EL PAíS › COMO FUERON LOS INCIDENTES INICIADOS POR UN GRUPO DE JOVENES
Los desmanes fueron iniciados por un pequeño grupo que entró a la fuerza en la estación. Luego, otras personas se sumaron a la violencia. Hubo piedrazos, algunas fogatas y saqueos a comercios. La policía reprimió con agua y gases, pero no balas de goma.
› Por Emilio Ruchansky
Los pasajeros sabían del corte de vías de los trabajadores tercerizados y militantes de izquierda en Avellaneda; la sorpresa la dio un pequeño grupo de jóvenes que entró por la fuerza en la estación Constitución, que a esa altura estaba cerrada. Levantaron la cortina de una entrada lateral y, una vez dentro, incendiaron tachos de basura, rompieron cabinas telefónicas y otras instalaciones de la estación. La policía logró sacarlos, pero afuera siguió la violencia. Durante casi tres horas, hubo pedradas y saqueos. Según fuentes policiales, hubo 34 detenidos durante el operativo, en el que se usaron carros hidrantes y gases, pero no se disparó con balas de goma. Al menos trece personas resultaron heridas, ocho pertenecen a las fuerzas de seguridad.
Minutos antes de que llegaran los refuerzos policiales, alrededor de las 18, ocho pibes corrían por Lima, una calle lateral a la estación, cargando las cajas de zapatillas y ropa deportiva. Iba último uno que tenía la goma delantera de la bicicleta pinchada y hacía malabares para pedalear con una bolsa negra llena de artículos de Mega Sport, la tienda más saqueada, al costado de la entrada principal de la estación. “Los pibes prefieren las ‘llantas’ de Nike”, decía Roberto, que tiene una juguetería. Junto a sus empleados, logró resistir los robos.
El primer carro hidrante desfiló solito por la avenida Brasil, mientras era apedreado hasta por chicos que no tendrían ni doce años. Lanzó el líquido azul, manchó mucha gente, pero no dispersó a nadie. “¡Metete adentro, Gato!”, le gritaba un hombre vestido con ropa de trabajo, y una puntería excelente, a uno de los cuatro policías que resistía el bombardeo de cascotes y botellas. Los oficiales protegían las persianas de una entrada cercana a la principal y estuvieron cercados una hora, hasta que llegaron las camionetas de la Policía Federal. Una brisa trajo el gas pimienta que permitió el recambio de los cuatro uniformados.
Resguardado en una garita de expendio de pasajes de colectivos, Manuel estaba poseído por la fascinación y el miedo. “A mí nadie me avisó esto, sabía que no había trenes. Trabajo en un kiosco en el centro y voy a Florencio Varela, creo que me deja el 148, pero cómo lo encuentro”, decía el hombre, ciego, con su bastón blanco y muchas ganas de contarle a su esposa el lío donde se había metido. “Casi me tiran del colectivo cuando me bajé acá”, contó Manuel, mientras otro pasajero lo cargaba: “No te quejés, viejo, a vos no te hace nada el gas pimienta”.
Mientras el carro hidrante daba vueltas por los dos andenes donde paran los colectivos, cientos de personas escapaban y volvían para seguir viendo las pedradas. Casi 20 motociclistas miraban la escena desde la autopista 9 de Julio Sur. “¡El escudo por delante! ¡No se separen mucho!”, le gritaba un superior a la cuadrilla que avanzó sobre el parque, volteando a su paso a un linyera. Como si fuera la mismísima Luciana Aymar, un policía frenó una piedra con su bastón y siguió adelante. En el primer avance, tres chicos fueron detenidos en la plaza y requisados por policías de civil.
“Estaba comprando zapatillas y dejé a mi nene de un año y medio con mi primo. No los puedo encontrar, estoy desesperada. La policía no me quiere ayudar”, contaba Verónica, con la cara roja del llanto y la bolsa con las compra de Navidad. Media hora después, pudo ubicarlos en la ex Casa Cuna. “Me quiero volver a casa, no entiendo nada. ¿Por qué están robando si lo único que queremos es viajar?”, comentaba Karina. Luego protestó: “¡Si ya levantaron el paro, que nos dejen viajar!”.
