Vie 15.04.2011

EL PAíS  › OPINION

Un claro día de justicia

› Por Rodolfo Mattarollo *

La sanción de la ley que incorpora al Código Penal el delito de desaparición forzada nos hace revisitar una vez más la lucha de todos los que se movilizaron contra la impunidad. En especial pienso en todos los que no vieron este claro día de justicia, en primer lugar los familiares y activistas del movimiento de derechos humanos que murieron antes de este gran acto de reparación.

Me tocó encabezar la delegación argentina que durante el período presidencial de Néstor Kirchner intervino en la redacción de la Convención sobre Desapariciones Forzadas de las Naciones Unidas. La Argentina fue entre los Estados, junto a Latinoamérica y algunos países europeos, en primer lugar Francia, el gran motor de la Convención. La otra gran fuerza fueron los movimientos de derechos humanos.

No fue fácil elaborar una Convención Internacional con normas de derechos humanos y de derecho penal internacional después del 11 de septiembre de 2001 y la destrucción de las Torres Gemelas. Mientras se redactaba trabajosamente la Convención volaban los aviones que llevaban a detenidos a cárceles secretas en países en que podía aplicarse sin estorbo la tortura y relucía en los medios de todo el mundo el ominoso anaranjado de Guantánamo.

No es hora de entrar en tecnicismos, muchos de los que tuvimos el privilegio histórico de participar, antes, durante y después de la redacción de la Convención en esa tarea, hemos escrito sobre su dimensión jurídico-política. Más bien se trata de recordar a los desaparecidos como seres vivientes al igual que a quienes lucharon contra esta práctica que, como dijera Julio Cortázar en el legendario coloquio de París de 1981 sobre la desaparición forzada como crimen de lesa humanidad, formaba parte de iniquidades que escaparon al infierno de Dante.

Al cabo de cuatro décadas de tratar con el crimen de lesa humanidad, surge en nosotros la sensación de que hay una dimensión que escapa al discurso jurídico-político. Karl Jaspers en su célebre ensayo sobre la culpa, escrito inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, incluye la culpa metafísica en las insondables dimensiones del remordimiento, la responsabilidad que nos cabe como seres humanos ante el genocidio.

Cortázar a su vez hablaba de lo diabólico de la desaparición forzada no en un sentido religioso, sino como metáfora del mal absoluto. Una breve anécdota en este sentido puede ilustrar lo que quiero decir cuando aludo a reacciones que surgen no sólo de la razón sino de la sensibilidad infinita del ser humano ante la desaparición forzada.

Fui testigo de un episodio fugaz que nunca olvidaré. Estaba yo en la larga fila de los que saludamos a Fidel Castro en la gran conferencia sobre la deuda externa realizada en La Habana en 1985. Me precedía en la fila la escritora y periodista Matilde Herrera, fallecida hace muchos años. Al darle la mano a Fidel dijo simplemente “soy la madre de seis desaparecidos”. Se refería a sus dos hijos varones y a su hija, al compañero de ésta y a las respectivas compañeras de los muchachos, todos ellos militantes del ERP, jóvenes veinteañeros, de una familia de prosapia en el caso de los hijos de Matilde, que habían elegido el camino revolucionario. Fidel le soltó las manos, juntó las suyas y dijo simple, inesperadamente, casi con el aliento, “¡Ay, dios mío!”. Aquí termina esta sencilla historia.

* Embajador a cargo de la Secretaría Técnica de Unasur en Haití.

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