EL PAíS › OPINIóN
› Por Diego Tatián *
La esclarecedora y a la vez demoledora precisión numérica del discurso presidencial en Córdoba el pasado 6 de abril condena al más profundo ridículo el ritornello al que el poder provincial nos tuvo acostumbrados por años, según el cual el retaceo de fondos por el gobierno nacional sería la causa de un desfinanciamiento, cuyas razones son sin embargo otras. El exhaustivo informe de la Presidenta respecto del dinero recibido por la provincia en todos estos años corrobora lo que no era difícil saber: el descalabro financiero en el que se encuentra sumida es resultado natural de la fiesta delasotista –una continuación del menemismo por los mismos medios–, que el gobernador Schiaretti escamotea reconocer para sólo suplicar lastimosamente el auxilio del gobierno nacional, contra el que embistió en 2008 como parte de la cruzada destituyente operada por la derecha más angurrienta y reaccionaria que se haya manifestado en la Argentina desde la recuperación democrática.
Pero el paso de la presidenta Cristina Fernández por una ciudad que hasta hace poco le era adversa y ya no lo es tiene un significado más importante, pues marca el punto de inflexión que enfrenta a Córdoba con su mayor desafío del momento: la constitución de una fuerza progresista capaz de asumir la perspectiva emancipatoria en torno de la cual se han unido muchos pueblos latinoamericanos tal vez por primera vez desde su independencia. Sin duda, se trata de hacer prosperar un programa de gestión y un conjunto de propuestas referidas a problemas concretos, pero ni ese programa ni estas propuestas se reducen a ser operatorias puramente pragmáticas, sino que reclaman inscribirse en una manera de entender la política como disputa de horizontes que reivindica un léxico, una memoria, una tradición de pensamiento, e invoca un anhelo de reparaciones sociales, la invención de ideas nuevas o la recuperación de antiguas inspiraciones que han mantenido su potencia de comprender y de pensar.
Existe una Córdoba que no se asume como mero conjunto de votantes ni se concibe a sí misma como una pura masa de consumidores de propuestas electorales, sino como un sujeto colectivo de acción y pensamiento que considera a la política en contigüidad con el mundo de las ideas, nutrida de ellas y no sólo de números y medidas asistencialistas. Parte de esa población es la que ocupó la plaza cuando habló la Presidenta; estaba allí para manifestar su voluntad de constituir también en Córdoba una red de contención que permita seguir impulsando las políticas profundas del proceso de transformación abierto en 2003, y resistir una eventual restauración conservadora que sumiría al país en el más aciago desamparo social, político y cultural.
Frente a un escenario de hegemonía de grandes aparatos (ausentes por completo, como era lógico, en el acto de Cristina) que han sabido mantener en Córdoba, a lo largo de las últimas décadas, la decepcionante alternancia de opciones con que cuenta la derecha para reproducirse a sí misma, la “otra Córdoba” –la de los sindicatos combativos, la de la Universidad de la Reforma, la de los organismos de derechos humanos– es la que estaba en la plaza dispuesta a impulsar la construcción de una fuerza política que comience a desandar el desierto. El desafío es el de librar una disputa cultural de gran alcance, capaz de reunir a las decenas de organizaciones y los miles de ciudadanos que sienten que la intemperie ya ha durado demasiado tiempo.
¿Cómo liberar una fuerza progresista en Córdoba? Dramática, esta pregunta irrumpe de la desolación política en la que está sumida desde el lacabanismo (podría tomarse como símbolo de su inicio el definitivo pase a la clandestinidad de Agustín Tosco), lo que significa ya más de treinta y cinco años de desierto.
La disputa que es necesario emprender puede concebirse como una paciente puesta en obra de nuevas prácticas y de nuevas palabras; requiere ser pensada como una gran hospitalidad recíproca de las izquierdas, el anarquismo, los libertarismos en todas sus variantes, los peronismos y los radicalismos desengañados y atónitos, desamparados por los derivas que han sufrido sus antiguos partidos (que hoy en Córdoba sólo usurpan los nombres que ostentan y estropean el espíritu de origen popular y las mil batallas contra los poderosos a los que ahora se alían sus referentes); también la de quienes en su momento confiaron en el Frente Nuevo como un instrumento para romper el bipartidismo y saben hoy que los partidos nuevos nada garantizan por el sólo hecho de serlo –en este caso, Luis Juez (egresado del Liceo Militar al igual que Juan Schiaretti y Oscar Aguad) ha revelado su caladura ideológica persiguiendo artistas, censurando muestras por imposición de fanáticos religiosos y apoyando al poder agromediático en el momento más dramático de discusión sobre la renta–.
En ruptura con todo ello, los puntos de apoyo que encuentra en Córdoba una fuerza política en consonancia con el proyecto nacional, además de algunos importantes referentes del peronismo en el interior provincial y diversos partidos de izquierda –entre los que se destaca el sabbatellismo, en franco crecimiento, como en todo el país–, son las corrientes sindicales antiburocráticas enfrentadas con el PJ, los organismos de derechos humanos (de donde han surgido dirigentes con una muy interesante proyección política) y corrientes estudiantiles y docentes con cada vez mayor protagonismo desde la Universidad, cuya rectora, Carolina Scotto, es desde hace tiempo una de las figuras públicas de mayor trascendencia y prestigio en una Córdoba donde, después de mucho tiempo, algo comienza a suceder.
Profesor de la Universidad Nacional de Córdoba.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux