La historia de los rulos en meses recientes. Los apresurados de fin de octubre. La dilación de la candidatura presidencial, un mensaje a los presuntos acompañantes. Santa Fe y Córdoba, en operaciones. Una reforma imposible y un debate sobre el escribidor.
› Por Mario Wainfeld
El día en que falleció Néstor Kirchner las peluquerías políticas no daban abasto para atender a quienes querían hacerse los rulos. Dirigentes opositores (desde ya), comunicadores, líderes corporativos e incluso integrantes del Frente para la Victoria (FpV) hacían cola. Es latoso y hasta insalubre releer lo que se dijo y escribió en esos días o evocar lo que se pensó, a menudo en voz alta. Si se acepta una paráfrasis irónica, la partida del ex presidente se tradujo como el fin del kirchnerismo, tout court. El binomio que lo condujo no era tal, la Presidenta apenas superaba el rol de un cero a la izquierda. No podría controlar la indómita caja de Pandora del peronismo ni mucho menos gobernar. Hubo quienes frisaron la teoría de que no podría entrar en la Casa Rosada o manejar la botonera.
El entusiasmo comenzó a deshilacharse en cuestión de horas, a medida que cobraba cuerpo la movilización masiva, policlasista y espontánea. El apoyo popular, aunque muy lejano a la unanimidad, despabiló a muchos, desconcertó a todos, vigorizó a la mandataria. “Fuerza Cristina” fue la consigna y también el efecto, que obró dialécticamente contra sus adversarios.
En ese ínterin, el gobernador Daniel Scioli emitió la frase “si Cristina no quiere ser candidata, iré yo” ante referentes peronistas varios. En su entorno la excitación y el descontrol fueron mayores. La aseveración robusteció desconfianzas preexistentes y enconos de quienes deploraron el mal momento en que se emitió. De cualquier modo, su traducción actual debe hacerse considerando que Cristina Fernández de Kirchner “quiere ser” y, sobre todo, tiene con qué.
En apenas más de un cuatrimestre, la Presidenta mantuvo el control y el liderazgo. Encaró “al modo K” la crisis producida por los terribles hechos del Parque Indoamericano. Estos no están saldados para nada, ni judicial ni políticamente. Pero el cambio de paradigma en materia de seguridad, el recorte de facultades y el cambio de autoridades de la Policía Federal, la creación del ministerio conducido por Nilda Garré fueron respuestas coherentes, correctas y arriesgadas. Quienes recriminan hoy que un problema central del sistema democrático no fue resuelto en un santiamén subestiman (adrede y de mala fe) su dimensión. Lo cierto es que se enfiló en el mejor sentido, lo demás comienza a hacerse.
En la áspera arena de las operaciones políticas, el oficialismo avanzó también. Quizás el mejor ejemplo fue la resolución de la interna de Santa Fe (sobre la que se dirá algo más líneas abajo), relegando al reutemismo.
El devenir de la economía se mantiene en standards auspiciosos para los afanes oficialistas. La Asignación prenatal por hijo, anunciada el martes, pule una institución que tiene sus zonas grises y no ampara a todos los que debería, pero que es un salto cualitativo en políticas sociales, con enorme impacto en el bolsillo de los más humildes y del desarrollo local.
La Presidenta puntea holgadamente en las encuestas, sigue en ascenso desde hace más de un año. No es muy forzado fijar su punto de inflexión en el momento en que se implementó la Asignación Universal por Hijo (fines de 2009).
La “batalla cultural” contra la derecha real y los multimedios, comenzada con la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, no ha terminado pero ha invertido la relación de fuerzas.
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Nuevo escenario, nuevas acechanzas: Un nuevo escenario, a poco más de cinco meses de las primarias y siete de las presidenciales, genera acechanzas de otro calibre. A todas las imaginables y a lo inesperado (que siempre puede ocurrir) se añade una percepción extendida y prematura. Con demasiada antelación, en tiendas propias y extrañas, se da por hecha la reelección. Eso exacerba el furor de los multimedios que se van quedando solos con la cara pintada en el conjunto de las corporaciones empresarias. No cabe preanunciar qué implica esa furia, no es imposible que derive al ansia destituyente. Del otro lado, cunde un triunfalismo apresurado en el FpV, un caldo de cultivo para el error, la soberbia, el sectarismo y el internismo desaforado. Brindar tras la victoria es humano; embriagarse a cuenta, poco recomendable.
Una verdad patente debería orientar a tirios y troyanos: la foto actual es muy significativa, sobre todo midiendo la trayectoria que la precedió. Pero esa imagen no es la película y mucho menos el final de la película, que sólo llega cuando se ha computado el último voto.
