EL PAíS › OPINION
Las víctimas, de un solo lado. Sus estrategias de supervivencia. Macri, entre la subejecución y la xenofobia, pasando por la incompetencia. La Metropolitana, alardes desmentidos, amenazas y proclamas racistas. La Federal, también sospechada. Acciones, omisiones y rectificaciones del gobierno nacional. El regreso de la política y un enfoque mejor de la seguridad.
› Por Mario Wainfeld
Cuesta organizar el relato y el análisis de todo lo sucedido. Quizás el mejor punto de partida sea hablar de las víctimas fatales. No son las únicas, pero sí las más graves. Al cierre de esta nota, como dato adicional sobre el descontrol y la ausencia del Estado local y el nacional, se debate si fueron tres o cuatro. Como fuera, los muertos y heridos graves pertenecen a un mismo sector: el de los ocupantes del Parque Indoamericano. Humildes, mayor aunque no exclusivamente inmigrantes de países hermanos. Personas, familias que, compelidas por la necesidad extrema, ejercitan una (tan riesgosa como racional) estrategia de supervivencia que incluye la usurpación de terrenos. Ocupan el espacio público, como lo hicieron otros colectivos sociales (los asambleístas entrerrianos de Gualeguaychú, los familiares de las víctimas de Cromañón, las patronales agropecuarias) porque, como ellos, saben que la acción directa “paga”. Pero se arriesgan mucho más que los otros en cada movida, porque moran en el último peldaño social. Están “jugados” porque así les cabe defender sus derechos y porque (aunque suene paradójico con tanta sangre fresca) tienen “poco que perder”.
Brutalidad policial, pasividad ulterior, racismo de arriba ejercitado por el jefe de Gobierno Mauricio Macri, racismo “de abajo” de vecinos intolerantes, bandas organizadas que impusieron su ley durante casi dos días. Todo se pudo ver por televisión, un espectáculo macabro en el que los medios dominantes se alinearon con la derecha porteña, obsesionados con cargar acríticamente todas las responsabilidades sobre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
La parte del león de la culpa, sin embargo, le cabe a Macri. Las policías bravas (ambas) están en el banquillo. El gobierno nacional también tiene responsabilidades por excesos policiales y omisiones políticas, que (mejor tarde que nunca) decidió rectificar drásticamente. Tratemos de desbrozarlas.
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Todo lo que es PRO: La enunciación de los errores, manipulaciones, inoperancia, intolerancia, actos de barbarie y racismo del macrismo es contundente. Repasemos los más notorios, en orden cronológico.
- Una gestión orientada a la “gente linda” y a “sus” espacios públicos. El Sur, los pobres, son el último orejón del tarro. Palermo Viejo o las plazas de zonas de clase media se ven bien. Afrenta llamar “espacio verde” al Indoamericano.
Hay cosas peores, claro, entre tantas la subejecución record del presupuesto de vivienda y la desatención durante tres años de las demandas de los ocupantes de villas o barrios carenciados.
- La promesa chanta de titularizar dominios, acollarada con la idea de llevar las elecciones al inminente marzo. Se volanteó ese planteo irrealizable, induciendo a los que ahora tilda de “ocupas” a rebuscar un modo de acceder a ese derecho.
- Con la toma realizada, obsesionarse con la salida represiva, como único medio imaginado.
- La falta de profesionalismo y capacitación de la Policía Metropolitana. El PRO alardeó sobre ese cuerpo de excelencia, que fracasó en toda la línea. El 18 por ciento de ejecución del presupuesto de vivienda es una cifra que supera otras referencias. Los números de la Metropolitana, también. Tiene 1800 o 2000 integrantes, según distintas versiones. En el brutal desalojo participaron menos de cien. Unos pocos quedaron a cargo del parque y no fueron capaces de mantenerlo desocupado. Luego, Macri confesó impotencia y dejó una guardia testimonial, un puñado de patrulleros. El líder de PRO explicó que fueron desbordados.
