EL PAíS › EL JUEZ DE LA CORTE SUPREMA RAUL ZAFFARONI HABLA SOBRE KIRCHNER
La relación del Poder Judicial con el kirchnerismo. El futuro. El recuerdo del momento en que el ex presidente le ofreció postularlo como ministro del alto tribunal. “¿Vos me conocés?, le preguntó Zaffaroni.
› Por Irina Hauser
El día que Néstor Kirchner le ofreció ser juez de la Corte Suprema, el primero del histórico recambio, Raúl Zaffaroni se quedó “mudo”. Tiene el recuerdo intacto. “Era algo que no había entrado en mi proyecto existencial”, explica a Página/12. Pero, además, semejante proposición –pensó– sólo se le podía ocurrir a alguien tanto o más “transgresor” que él mismo. “¿Vos me conocés?”, le preguntó al entonces Presidente. “Quedate tranquilo”, le respondió, en tono bromista. La relación entre ellos, para colmo, había empezado muy mal, con fuertes críticas del penalista a la reforma constitucional de Santa Cruz que establecía la reelección indefinida. Aunque no se veían con asiduidad, Zaffaroni se sorprendía de cómo Kirchner lograba “que uno se sintiese como si lo hubiese conocido siempre”. Hoy, asegura el juez supremo, ese hombre que solía tener “una actitud humilde que lo hacía ‘querible’” ya “renace como un mito” que “entra a jugar en la política” y “ni los medios ni nadie pueden evitarlo”. Ese sentimiento de irrealidad que invadió a tanta gente al conocerse la noticia de la muerte de Kirchner, también le tocó a Zaffaroni. “La sensación –describe– fue de desconcierto ante lo inesperado del hecho. Pero tuve dos sensaciones, además: la personal, la afectiva, siempre me pareció un buen tipo, ‘querible’ por así decir; otra, la política, aunque uno no participe activamente, es obvio que no puede dejar de valorar el vendaval que la desaparición del precandidato con mayor intención de voto causa. Además, Kirchner fue el más importante político de la década, no es fácil predecir las consecuencias de su desaparición. Y, en lo personal, sesenta años hoy no es nada, se es joven, pensás que tenés más años, la fragilidad de la vida. En otro orden, te salta la idea de que en pos de la política, del estrés permanente, de la lucha, exigió demasiado a la máquina, pasó por sobre su propia resistencia física.”
–¿Cómo fue que conoció a Kirchner y en qué devino la relación?
–La relación no empezó bien, sino con una fuerte crítica de mi parte a la reforma constitucional de Santa Cruz que establecía la reelección indefinida. Después de años lo volví a encontrar cuando se anunciaba su candidatura, conversamos un largo rato, un poco sobre todo, en particular sobre las instituciones, los problemas estructurales, la necesidad que iría a tener de hacer un gobierno de transición, etc. Estábamos apenas flotando en la crisis. Después hablé un par de veces, cuando me ofreció el cargo y cuando me entregó el decreto con el nombramiento. Con posterioridad hablamos algunas veces, pero no mucho, nos encontrábamos en algún acto, no tenía un diálogo permanente con Kirchner. Era un tipo con mucho sentido del humor también. Nos encontramos hace poco más de un año en Olivos, la última vez nos vimos en San Juan en ocasión del congreso de ciencia política. Después hablamos una vez por teléfono, muy brevemente. Siempre me trató con mucha deferencia y respeto, creo que nos llevamos bien pero sin una intimidad ni mucha frecuencia de trato.
–¿Y cómo llegó a ofrecerle un lugar en la Corte?
–La verdad es que yo nunca había soñado con integrar la Corte, más aún, considero que conforme a las pautas tradicionales, nunca había “hecho los deberes” para eso. No cultivé la imagen del “mesurado”, no lo soy mucho que digamos en algunos aspectos. Un buen día me llamó un ministro de Kirchner y me invitó a ir a verlo con cierta urgencia. Creí que tenía algún problema que resolver. En cuanto llegué, me largó que habían hablado y si yo aceptaría ser ministro de la Corte.
–¿Usted cómo reaccionó?
–Me quedé mudo, primero porque no tenía idea de lo que Kirchner imaginaba que ocurriría al proponerme, segundo porque era algo que nunca había entrado en mi proyecto existencial. La verdad es que me asumo como un tanto transgresor, pero sólo un presidente más o menos simétrico (o que me superase) podía proponerme. Al día siguiente conversé con Kirchner y, sinceramente, le pregunté si realmente me conocía, no quería hacerle asumir riesgos en que no hubiese calculado o pensado. Mi pregunta la tomó a broma, pero en realidad iba en serio. Creo que en análogo tono me respondió que me quedase tranquilo, que me conocía bien y por eso me propondría.
–¿Por qué aceptó si no lo tenía en los planes? ¿Qué le atrajo?
–Hay ofrecimientos que imponen deberes. Si alguien critica no puede negarse cuando le dicen que entre al ruedo, de lo contrario pierde legitimidad. En ese momento dije que era una “carga pública”, y lo sigo pensando. Hace exactamente siete largos años, desde el 31 de octubre de 2003 que vengo sintiéndolo, no lo dudes.
–¿Qué significaba Kirchner como líder político?
–Sin duda que se fue como persona, pero dada su centralidad en los últimos diez años, es obvio que renace como mito. Un hombre relativamente joven o al menos en plenitud, luchador, tenaz, que abusa hasta la muerte de sus limitaciones físicas en la lucha política, que abrió frentes donde nadie se había animado y que desaparece de repente, creo que nada le falta para renacer como mito. Es casi inevitable.