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Tiempo al tiempo: “Las oposiciones” y los medios dominantes eslabonan relatos abracadabrantes sobre palacio. Se suceden, se superponen, se contradicen. Recordemos algunas de esas alertas. La Presidenta está sola, ha virado ferozmente al centroderecha o a una izquierda no justicialista. La depresión pudo con ella. Maniobras de baja estofa que ni merecen nombrarse condimentan la Vulgata, que acumula hipótesis en proporción directa a su baja eficacia.
Como en 2005 y 2007, el oficialismo deja añejar el anuncio de la candidatura de Cristina Fernández. Disponer de esos tiempos es un rebusque habitual de los políticos: Mauricio Macri lo hace desgarbadamente, también Julio Cobos mientras retrocede en chancletas. La Presidenta, a su vez, se vale de él. Su historia, la continuidad del proyecto político que encabeza, el legado y el mandato de su compañero le indican el camino. El momento de verbalizarlo es cuestión táctica, que controla.
Diferirlo, como hizo ante la Asamblea Legislativa, pone paños fríos a la disputa por el segundo lugar en la fórmula. Varios gobernadores se percataron desde hace rato. El chaqueño Jorge Capitanich y el entrerriano Sergio Urribarri van por la reelección, atando el caballo a un palenque sólido hasta que aclare. El sanjuanino José Luis Gioja fue aconsejado por la propia Presidenta hace meses para actuar igual, conforme se adelantó en esta columna.
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Lo que suma, también resta: En 2007, el eje central del “armado” kirchnerista fue apuntalar los votos para Cristina Fernández en todas las provincias. La extinta Concertación Plural contemplaba otros fines, pero ese era el esencial. En 2011 se procura reiterar la estrategia, que implica concesiones en las listas provinciales. Las concesiones, en un conglomerado tan vasto como el peronista, incluyen sapofagias varias y aliados no deseables. El saldo obtenido cuatro años ha fue un gobierno nacional fortificado y un conjunto de gobernadores ideológicamente ubicados bastante a la derecha de los mejores contenidos del kirchnerismo.
En Córdoba y en Santa Fe, el FpV bregó por la unidad del peronismo, cuyas ventajas y contraindicaciones son igualmente notorias. Se está cerca de acordar con José Manuel de la Sota en la provincia mediterránea. Es un peronista polivalente, aliado del kirchnerismo solo en la contingencia.
En Santa Fe, el panorama es más alentador para los kirchneristas más convencidos. Carlos Reutemann y Jorge Obeid desertaron, por móviles disímiles. Las primarias abiertas definirán al candidato, dos de los aspirantes conjugan con la Casa Rosada: Agustín Rossi y Rafael Bielsa. Según una encuesta de la consultora de Julio Aurelio, requerida por el sector del “Chivo” Rossi, éste puntea en la interna del FpV, “Rafa” Bielsa lo secunda. En Olivos, cualquiera de ellos vendría bien.
El sondeo puede estimular también al gobernador Hermes Binner. El senador Rubén Giustiniani, su archirrival en la interna de la coalición socialista radical, conserva la primacía en intención de voto. Pero el ministro Antonio Bonfatti, favorito de Binner, acortó muchos las diferencias y crece. El paladín radical en esa brega, el intendente de Santa Fe Mario Barletta, va tercero, también en ascenso.
De todos modos, a tres meses largos de las elecciones, el socialismo es favorito en Santa Fe y Luis Juez en Córdoba. En sugestiva compensación, el FpV mejora sus números, quedando a años luz de su trémula cosecha en las legislativas de 2009. La Presidenta, por su parte, va primera con comodidad en las dos grandes provincias, que le fueron tan esquivas (Córdoba sobre todo) en comicios anteriores.
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Desde adentro: En el día de la apertura de las sesiones ordinarias, la Presidenta intervino en dos debates, promovidos desde su propia fuerza. En el discurso de-sautorizó el rumor sobre una reforma constitucional fogoneado por la oposición y favorecido por la diputada Diana Conti. Conti pisó el palito, habló de un proyecto inexistente: la instalación de un sistema parlamentario. De hecho, si alguna reforma ronda cabezas dentro del peronismo es un regreso a la Constitución de 1853, con voto indirecto a presidente. Pero nadie sensato se abocaría a esas especulaciones en este estadio, antes de ganar las elecciones y sin que estén dadas condiciones básicas. El futuro es abierto, ninguna virtualidad está vedada, pero el horizonte actual es bien otro.