Muchos filmaban con sus celulares el repliegue de la policía sobre la calle Hornos. Las tres camionetas de la Brigada de Infantería perdieron el vidrio de la puerta derecha, cuando iban al punto donde se concentró la policía, bajo la autopista. Los manifestantes también apedrearon un camión de la empresa de Caudales Transplata; los únicos vehículos que salieron intactos fueron las ambulancias. Una vez reunidos todos los móviles, comenzó el operativo final para desalojar los alrededores de la plaza.
Primero salió un carro hidrante por Brasil, que fue perseguido por una banda de diez pibes. Dio una vuelta al primer andén de colectivos y se le pinchó una rueda. En su agonía, lanzó agua azulada hasta que se agotó la carga. Cerca, un flaco con su remera anudada en la cabeza rompía los vidrios de la garita de una parada de colectivo. Otro tiraba un gran cascote al piso, recogía los pedacitos y los guardaba usando la remera como bolsa. En esa corrida, a uno de los policías se le cayó el arma de la cintura, pero enseguida otro oficial de civil la levantó.
Sobre un patrullero, dos policías le vaciaban la mochila a un joven. Sacaron un desodorante, una remera, un pantalón, zapatillas cubiertas con cintas de papel. “No ves que es un pintor. Largalo por favor. ¡Venimos de laburar, papi!”, les gritaba un amigo del detenido. Tanto insistió para que lo soltaran que un jefe se cansó de oírlo. “Llévenselo a la comisaría de una vez”, les dijo a los oficiales. Luego miró al compañero del detenido: “¿Lo querés ver? Bueno. Andá a buscarlo ahora.”
Los móviles de televisión no fueron ajenos a las pedradas. Incluso alguien intentó incendiar la camioneta de Telefe Noticias. “¡Vos estás loco! ¡Nosotros estamos acá para que no te cague a palos la policía y querés quemarnos vivos!”, le gritaba un operador del canal a uno de los agresores. “Sabés lo que pasa, ustedes nos filman y después nos meten presos a todos. Así que rajá de acá”, contestó el agresor, que al verse en minoría por la llegada de otras personas del canal, prefirió irse.
En un momento de calma, un grupo de personas se aglutinó en la entrada de la calle Lima y empezó a cantar: “Queremos viajar, queremos viajar”. Detrás de las rejas rotas, los empleados de la estación, rodeados de policía, le explicaron a este cronista que el servicio no iba a funcionar el resto del día por obvias razones de seguridad. Y se despidió: “Andate porque en cualquier momento vuelven a tirar piedras”. Eran las 19.50 y un oficial contaba las bajas: “Tengo a dos en el Hospital Churruca y otro en camino. Y un transeúnte está en coma en el Argerich, le quisieron robar”.
A un costado de la calle Brasil, una ambulancia se detuvo a atender a una señora que recibió un piedrazo en la nariz. Muy cerca, un pequeño carro de bomberos apagaba la basura que incendiaron unos pibes. Roger, el único puestero que no había huido de las paradas de colectivo, se quejaba de las manchas azules en su camisa. “¿Por qué no se fue?”, preguntó este cronista. “Porque abro 24 horas, pase lo que pase.” No sólo no lo saquearon, ayer no paró de vender gaseosas, cerveza y agua para lavarse los ojos con gas.
Ya a la noche, hubo algunos disturbios menores mientras algunos policías de civil continuaban deteniendo gente. Hugo Barraza esperaba con su bolso frente a la estación. “No gano para tomar un taxi ni un remís, instalo equipos de aire acondicionado”, decía el hombre que iba hasta Lanús y estaba dispuesto a esperar a que se reanudara el servicio de tren, como las cientos de personas que se quedaron en la plaza.
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