–¿Le sorprendió la respuesta colectiva, del común de la gente, que generó su fallecimiento?
–No me extraña en absoluto la reacción popular: hasta ayer era una persona, hoy es un mito.
–¿Un mito como Perón, como Evita?
–Ningún mito es igual a otro ni borra otro. Los mitos forman parte de la vida de los pueblos, surgen en su historia, se enlazan con las primeras y las últimas páginas de los libros de historia, las que se perdieron. No se pueden comparar entre sí, cada uno es original porque responde a un momento diferente.
–¿Qué cambió a partir de Kirchner en el Poder Judicial?
–En cuanto a la Corte y al Poder Judicial, soy protagonista de lo que pasa, creo que no puedo incurrir en valoraciones, es cosa que debe evaluar la sociedad. Por mi parte, trato de hacer las cosas lo mejor que puedo y nada más.
–¿Fue un error la reforma del Consejo de la Magistratura?
–No lo sé, el Consejo de la Magistratura nació mal en 1994, no está constitucionalmente claro cómo se integra ni cuál es su competencia y, por tanto, siempre es opinable lo que se haga al respecto.
–¿Cree que desde ahora va a cambiar la relación del Gobierno con la Justicia?
–La relación del Ejecutivo con el Judicial en general y pese a muchas exageraciones, ha sido respetuosa. No dejará de serlo. Si Kirchner o la Presidenta se sintieron molestos alguna vez, bueno, tienen todo el derecho a decirlo y a criticarnos, del mismo modo que como ciudadano me reservé siempre todo el derecho a criticarlos a ellos. Ninguna función pública, por alta que sea, nos priva de los elementales derechos de la ciudadanía. Cuando sienta que pierdo ese derecho me voy y pienso que la misma sensación deben haber sentido Kirchner o la Presidenta cuando algunos pretendieron que no pueden criticarnos.
–¿Qué cambios intuye que va a haber en el Gobierno, en la oposición y los medios?
–Es obvio que va a haber cambios, es un golpe fuerte, la política argentina tiene una dinámica que desafía cualquier imaginación, todo cálculo a mediano plazo deviene fantaciencia y mucho más cuando se produce un hueco de esta magnitud. Se trata de un hueco, una ausencia personal, que es reemplazada de repente por un mito, nadie puede impedir el nacimiento del mito, son cosas que salen del sentimiento y los medios ni nadie puede evitarlo, pero que entran a jugar en la política. No creo que nadie pueda hacer “previsiones muy previsibles”, ahora el sentimiento popular arrastra a la política, más allá e incluso a pesar de los dirigentes. La historia nos demuestra esto.
–¿Pero imagina que el mito bastará para sostener al kirchnerismo?
–No me animo a predecir nada, entran en juego dos planos muy diferentes, el de la realidad y el mítico, interactúan, son acontecimientos que desafían a la imaginación.
–Cuáles son las huellas que considera más destacables de la gestión de Néstor Kirchner?
–Creo que Kirchner restableció la confianza en el país, en el futuro, en la posibilidad de consolidar y ampliar la base de ciudadanía real, en que el Estado social no es un recuerdo del pasado sino una realidad que hay que defender y consolidar, fue la contracara de la última década del siglo pasado.
–¿Sus virtudes y defectos como dirigente?
–Como virtud, su forma de hacer política. Kirchner, igual que Alfonsín, buscaba el trato personal con la gente, no era un político mediático, sino que iba por todos lados y se contactaba con las personas en forma directa, personal. Se movía por todo el territorio. Kirchner y Alfonsín, en este sentido, fueron la antípoda del político-espectáculo, la forma de hacer política que espero cunda en el futuro, a la que hay que volver. ¿Defectos? Bueno, no se los atribuyo a él, en general son los del presidencialismo, es la función que a veces condiciona errores. En lo político, creo que a veces abría demasiados frentes de lucha al mismo tiempo. Aunque en lo personal me parecía un tipo muy capaz para hacer alianzas y tranquilizar a la gente, creo que en ocasiones se fabricaba algunos enemigos innecesarios. Pero no sé, no hablábamos muy frecuentemente, por eso no conozco todas las motivaciones, los detalles, no tengo el cuadro completo de la situación en cada caso. Es sólo una impresión. Pero bueno, ahora es un mito.
–¿En qué está pensando cuando habla de “enemigos innecesarios”?
–Creo que en el caso del llamado conflicto “con el campo” hubo un poco de precipitación, me parece que hablando un poco más con algunos sectores se los podía tener del otro lado. Tal vez me equivoco, es una impresión, por ahí los acontecimientos se precipitaron y no quedó otra alternativa, no viví el conflicto desde adentro, pero pienso que siempre hay que extremar más la posibilidad de negociación.
–De aquellas charlas o encuentros aislados que mencionó que compartió con Kirchner, ¿qué le queda como recuerdo?
–Hablando con Kirchner impresionaba mucho la capacidad de comunicación, tenía una actitud humilde que lo hacía “querible”, instaba a la confianza, era un tipo de posiciones firmes pero nunca arrogante, conseguía que uno se sintiese como si lo hubiese conocido siempre. Traté a varias personas con ribetes de liderazgo. Está el perfil del prócer, tipo De Gaulle; está el del perfil paternal, tipo Alfonsín; Kirchner respondía a un perfil fraternal.
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