La Metropolitana, se pretendía, era una “policía presencial”. Cuando hizo falta para separar a grupos ciudadanos antagónicos no destinó el 10 por ciento de sus efectivos y Macri clamó por la presencia de la Federal. El jefe de Gabinete, Horacio Rodríguez Larreta, fue más específico: quería la Infantería. La represión otra vez, arrogándose la potestad de conducir una Policía ajena, en parte para tirarle a Cristina Kirchner eventuales “costos” de desbordes.
La Metropolitana está, además, acusada de haber asesinado a Juan Castañeta Quispe. La culpa penal es rigurosa, debe probarse. Esto dicho, la voz de las víctimas merece escucha. Y el cargo es consistente con las bravatas lanzadas por la policía porteña, escuchadas por centenares de sus destinatarios: “Bolivianos de mierda, váyanse de acá que los vamos a matar”.
- La nula disposición a negociar con los ocupantes y el damero de organizaciones sociales que representan a una buena fracción de ellos, que no a todos.
- Por último, sólo a los fines enumerativos, las declaraciones xenófobas (y un consecuente programa de acción, casi una plataforma electoral) culpando a los inmigrantes y coqueteando con militarizar la acción policial. Una estigmatización cruel, de densa raíz ideológica. Claro que hay ciudadanos que piensan parecido, eso potencia la gravedad de la palabra de un gobernante democrático. Atizar las peores pasiones y prejuicios puede, incluso, ser un exitoso imán de ciertos votantes. Pero es un discurso repudiable que, en medio de la incertidumbre y del fragor, acicateó respuestas feroces, indignas de la mejor tradición argentina. Hipócrita, Macri les pidió a “los vecinos” que no apelaran a la “justicia por mano propia”, incongruencia insalvable con su descripción del “otro”: ventajero, vago, privilegiado por leyes antipatrióticas, cómplice de los narcos.
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Mauricio y el conflicto: En todos los conflictos que afronta, el macrismo sigue un derrotero similar. Con los docentes, con los alumnos, con los gremios y artistas del Teatro Colón, sobreactúa intransigencia, niega mesas de negociación. Acusa a sus interlocutores de politizados, de desmedidos sean estos maestros, estudiantes o bailarinas de ballet. Los conflictos se radicalizan, espiralizan y eternizan. Culpa entonces a algún demiurgo externo, en algún punto retrocede y zurce mal.
En promedio, es incapaz de internalizar que en los conflictos la contraparte agudiza sus reclamos y busca sacar tajada. Ese es el contexto obvio, en una sociedad pluralista, combativa y reivindicativa. Ignorar su abecé descalifica a Macri como gobernante.
Sus adversarios, empezando con el kirchnerismo, le atribuyen objetivos aviesos. El cronista no niega del todo teorías sobre mala fe de Macri pero cree que su incompetencia es innegable.
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Entre la represión y la pasividad: El gobierno nacional también cometió errores serios, que ahora comienza a desandar. La conducta de la Policía Federal osciló entre dos extremos aciagos: la represión desbocada y la pasividad. Da la impresión de no haber puntos intermedios.
El desalojo fue una pésima operación. El operativo conjunto entre las dos Policías es una táctica desaconsejable, que siempre termina en cortocircuitos. No hay precedentes de cooperación ante una situación tan delicada y peligrosa. Tampoco hay protocolos vigentes que pauten modos de obrar.
La Federal fue violenta en su accionar, golpeó a mansalva a los ocupantes, disparó balas de goma con saña. Dos muertos consagran el fracaso y abren sospechas enormes. El fiscal a cargo de la pesquisa, Sandro Abraldes hizo lo debido: apartar a los federales de la investigación. El tema se comenta con más detalle por separado (ver nota aparte en Página/12).
La inacción policial ulterior, por manda del poder político, también es una falta grave. Las usurpaciones, según las normas vigentes, son competencia de los tribunales porteños. Pero cuando un hecho deriva en crímenes comunes, cometidos a la vista de la ciudadanía, se exige intervención inmediata.
