EL PAíS › EL APORTE DE UNA PISTA
Fernando Caivano estuvo desde un jueves hasta un martes en El Vesubio. Luego lo llevaron al Olimpo por unos días. En el baúl del auto en el que lo trasladaron se encontró con un muchacho que había sido salvajemente golpeado. Al que había sentido gemir y delirar, volvió a decir, y al que en un momento dado escuchó decir: “Soy puntano, quiero vino y soda”.
Eso era lo que esperaban, metros atrás, cuatro hermanos. Carlos Luis Mansilla era militante de la JP y vivía en Buenos Aires. Lo secuestraron el 29 de septiembre de 1978 y, aunque está en las listas de desa-parecidos y su familia hizo gestiones con hábeas corpus o visitando a Emilio Graselli en la capilla Stella Maris, ubicada paradójicamente frente a los tribunales, nunca encontraron un solo testigo que haya podido ubicarlo en algún centro clandestino. Hace sólo tres meses apareció la posibilidad de un dato, primero en Córdoba y luego con la declaración en la causa de El Vesubio de Cecilia Ayerdi. Aquella amiga y compañera de Caivano que ahora es antropóloga del EAFF se presentó a declarar en el juicio. Antes de hacerlo, le preguntó a Caivano si podía dar su nombre. Le dijo, además, que eso significaba que tal vez lo iban a llamar. Caivano aceptó. Ayer en la audiencia daba esos primeros datos a esa familia que todavía no sabe si ese puntano es Luis Mansilla pero que eso del vino y la soda lo vuelve posible.
“En el baúl del auto –continuó él– estaba ese chico, y tratamos de acomodarnos los dos, yo pensé que nos iban a fusilar.”
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