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Vargas Llosa, picardías y debates: La otra intervención presidencial fue su llamada a Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, para que dejara sin efecto su pedido a los organizadores de la Feria del Libro. Le telefoneó a su domicilio, un rato antes del discurso, y volvió a hablar con él tras la finalización de la apertura, para revisar detalles de su segunda misiva. Cristina Fernández fue tan cordial como directa: quiso cortar de raíz sospechas acerca de la intención de cercenar, de algún modo, la palabra de Mario Vargas Llosa.
La designación del gran escribidor para abrir la Feria del Libro es una provocación política, una entrada capciosa en la campaña electoral. Vargas Llosa ganó un Nobel, galardón que seguramente merece y es también un vocero de una derecha rancia y esquemática. Viene a estos parajes a un encuentro de dinosaurios, su paso por la Feria le sacará plusvalía.
Ofrecerle ese púlpito es un hecho político desafiante de los empresarios libreros y no una ingenuidad o un mero reflejo de mercaderes pensando en la taquilla. La provocación trasciende al hecho cultural pero forma parte del juego democrático y como tal debe tomarse.
González jamás pensó en censura ni en este caso ni en su dilatada trayectoria. Propuso un debate profundo y válido. Jamás quiso acallar a Vargas Llosa, sólo mocionó que no se le diera el galardón de abrir la exposición. Entre varios argumentos a su favor, contaba con una reciente tradición valiosa, reservando un espacio en ese atril para escritores argentinos de primer nivel, como Ricardo Piglia, Tomás Eloy Martínez, Griselda Gambaro, Angélica Gorosdischer, Abelardo Castillo, entre otros.
El punto flaco del intelectual-funcionario es esta última condición. La Presidenta se lo remarcó y le sugirió disipar sospechas, exageradas y previsibles. Con hidalguía, González se hizo cargo de la corrección.
El episodio remarca el activismo de la Presidenta, que compatibiliza a diario su duelo personal, la gestión de gobierno y la comidilla política del día a día.
En cuanto a González, la derecha autóctona lo ha elegido como blanco, acusándolo de cargos que jamás lo rozan. Militante, sociólogo, ensayista, docente de primer nivel, González ha sido un interlocutor democrático y pluralista. La Biblioteca en su gestión ha reproducido su estilo abierto, provocador y hasta chispeante. No es feudo de una facción, ni nada que se le parezca, González cuenta con un bagaje envidiable para cualquier intelectual comprometido: una producción infatigable de primer nivel, una cantidad creciente de estudiantes que lo toman como referencia, como autor de consulta y como faro. También genera emulación entre quienes participaron (o participamos) en la miríada de publicaciones políticas culturales que embelleció con su aporte, díscolo y polémico. Acusarlo de censor es, en boca de quienes lo desconocen, una demasía y una falta de información. En boca de quienes lo trataron y ahora lo maltratan, un prodigio de mala fe.
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Corporaciones en tránsito: El ministro Julián Domínguez visitó Expoagro y fue tratado con respeto, hasta con aquiescencia. Hace uno, dos o tres años la hubiera pasado fatal, seguramente habría sido blanco de huevazos o de bosta. Algunos explican el viraje argumentando que es un francotirador que juega por la libre, contra las órdenes de la Rosada, un disparate de cabo a rabo. El hecho expresa cuánto bajó la rabia “del campo”, que conserva inquina contra el Gobierno pero que ha depuesto su belicosidad.
La designación de José Ignacio de Mendiguren al frente de la Unión Industrial Argentina (UIA) es una buena nueva para el oficialismo. El Vasco Mendiguren dista mucho de ser un aliado o un dirigente dócil. Tiene juego propio, cintura política, es astuto y hasta taimado a veces. Pero en la disyuntiva real representaba al sector más dialoguista y a las actividades menos concentradas. Su unción le bajó el copete al Grupo Techint. De nuevo, no asegura una corporación patronal alienada, ni el voto de su dirigencia, pero da cuenta de que ésta calcula que la Presidenta gobernará otro período. Su capacidad profética no suma nada, lo importante es que no fantasean con derrocarla o moverle el piso.
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Año a pleno, hagan juego: Empezaron las clases, el Congreso abrió sus puertas, todos los miembros de la Corte regresaron de su descanso ferial. El año funciona a pleno vapor, tanto como el consumo y la demanda. El oficialismo tiene bien alineadas las constelaciones. Conservarlas así, es otro precio.
Cuesta imaginar que la oposición pueda parir un liderazgo claro. La apuesta de todas sus facciones es polarizar en pos del segundo puesto, favorecidos por el sistema pro bipartidista de la Constitución de Olivos. A esta altura del partido, esa jugada no puede darse por perdedora pero es mucho menos ambiciosa que sus fantasías cuando Cobos o Reutemann eran la gran esperanza blanca y el Gobierno parecía estar de salida.
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