EL PAíS › EL TESTIMONIO DE MARíA ISABEL D’AMICO, HERMANA DE DOS DESAPARECIDOS DE LA JP
Con la audiencia comenzó la segunda etapa del juicio en el que se investiga el secuestro y asesinato de Gastón Gonçalves. D’Amico contó la participación de Patti en el secuestro de sus dos hermanos.
› Por Alejandra Dandan
Los juicios de lesa humanidad recomenzaron. Pero esta vez, sobre las rejas de la entrada a los antiguos basurales de José León Suárez, donde se siguen las audiencias del juicio al ex policía Luis Abelardo Patti, las banderas hablaban de los últimos días. “Verdad, Memoria, Justicia”, decían las pintadas rojas. “Compañero Néstor, hasta la victoria siempre.” Como cada lunes y jueves, el Tribunal Oral Federal de San Martín volvió a ocupar los lugares en el estrado para juzgar a Patti, al ex comisario Fernando Meneghini y a los condenados generales Reynaldo Bignone y Omar Riveros por los crímenes contra un grupo de militantes políticos de Escobar y de Garín. En la puerta del auditorio se paró temprano el hermano de Tilo Wenner, otra de las víctimas, para pensar cómo pedirles a los jueces un minuto de silencio en homenaje al ex presidente. El debate se inició poco después. No hubo homenajes, pero entre las sillas estaban los familiares de las víctimas, los sobrevivientes y las organizaciones sociales y de derechos humanos de la Comisión de Campo de Mayo, demostrando de alguna manera que el mejor homenaje era volver a estar ahí.
Con la audiencia comenzó la segunda etapa del juicio. Tal como sucedió hasta ahora con la reconstrucción de las condiciones en las que fue secuestrado y asesinado Gastón Gonçalves, empezaron a ventilarse los datos de los hermanos Luis Rodolfo y Guillermo D’Amico, de 26 y 17 años, militantes de la Juventud Peronista, secuestrados el 10 de agosto de 1976 en la casa de sus padres. Luis estaba casado. Su mujer, una de las testigos del día, estaba embarazada de dos meses. Esa criatura fue una mujer, que estaba también sentada en la sala de audiencias. La primera testigo del día sin embargo fue María Isabel D’Amico, la hermana de ambos. “¿Que qué vengo a buscar? –preguntó a uno de los fiscales–. Estoy acá porque ¿sabe lo que quiero? Los restos de mis hermanos, queremos mucho que me digan dónde están, que me den los restos, que me digan dónde están para poder vivir en paz.”
En ese entonces, María Isabel trabajaba en la fábrica de neumáticos Fate de San Fernando. En un momento, su jefe la llamó a la oficina de personal para contarle lo que había sucedido en lo de sus padres: “Pasados los primeros momentos, después de que me atienden en la enfermería por el shock, llamamos a la familia”. La casa estaba en Garín. María Isabel llegó cuando todo había pasado. Sus padres le contaron que “un grupo de seis o siete individuos armados llegaron a eso de las 13.30 en cuatro autos, irrumpieron preguntando por mi hermano Luis Rodolfo”.
El grupo entró dividido en dos. Unos por el frente, otros por el corredor de la medianera que tenía una salida atrás. “A mi padre lo agarran del cuello, a mi madre la zamarrean; mi hermanito Guillermo estaba al lado de ella, y uno de los tipos le dice: ‘Vos también venís’. A mi hermano mayor lo tiran boca abajo en el piso, le presionan la espalda”, dice y no dice más. Se queda callada. Espera que pase la angustia y vuelve a empezar.
“En ese momento estaban almorzando. En la casa estaba mi padre, mi madre, mis dos hermanos, una tía, Rosa D’Amico, que estaba de visita, y una anciana de origen lituano que vivía con nosotros porque estaba sola y mi hermano mayor la había recogido de la calle.” Lo que sucedió desde ese momento lo reconstruyó después a través de los relatos de sus padres, que han declarado en la instrucción, pero ahora están muertos. O con los relatos de un grupo de vecinos, algunos de los cuales se acercaron a declarar, pero muchos no lo hicieron porque todavía tienen miedo.
Explicó: “Mis hermanos eran militantes de la Juventud Peronista, al menos lo tengo claro del mayor. Yo también en una época, cuando era muy joven, militaba”. Y describió: “La saña con la que trataron a mis hermanos, porque los sumergían. En el fondo había un tanque de agua, con agua de lluvia para riego que se juntaba en esa época porque en casa no teníamos agua corriente. Siempre estaba casi lleno. Allí les sumergían la cabeza una y otra vez a mis hermanas como para ahogarlos mientras los golpeaban con las armas”. Al otro día, “saqué del agua un manojo de cabellos de ellos, y bueno, lo dejé ahí, porque pensé que en unos días iban a estar de vuelta”.
Dentro de la casa había dos hombres, algunos en forma rotativa. Entre ellos, reconoció a Patti. “Mi madre me dijo en distintas oportunidades que Luis Patti estaba adentro, mudo, en un rincón.” Josefa le preguntó por qué se los llevaban. “Y él no contestaba y después se fue para afuera, y también por testimonios de vecinos sabemos que estuvo ahí.” Patti era una persona conocida. “Era un tipo muy violento, patotero, tenía ensañamiento con la gente joven.” Una vez, su hermano más chico se lo encontró cuando estaba sentado en un bar, frente a la estación de Escobar. “Si vos no vas a la peluquería –le dijo Patti–, te corto el pelo yo en la comisaría.” Era un personaje, agregó, que se movía en Escobar y Garín, donde también se movían ellos. A pesar de que era un tipo joven era temido por los jóvenes por su actitud. Una noche, contó, ella acompañaba a unos tíos hasta la parada del colectivo. Como se usaba en la época, en las calles del barrio donde no había luces, los vecinos se acompañaban con algún perro o una linterna. María Isabel andaba con su perro. “De pronto, para un patrullero, nos apunta, nos revisan y ahí estaba Patti preguntándonos.”
Ese 10 de agosto en la casa de sus padres, su madre le preguntó a uno de los integrantes del grupo de tareas a dónde se llevaban a sus hijos. Ellos les dijeron a Campo de Mayo. “Se fueron –dijo ella–. A mi hermano mayor lo subieron a un baúl de un auto, y a mi hermanito en la parte trasera de otro, donde vecinos me contaron que había otro chico, Daniel Souto, que había sido secuestrado ese día a las 7.30 en la estación de tren.”
El testimonio de María Isabel no terminó ahí, pero hasta ese momento no sólo había logrado dejar establecida la participación de Patti en el secuestro de sus hermanos. También le dio solidez a la declaración de sus padres, testigos y víctimas directas, ya declarantes, pero quienes sólo pueden ser incorporados a la etapa oral por la lectura de sus viejas declaraciones porque están muertos. Además, conectó el caso con Campo de Mayo. Un eje que luego profundizó.
María Isabel no había declarado hasta ahora. El domingo a la noche, dijo, terminó de reunir los papeles con viejos hábeas corpus y presentaciones que se ofreció a dejar a los jueces. “La espera –dijo– duró cuatro o cinco años, hasta que empezamos a darnos cuenta, bah, mis padres hasta el día que se murieron siguieron esperando, yo hacia el ’81 empecé a tomar conciencia de que estaban muertos, además de todas las barbaridades.”
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