› Por Francisco Meritello *
Durante todo el día, antes de ir al velorio de K., tuve una sensación de angustia en el cuerpo que no llegaba a entender muy bien. Para los que no lo saben, durante casi dos años trabajé muy cerca de Néstor, más puntualmente sus primeros 16 meses de gobierno, y luego me distancié, no sólo de él y de su gobierno sino de la política, actividad o vocación que formó parte de mi vida desde los 18 años.
En la Plaza vi a miles y miles, en su gran mayoría eran más chicos que yo, pero lo que estaba más que claro era que en su totalidad era gente humilde, hacían colas larguísimas, lloraban, cantaban. Los sentimientos eran encontrados, por un lado una gran tristeza y por el otro una firme esperanza, esperanza en una continuidad de la cual hoy más que nunca se sienten parte.
Nadie de los que allí estaba (y eran muchos) pedía ni reclamaba que cambien; por el contrario, el mensaje unísono era el de “sigan, fuerza, los acompañamos”. Estando ahí recién me di cuenta de que la angustia que tenía se me había ido, empecé a comprender que aquellos dos años fueron los más felices de mi vida política, que todo lo que no me gustó después se había desvanecido en ese momento para dejarle lugar a la revalorización de las cosas que hice o viví con Kirchner presidente. Me acordé del tipo jodón que era, del que nos decía denle para adelante cuando le proponíamos cosas con las que pensábamos que nos iba sacar corriendo. Porque había que tener huevos para cambiar la Corte menemista, autolimitarse para designar a los nuevos integrantes; echar y juzgar a los policías corruptos incluyendo a su jefe por primera vez en la historia. O me acordé del tipo con convicciones de fierro a la hora de dar una pelea en la que creía (llevar a la Justicia a los genocidas de la dictadura, sólo por dar un ejemplo).
La imagen que me queda es ésa y tardé más de cinco años para darme cuenta de que estos argentinos necesitan agarrarse de todo lo bueno más que de lo malo, para tener esperanzas, para tener un futuro, que todo lo anterior fue terrible comparativamente e hizo que todos estos años hayan sido un bálsamo en la vida de cada uno de ellos, que como nunca miles de jóvenes ven a la política no como una mala palabra sino como la herramienta para cambiar la realidad y en un minuto me di cuenta de que lo que me había alejado durante todo este tiempo se había ido, en un minuto un maremoto de caras humildes me recordó por qué soy peronista, por qué todo lo que estoy diciendo lo sentí al verlos ahí, parados, caminando, llorando, cantando, esperando, agradeciendo... nunca más claro, el peronismo es un sentimiento, ese sentimiento casi lleno de sabiduría que sólo los humildes pueden expresar.
Ahora me pregunto, después de haber leído decenas de comentarios o notas, pidiendo cambios o hablando del momento bisagra para dejar atrás las formas de la confrontación: ¿tan difícil es comprender al que piensa diferente y tolerarlo sin querer cambiarle la forma de pensar?
A todos los que nacimos en una situación privilegiada con respecto a las oportunidades que tuvimos en la vida, nos es muy difícil entender que la inseguridad no nació con los Kirchner, que es fruto de años y años de políticas de exclusión, de dejar generaciones y generaciones afuera del sistema, padres sin laburo, hijos sin laburo, nietos sin educación que vieron cómo sus padres y los padres de sus padres se quedaban afuera del sistema.
Durante años, muchos de nosotros, los de mi generación (los de 40), mirábamos para otro lado mientras pasaba eso y no porque no fuéramos sensibles; desde el poder nos decían que debíamos tener éxito a cualquier precio, que nos fuéramos de viaje y compremos de a dos. Nuestra generación perdió, vivió la peor de las derrotas culturales, una derrota moral y la indiferencia.
No es un tema que se arregla en un día, fuerzas de seguridad que estuvieron y están más emparentadas estructuralmente con el delito que con la función para la que fueron creadas, militares genocidas que exterminaron a una generación desde su poder de Estado, ¿es tan difícil de comprender?
Bueno, ese día entendí que hasta que no se respeten las diferencias, sin yegua, sin atorrantes festejos por muertes, sin querer cambiar al que piensa distinto, no vamos a crecer como sociedad, pero también aprendí a entender la realidad mirando a mi pueblo y sintiéndome parte de él, en síntesis, volviendo a ser peronista. Y fui feliz.
* Director ejecutivo de la AM 750
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