EL PAíS › LA MISA DE BERGOGLIO
› Por Soledad Vallejos
“Hoy venimos a rezar por un hermano nuestro”, afirmó el cardenal Jorge Bergoglio poco después de haber comenzado la celebración del responso por el ex presidente. Cerca de él, un hombre no calló su desa-cuerdo. Gritó “¡Hipócrita!”, y la indignación que le imprimió llegó hasta el fondo de la nave principal de la Catedral porteña. No fue el único caso, aunque tal vez sí el más notable. Sin embargo, ni el rabino Sergio Bergman ni el ex vicejefe porteño Enrique Olivera se mosquearon. Tampoco la diputada Gabriela Michetti, quien apenas terminar el oficio religioso dio una conferencia de prensa dentro del templo, cerca del altar, rodeada su silla de ruedas por un enjambre de cámaras y curiosos atraídos por las luces.
En cierto sentido, podía decirse que el final de la misa había cerrado un círculo: los casi 40 minutos de oraciones y definiciones del cardenal habían dado inicio un minuto después de la llegada de Miche-tti. Ni un segundo antes. El arzobispo porteño, como lo indica el protocolo religioso, vestía enteramente de púrpura. Idéntico color se repetía en el pañuelo que la diputada de PRO, de gafas oscuras –se las dejó durante todo el oficio–, jean, zapatillas y cartera animal print, llevaba al cuello.
Bergoglio repitió en un par de ocasiones dos ideas: que Kirchner había obedecido un mandato popular y que la muerte borra las discrepancias. En ambos casos, la palabra del jerarca eclesiástico resaltó cuánta dimensión podía resonar en esas palabras. La muerte, dijo, “es arrojarse en las manos del Padre”, un “empezar de nuevo”. “Uno muere solo, pero están esas manos de Dios, junto a una familia que lo acompañó en su vida, mujer, hijos”. Por todos ellos y “sus amigos”, señaló, “hay que pedir al Señor”. También por “sus compañeros de militancia del Movimiento Justicialista, Confederación de Trabajadores y tantos otros”.
Al fondo de la Catedral, los desplantes se replicaban de tanto en tanto. “Me voy porque no me gusta la falsedad”, susurró a los veinte minutos de iniciada la misa un señor mayor, pelado, de anteojos. En una de las últimas filas de asientos, una señora de rodete impecable y uñas coloradas lo miró de reojo. Seguía la misa con fervor, acompañando los momentos de oración con las manos hacia el cielo, como en los oficios evangélicos. Decenas de turistas entraban, escuchaban algunos minutos, se retiraban. Enfundado en una bandera argentina, un señor de bigotes apenas respondía a lo que oía: la vista perdida, el gesto desanimado. Con una bandera flameando a la espalda, otro hombre murmuraba no tan bajo camino a la salida.
“Las banderías claudican frente a la contundencia de la muerte”, se atajó el cardenal antes de referir a “sus opositores, porque es necesario ese trabajo en conjunto” en la vida política. “Todo el pueblo tiene que reunirse en la oración”. El ex presidente “cargó sobre su corazón, sus hombros y su conciencia la unción de un pueblo que le pidió que lo condujera. Sería una ingratitud que ese pueblo, esté de acuerdo o no, olvidara que este hombre fue ungido por la voluntad popular”.
No fueron las únicas condolencias del ámbito religioso. La Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal, presidida por Jorge Casaretto, sostuvo en su pésame que “es un tiempo para la importancia de la vocación, la participación, el compromiso político”. La propia Conferencia Episcopal, en otro comunicado, “lamentó profundamente” el deceso. La Comisión Nacional de Justicia y Paz manifestó “su más sentido pésame, acompañando como argentinos y hermanos por medio de la oración a la familia presidencial y a todo el país”, mientras que la diócesis de Río Gallegos pidió también “elevar nuestras oraciones” por el “eterno descanso, por su familia y por nuestra Patria”.
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