EL PAíS › EL JUEZ DE LA CORTE SUPREMA RAúL ZAFFARONI ANALIZA LA MUERTE DE OSAMA BIN LADEN
El jurista habla de la construcción mediática del enemigo que se hizo sobre la imagen del líder de Al Qaida y las consecuencias para Barack Obama en el plano interno. Y, sobre todo, advierte sobre las secuelas de este hecho en el plano del derecho.
› Por Irina Hauser
En la semana del asesinato de Bin Laden, más precisamente el día en que se conoció ampliamente la noticia, Raúl Za-ffaroni presentó su nuevo libro, La palabra de los muertos, y dijo que una de sus metas era poner en tela de juicio la expansión de “la criminología mediática”, que viene a ser la construcción a través de los medios de comunicación de una realidad amenazada por el delito y el terrorismo, enemigos –uno u otro– que no parecen ofrecer más opción que morirse de miedo, vivir paranoico pero, eso sí, estar siempre preparados para responder con una suculenta venganza. Ese molde, dijo, es obra del binomio Reagan-Bush, está diseminado por doquier y ha servido para justificar toda clase de masacres cometidas desde los Estados. Era inevitable, al escucharlo, asociar sus palabras con la muerte del líder de Al Qaida, y la frase de Barack Obama de que “se hizo justicia” y que “el mundo es un lugar más seguro” aunque no se descartan represalias. Pero ni el juez de la Corte ni quienes lo rodeaban hicieron alusión. Quizá estaba todo demasiado fresco y difícil de digerir. Página/12 se lo hizo notar unos días después.
El juez pensó y dijo: “Obama está recuperando terreno en la lucha contra Satán. Y como Satán no puede morir, se va a seguir diciendo que Bin Laden está vivo. Es algo muy similar a lo que nos ocurrió a nosotros con Yabrán: aún hoy hay quien dice que está vivo. Cuando el mal absoluto se pone en un enemigo (Satán significa enemigo en hebreo) hay resistencia a creer que murió, que desapareció el mal”. Más tarde agregará: “La lucha contra el terrorismo se ha convertido en la nueva doctrina planetaria de la seguridad nacional, que pretende legitimar procedimientos extraordinarios”. Matar a Bin Laden, en el contexto de esa doctrina, explicó, es una “ejecución sin proceso”.
–¿Por qué y para qué Obama necesita exhibir que mató a su enemigo si todo el mundo cree que es inmortal? –le preguntó este diario.
–El juego tiene en mira al electorado interno y en ese contexto es complicado. Pudo matar a Bin Laden, pero el problema es que el personaje creado sobre la figura real de Bin Laden es más difícil de matar, porque es el mal absoluto, algo casi maniqueo, una especie de Dios malo, lo que hace poco verosímil su mortalidad en el imaginario colectivo. Algo parecido pasó en su momento con la satanización total de Yabrán en la Argentina, pero la dimensión de esto es muchísimo mayor. No sé si calculó este efecto, generalmente no se piensa en eso, sino sólo en la reacción del que lo está sitiando, o sea, de los republicanos y de su extremo Tea Party. Es un flanco que éstos pueden explotar de muchas maneras, incluso la del rumor, que no es la más inofensiva. La poca transparencia de los hechos puede darle armas a la derecha extrema que lo jaquea. Es una apuesta difícil para Obama, quizá no le quedaba otra carta.
–¿Por qué ahora, entonces?
–Lo primero que se me ocurre es que debía hacer algo para levantar su imagen en la opinión pública. Pero esto puede estar acompañado por razones más coyunturales y prácticas, es decir, tal vez no pudo hacerlo antes o no pudo hacerlo de otra manera.
–¿Esa duda sobre si está vivo o muerto Bin Laden es la que le permitirá al gobierno de Obama justificar acciones futuras?
–No creo probable que Obama se valga de esa duda para nada, pues más bien pareciera ser una carta a jugar por sus opositores internos. Pienso en otra cosa y es la apuesta a la reacción de las células locas de la organización (o desorganización pseudo islámica). Prefiero decirlo así porque me merece el mayor respeto el islamismo y no me gusta que lo islámico se asocie mecánicamente a terrorismo. Si Bush necesitó a Bin Laden, porque sin Bin Laden, Bush no hubiese sido Bush, es decir, si Bush tuvo que definirse por su enemigo, por su Satán, una vez muerto ese Satán, Obama puede intentar definirse a través de su contraposición a un nuevo Satán, que serían las células locas. Para eso necesitaría ahora que las células locas cometan algunas brutalidades, cuanto más sangrientas mejor. De esa manera crecería su figura reconstruida como contracara de los asesinos enemigos. Si esto no sucede, no tiene espacio en la opinión pública interna ni tampoco en la internacional, le faltaría la llamada provocación suficiente para cualquier acción. Además, si no hay reacción sangrienta de las células locas terroristas, si nada pasa y hay calma, Obama puede encontrarse con otro problema, que es que Bin Laden se vuelva sagrado. Es lo que advierte René Girard, cuando la destrucción del enemigo para la violencia, éste tiende a volverse mítico.
–¿Cómo imagina que se parará ahora Estados Unidos en el mundo árabe y frente a las rebeliones recientes, que son políticas, no del fundamentalismo islámico?
