EL PAíS › OPINION
› Por Ana Oberlin *
El 14 de abril va a ser un día muy importante. Uno de esos días que de tan esperados nos llegan casi ajados a fuerza de imaginarlos, de soñarlos. Hace años que venimos deseando este gran momento, a pesar de que llegar hasta acá fue terriblemente difícil. Casi no nos faltaron obstáculos por sortear. Estamos seguros de que el jueves, Riveros, Bignone, Rodríguez, Meneghini y Patti van a ser condenados a la máxima pena de prisión. No cabe otra posibilidad. Y esto lo decimos porque alcanzamos este punto habiendo transitado un camino sinuoso como pocas veces, pero que construimos con mucha paciencia y perseverancia, con la certeza de estar del lado de la verdad.
Antes de este juicio, sabíamos que estábamos en una disputa terriblemente desigual. Entre otras cosas, porque uno de los imputados, Luis Patti, se recicló durante la democracia como político y llegó a tener mucho poder. Pero de todas formas, decidimos dar batalla, quizá con la testarudez que aprendimos de las Madres y de las Abuelas; o, tal vez, con la fuerza inconmensurable que da haber sentido profundamente la impotencia de la injusticia durante años; o, a lo mejor, movidos por la convicción de que nuestros viejos y sus compañeros merecen la pelea a pesar de lo ardua que sea. O por todo eso junto.
Además del proceso judicial, tuvimos que presentarnos tres veces ante el Congreso de la Nación para pedirles a los diputados que no permitieran la paradoja de que un genocida confeso formara parte de una de las instituciones más importantes del Estado democrático. Había que impedir que Patti tuviera fueros y se volviera prácticamente imposible su juzgamiento, no sólo por las trabas formales que aparecerían, sino por el mensaje simbólico a sus víctimas y a los testigos. Si Patti era diputado a pesar de todo lo que hizo, se reafirmaba como icono de la impunidad que aún hoy no podemos terminar de desandar. Si se brindaba ese mensaje, obviamente, se volvía más difícil que los testigos se animaran a declarar.
Como si todo eso no hubiera sido suficiente, también tuvimos que impugnar sus candidaturas. Patti, aun estando procesado, intentó presentarse a elecciones. La Justicia Electoral primero nos dio vuelta la cara y después, a través de la Cámara Electoral, aceptó nuestras razones para la impugnación. Lo conseguimos con mucho esfuerzo, junto con otros tercos como nosotros, y recorriendo vericuetos inimaginables.
Finalmente, vencimos esas trabas y llegamos al juicio oral. Estos seis meses escuchamos a casi 90 testigos relatar, con enorme valentía, el horror al que fueron sometidos en la maquinaria infernal de exterminio que montaron los cinco imputados, entre otros. Los testigos vinieron al juicio a pesar de que varios fueron amenazados y eso nos hace sentir orgullosos de ellos. También oímos a los familiares de Gastón Gonçalves, de Diego Muniz Barreto y de la familia D’Amico describir desgarradoramente lo que fueron obligados a vivir. Contaron, además, las humillaciones que les propinó el mismo Poder Judicial durante 30 años, en los que cerró de manera cómplice o cobarde sus puertas a los reclamos de las víctimas.
En este juicio, las cosas comenzaron a estar en su lugar: los represores –aunque falten muchos– sentados en el banquillo de los acusados; sus víctimas, sentadas en el lugar de los testigos para ser escuchadas, pese a que esta Justicia no termina de ser justa porque es tardía y fragmentaria.
La prueba fue abrumadora, tanto que obligó a los abogados de los represores a recurrir a la mentira como defensa, porque la verdad brotó contundente y no dejó ningún resquicio para considerar que los responsables de estos hechos son inocentes.
Por eso tenemos certeza de que el jueves vamos a vivir un gran momento. Ese día, cuando escuchemos, fundidos en un abrazo interminable, la condena a prisión perpetua de Riveros, Bignone, Rodríguez, Meneghini y Patti confirmaremos una vez más que esta lucha tiene sentido. Volveremos a corroborar que es cierto que lo imposible, sólo tarda un poco más. Lo único que requiere es dar obstinadamente la batalla, por más difícil y de- sigual que se presente.
* Abogada representante de las familias D’Amico, Muniz Barreto y Gonçalves.
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