Mié 03.11.2010

EL PAíS

¿Y ahora qué?

› Por Washington Uranga

Fue la pregunta que casi al unísono lanzaron desde todas las usinas editoriales de la oposición mediática con la clara intención de mostrar que la muerte de Néstor Kirchner poco menos que dejaba al país a la deriva. Estos mismos analistas, autotitulados independientes, no pudieron explicar a sus audiencias el fenómeno popular del reconocimiento a Kirchner y, simétricamente, las muestras de respaldo a la presidenta Cristina Fernández. Un rápido repaso a los titulares de los diarios o a los editoriales de los periodistas que hacen las veces de sostén ideológico discursivo de la oposición, permitirá observar de qué manera fueron procesando la sorpresa, bajando el tono de las críticas. Mientras tanto, construyeron en forma simultánea una argumentación acerca de los efectos políticos de la muerte y un pronóstico de otra muerte súbita, en este caso atribuida a lo efímero que puede resultar este reflujo de popularidad del Gobierno una vez que se salga del impacto emocional generado por el deceso del líder político.

Pero resultó sumamente difícil explicar a propios y extraños cómo es posible que, de acuerdo con el escenario construido por ellos mismos, las mayorías que hasta un día antes cargaban a Kirchner con “imagen negativa” y poco menos que pedían la destitución de Cristina Fernández, hayan salido a la calle para decir lo contrario.

Salvo, claro está, que se haya estado omitiendo durante todo este tiempo una parte importante de la realidad. Es decir, la opinión y las posiciones de un sector significativo de la población. El mismo que, sin distinción de clases sociales ni edades, salió a la calle para demostrar su dolor, su angustia y su esperanza. Hombres y mujeres cuyos puntos de vista no caben en las pantallas de los medios “independientes” ni en la “objetividad” de los análisis políticos de los columnistas estrella de la oposición mediática, algunos de ellos y ellas ex “progresistas” hoy devenidos en funcionales al poder de los grupos mediáticos concentrados.

En un libro de reciente aparición, Filosofía de la comunicación en tiempos digitales (Biblos), el filósofo Mariano Ure sostiene que, “según el paradigma clásico, solamente la omisión voluntaria es imputable moralmente. Claro, ésta es un ‘acto humano’ –agrega–. Lo que no se dice, sin embargo, es que la mayor parte de las omisiones involuntarias en realidad no son tales, puesto que son reacciones con rango de hábito que el agente adquiere por medio de la repetición de omisiones voluntarias”.

Tantas han sido las omisiones voluntarias que se han convertido en un hábito, quienes las cometen se autoconvencen de la mentira y terminan dando por cierto lo que es evidentemente falso.

La corriente de agradecimiento y reconocimiento que se visibilizó hacia Néstor Kirchner y Cristina Fernández y al modelo político que ambos representan no es un hecho nuevo ni totalmente imprevisto. Sí es un dato invisibilizado por los medios de comunicación. Que los jóvenes reconozcan de nuevo la política como un ámbito de reivindicación y de lucha por la justicia tampoco puede ser una realidad que surgió de la noche a la mañana. Estaba ahí, era parte de la vida cotidiana y de la historia. Tampoco se veía. También se había invisibilizado.

Es la omisión recurrente. Es la “repetición de omisiones voluntarias” que adquiere el “rango de hábito”, usando los términos de Ure. Es la mentira sistemática que, por insistencia, intenta transformarse en verdad por reiteración, por redundancia. Hasta que un hecho extraordinario como el que vivimos abre una brecha en el dique y la verdad, esa sí tan genuina como compleja y llena de contradicciones, irrumpe en el escenario público sin arbitrajes mediáticos. Las pantallas quedaron perplejas y las imágenes fueron tan exuberantes que no dejaron el mínimo resquicio para las interpretaciones. La contundencia de lo real demolió y desbordó todas las categorías que hasta horas antes intentaban dibujar el escenario de un gobierno cada día más aislado y arrinconado.

Ahora el Gobierno no es ni mejor ni peor que antes. Los errores son los mismos y las virtudes idénticas. Pero lo que había sido invisibilizado se hizo evidente por la irrupción en escena de los propios actores populares y ciudadanos. Pareciera que el escenario político del país cambió tan rápida como imprevistamente. Pero no es así. Lo que ahora se ve estaba allí, siempre estuvo. Aunque no nos hayan permitido verlo, aunque lo hayan ocultado en forma sistemática. Hizo falta un hecho tan traumático e inesperado como es la muerte de un dirigente político, para permitir la visibilidad de lo que, por imperio de la repetición de “omisiones voluntarias” había dejado de existir (mediáticamente).

Vale entonces devolver la pregunta: ¿y ahora qué?

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