EL PAíS › OPINION
› Por Alberto Sileoni *
Al caminar las calles de una ciudad dolorida por la muerte de Néstor Kirchner, me he reencontrado con la emoción y la esperanza, juntas, en el desorden que traza lo repentino, marcando los rostros de miles de jóvenes. A esa emoción he sumado la mía y la de tantos compañeros que marchamos codo a codo, y en esa marcha, a veces silente, otras explotando en el grito que sube desde el alma, esa presencia juvenil nos conmovió, nos animó, pero no nos sorprendió. No nos sorprende a los educadores ver que muchas veces los jóvenes ya están en ese lugar hacia adonde nosotros les señalamos el camino; llegaron antes, incluso a veces por caminos más simples e incluso, a veces, llegan a otros lugares que no imaginábamos.
Allá por los ’70, comprometido, como tantos otros, en la construcción de un mundo mejor, creí imprescindible sostener valores de solidaridad y participación política. Pero nunca pensé que esos valores, que aún sostengo, fueran mejores de los que tienen las nuevas generaciones. “Uno se parece más a su época que a su padre”, dice un refrán que siempre vuelve a mí, cuando pienso estas cosas.
Los jóvenes que lloraron a Néstor son parte de una generación que ha vuelto a creer que la política es la única herramienta posible de transformación de las sociedades. Ni las abstracciones de las gerencias sin ideas, ni las administraciones que se pretenden axiológicamente neutras, ni mucho menos, claro está, las armas genocidas, el odio o la exclusión en cualquiera de sus formas. Es la política, que está llamando y convoca a cada uno de estos jóvenes que gritan un momento, lloran otro, callan y siguen avanzando por la ciudad despidiendo a quien les devolvió la posibilidad de ser –y lo diré como alguna vez lo aprendimos– “artífices de su propio destino”.
Ese sentimiento de volver a creer en la política se debe, entonces, y entre otras causas, al proceso que Néstor Kirchner comenzó en 2003 en nuestro país. El invitó a los jóvenes argentinos a la construcción de una sociedad distinta, mejor, más justa. Los invitó a sumarse a una épica de los sueños: “No voy a dejar los ideales en la puerta de la Casa de Gobierno”, prometió, y cumplió a rajatabla. También los convocó, con su prédica y con el ejemplo de su acción, a construir un camino autónomo, sin tutelas, a no tomar una sola medida en contra de los que menos tienen, a cumplir el mandato de nuestros padres fundadores de hacer de América nuestra patria común.
La escuela argentina está en proceso de cambio. Somos conscientes de lo mucho que hemos avanzado, pero también sabemos que la calidad educativa debe mejorar, que los alumnos deben aprender más. Sin embargo, estos gestos de solidaridad y compromiso que demostraron miles de jóvenes argentinos quizá demuestren que hay muchas cosas que los educadores argentinos están haciendo bien. Interesarse por el otro, ocuparse de nuestros hermanos, participar con pasión de la política, son actitudes que la democracia argentina está construyendo en ellos y con ellos, y éste es un bien que marcará sus vidas y permitirá que la cadena de las generaciones argentinas se suceda con virtud y no con egoísmo, con orgullo y no pensando en el horror de un pasado abominable.
Por decisión de nuestra presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, en muy poco tiempo, en todas las escuelas secundarias argentinas habrá canales de participación democrática, tales como centros de estudiantes, consejos de aula y otros. Es una forma tangible de que el compromiso que sostienen estos jóvenes no quede en expresiones de deseos, en frases más o menos ingeniosas, en tinta o en nada.
Los jóvenes se dan cuenta cuando les mentimos o cuando les prometemos cosas que de antemano sabemos que no vamos a cumplir. No creen en lo que decimos, creen en lo que hacemos. Por eso estuvieron frente a la sociedad entera llorando y agradeciendo a aquel que les cumplió, que no los defraudó. Fueron a recordarnos, que a pesar del dolor de la muerte, la vida jamás se declara vencida.
* Ministro de Educación de la Nación.
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