En verdad, se ha producido un resquebrajamiento respecto de una encomiable línea maestra del kirchnerismo, eficaz y virtuosa en los primeros años: no reprimir la protesta. Los actores le han tomado la mano, tiran de la soga a niveles extremos, la recurrencia del obrar estatal subleva a otros ciudadanos. En menos de dos meses, colmo de colmos, han muerto cinco personas en movilizaciones, lo que habla de una pérdida sensible de eficacia.
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La Presidenta reaccionó con demora, pero en el mejor sentido. Organizó un encuentro con Macri y organizaciones sociales. Lo convocó de arrebato y se esmeró en concretarlo, una anécdota lo ilustra. Juan Carlos Alderete, referente de la Corriente Clasista y Combativa (CCC), recibió la urgente invitación estando en González Catán. La Casa Rosada lo hizo buscar con un helicóptero para que pudiera llegar a tiempo. El encuentro fue solicitado por la CCC y otras organizaciones como el Frente Darío Santillán. Suelen igualar, en sus planteos, al kirchnerismo y al macrismo. Pero, cuando actúan, reconocen diferencias: con el gobierno nacional se puede hablar, con el porteño no.
La propuesta de salida fue pura iniciativa de la Rosada y abarcó presencia de Gendarmería y Prefectura, combinada con un “desembarco social” que incluye censos, propuestas para los reclamantes, búsqueda de soluciones. Los ministros Aníbal Fernández y Florencio Randazzo ofrecieron una solución habitacional con esfuerzo compartido: la nación conseguiría terrenos para edificar viviendas, que sufragaría la Ciudad. Macri se negó, argumentando no disponer de fondos. De cualquier manera, la necesidad primaria de “paz social” parece encauzarse aunque cualquier chispa puede echarlo todo a perder.
Crear un Ministerio de Seguridad es reconocer, implícitamente, que el esquema previo fracasó. Desde el vamos, cree el cronista, era un error una megacartera que aunaba Justicia, Seguridad y Derechos Humanos. Demasiadas competencias y contiendas posibles, porque las mayores violaciones de derechos humanos provienen de las fuerzas de seguridad. De facto, Aníbal Fernández seguía teniendo a su cargo la Seguridad, relegando al ministro Julio Alak a un rol secundario. Un nuevo ministerio, con tareas ciclópeas pero necesarias, es un paso adelante. La trayectoria de Nilda Garré la califica como promisoria para el cargo. Se trata de poner bajo control político a las fuerzas policiales que, en los hechos, se autogobiernan. Las consecuencias son palpables. El de-safío es mayúsculo.
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La Presidenta expresó, en público, su cuestionamiento a la “mano dura”, reproche que concierne a la propia Federal. En la Rosada se la reivindicó en exceso, durante demasiado tiempo.
Los asesinatos de Ferreyra, Rosemary Churapuña, Bernardo Salgueiro y Castañeta Quispe revelan que esa confianza era inmerecida y equivocada. El Jefe de Gabinete fue uno de los mayores defensores de la Federal y de su titular, Néstor Vallecca. Llegó a pronunciar declaraciones apresuradas y descolgadas después del crimen de Ferreyra. La Presidenta recibió a la familia del joven militante asesinado en estos días. Los acogió con calidez y les garantizó que se investigaría a fondo. Los asistentes no le habían pedido nada especial salvo que sondeara sobre el comportamiento de la Federal.
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Hechos terribles e irreparables ya sucedieron. De cara a ellos Macri, su mentor, nada hizo salvo atizar el fuego. La Presidenta eligió rectificar sus errores, buscar una solución pacífica y negociada, privilegiando la faceta social del conflicto. Y tomar el toro por las astas para saldar largas deudas sobre política de seguridad.
El saldo de la semana es, más vale, desolador y doloroso. Los reflejos racistas de un prominente líder opositor, con el que concuerdan muchos ciudadanos y comunicadores, agregan su cuota de hiel.
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