcla –pues, como casi todo en la Argentina, fue político de mezclas y heterogéneas composiciones– bullía todo el día, en avance, retroceso, al conjuro de las circunstancias. Pero este hombre intranquilo e ingenioso se las arreglaba para dejar en cada momento oscuro –que abundan y abundarán– una pequeña señal de esperanza. Se vislumbraba quizás en su estilo desprolijo, en su voz deshilachada, en sus señales de disgusto permanente frente a lo real y lo crudamente existente. Lo escuchamos hombres y mujeres que veníamos del fracaso nacional y, sin haberlo conversado nunca entre nosotros, percibimos que en su intranquilidad, en sus simpáticas pifias, en su rostro de personaje burlesco e incisivo, arraigaba el deseo de indicar otros caminos aún no transitados. Las palabras parecían muchas veces ya dichas, pero las promesas de novedad –que se arropan generalmente en odres viejos– era fácil identificarlas.
No le salía fácil el espíritu épico y fue cáustico o irónico donde otros hubieran reclamado grandes definiciones frente al cielo abierto de la historia. Pero con su estilo salido enteramente del eclecticismo nacional, de retazos de militancia estudiantil, de reflejos asamblearios, de paciencias infinitas hacia vetustos personajes y situaciones, de lenguajes populistas, a veces pastorales, siempre latinoamericanos, convencidamente renovadores, iba calibrando desde la asombrosa minucia hasta las grandes estructuras, donde actúan los cacicazgos reconocibles en el país. Hizo lo que le gustaba y lo que no le gustaba, fiel a las famosas recomendaciones que suelen destinarse al hombre político.
Como todo político que es irreversible en su vocación, intentaba no mostrar en ebullición sus pasiones. Los que no lo quisieron inventaron casi exclusivamente para él el concepto de “crispación”. No sabían que Kirchner fue del linaje político más respetable, el de los que intentan el arte y la dificultad de dominar sus pasiones más intranquilas. Arte e intranquilidad que son la política propiamente dicha. Su conversación era de cuño popular, gustaba de la chanza, no se acostumbraba con facilidad a las malas noticias y no le faltaba el consabido alfilerazo contra los que lo desafiaban.
Recrudecerán ahora las acechanzas, practicadas por una nueva derecha que aprendió a hablar diferente, que coquetea con temas de izquierda que le son prestados a veces irresponsablemente. Sabemos que persisten las tramas oscuras del pistolerismo político en el país, con matones que circundan la política, todo localizado en pliegues bien conocidos. Se deberán imaginar nuevas respuestas, será necesario darle nuevos contenidos al discurso político de la transformación social, se reclamarán necesarias reformulaciones y nuevos espíritus frentistas para hacer frente a los que se frotan las manos ante la evidencia de este vacío.
Un líder político, es cierto, puede ser una brizna en el vendaval. Pero la ausencia de Kirchner confirmará una vez más que las vidas, los cuerpos, la respiración de las personas tomadas en singular son uno de los signos capitales de la memoria común. Dijo que era un hombre corriente en circunstancias excepcionales. Esta frase quizás ayude para comprender que las circunstancias excepcionales que seguiremos atravesando precisarán nueva templanza por parte de la Presidenta en su dolor –que deberá ser acompañada por renovadas y reconstituidas fuerzas sociales– y por parte de un conglomerado humano que, si ahora no se hace más amplio, depurado e imaginativo, tendrá que saber que corren peligro todas y aún las más tímidas de las reformas emprendidas.
Es momento de catarsis, como decían los antiguos, es hora de depurar las pasiones y replantear las conciencias. Cuando decimos que Kirchner fue un político abismal se desea significar que había profundidad y vertiginosidad al mismo tiempo. Todo se hacía rápido, en el extremo de la decisión y a veces al compás de contingencias y casualidades. Kirchner pasará al memorial de las tareas argentinas como el signo de lo aún incumplido y de lo que hay que defender. De todos, de cada uno, de los de aquí y los de allá, aumentarán las responsabilidades ante el severo axioma de que se ha ido el hombre que fue hijo de una contingencia y se declaró constructor de realidades. Así es la política: el diálogo entre lo contingente y lo constructivo. Dejándose llevar por estas evidencias, que a su vez se lo llevaron, recordaremos y honraremos a Néstor Kirchner.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
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