–Las agencias norteamericanas parece que no saben muy bien cómo reaccionar ante las rebeliones árabes, que ponen en jaque a sus aliados. Sería ideal para sus intereses que asumiesen posiciones fundamentalistas, lo que legitimaría su represión. No descarto la idea de que alguien pueda estar pensando que sería bueno instigarlas a que las asuman o, por lo menos, a confundir a la opinión identificándolas con esas posiciones. Sería diabólico y de consecuencias imprevisibles, pero alguna mente enferma podría pensarlo.
–Ese Satán escondido durante los últimos diez años como amenaza latente ¿era un peligro real o forma parte de la construcción de la realidad propia de lo que usted llama criminología mediática?
–Todo indica que Bin Laden era un personaje bastante temible, sin duda que había alguna buena cuota de verdad en su temibilidad. Es claro que no era un pacifista inocente, sencillamente porque nunca se puede construir la realidad sin un mínimo de verdad, ni siquiera en el más loco de los delirios falta algún fondo de verdad, pero no podemos saber hasta qué punto lo era realmente, porque la hipertrofia de su peligrosidad era demasiado funcional a Bush. Sin duda que era un personaje casi ideal para que sobre su temibilidad real se construya un mito de Dios malo, dado que él mismo se ocupaba de alimentar su imagen satánica, quizá por su propio juego de poder entre quienes lideraba o frente a quienes confrontaba en el mundo árabe. En esto hubo realidad y construcción, no sólo por parte de Bush sino de él mismo, por lo que hoy no podemos saber en qué medida se combinaron. Seguro que esto se discutirá por muchos años y se escribirán toneladas de papel y billones de gigabites.
–Bin Laden parecía el enemigo ideal.
–La criminología mediática es la construcción social de la realidad acerca del fenómeno criminal, que hoy domina en el mundo y condiciona la política, mostrando que el único riesgo físico que corremos es la criminalidad reconstruida como Satán, el enemigo. Cuando se dispone de un enemigo funcional construye la realidad en torno de éste. Bin Laden era bastante funcional. Cuando no hay un enemigo tan ideal, se cae en la delincuencia común, que no es buena, es residual, porque le falta un elemento para ser el Satán ideal, que es el componente conspirativo. La satanización del pibe de barrio marginal no es buena, porque no se les puede atribuir conspiración. En este sentido, Bin Laden era ideal, hecho casi a medida.
–¿Qué pensó al escuchar a Obama decir que “se hizo justicia”, y agregar que ahora “el mundo es un lugar más seguro”?
–Con toda sinceridad, estoy un poco alarmado. Creo que da tranquilidad pensar que todo está fríamente calculado y que siempre hay una previsión en cada paso. Eso da cierta seguridad, por lo menos de que detrás de los hechos hay una racionalidad funcional, pero la vida te enseña que incluso en las decisiones más difíciles y delicadas hay azar y desconcierto. Sospecho que entre los asesores de Obama hay mucho desconcierto y que las contradicciones son producto de bastante improvisación. Sé que esto no suena admisible, pero insisto, me parece que nos resistimos a creerlo porque nos genera demasiada angustia.
–¿Se puede calificar este asesinato como un acto de justicia?
–En el mejor de los casos puede alegarse una legítima defensa o algo parecido, un estado de necesidad, pero nunca escuché que nadie que haya tenido necesidad de matar a otro para defenderse haya dicho que era un acto de justicia, porque eso suena más a venganza y, por lo general, es un sentimiento frecuente pero que se oculta pudorosamente. El que se defiende legítimamente dice “no me quedó otro remedio, no pude hacer otra cosa”. Nunca dice “hice justicia”. Por eso creo que hay desconcierto: si fuese asesor de Obama le hubiese aconsejado decir: “Me hubiese gustado juzgarlo, pero no nos quedó otro recurso”. Si Obama quiere asumir la imagen de un buen policía, no puede vestirse de vengador, creo que es un error. Por lo general, la gente quiere policías, no justicieros.
–¿Hubo en concreto una violación al derecho internacional?
–Ignoro cuáles son las prerrogativas e inmunidades que el país del territorio había acordado con los Estados Unidos. De eso depende que haya o no una violación a su soberanía y al derecho internacional.
–¿Estados Unidos debió juzgar a Bin Laden?
–Hay un principio de derecho internacional que se llama “real o de defensa”, en que el país que sufre el daño aplica su ley al que lo ofende. Según este principio y si Bin Laden era responsable de un delito consumado en territorio de los Estados Unidos, aunque nunca hubiese estado allí, podía ser juzgado por la Justicia federal norteamericana.
–Pero pareciera que en nombre de la lucha contra el terrorismo vale todo.
–La lucha contra el terrorismo se ha convertido en la nueva doctrina planetaria de la seguridad nacional, que pretende legitimar procedimientos extraordinarios: a su amparo se han cometido secuestros de personas (las famosas renditions), en ocasiones han sido entregadas a terceros países para obtener información por medios violentos (las extraordinary renditions), ha habido campos clandestinos de detención en Rumania y en Polonia, los presos de Guantánamo sufren una detención irregular. Esto es un sistema penal paralelo y subterráneo, propio de la “seguridad nacional”.
–¿Entonces usted inscribe el asesinato de Bin Laden en esa doctrina de seguridad nacional?
–Los detalles concretos de la muerte de Bin Laden no los conocemos bien, pero parece estar basado en un procedimiento que le es propio, la ejecución sin proceso. La doctrina de la seguridad nacional se caracteriza por una triplicación del poder represivo, uno el formal, con jueces; dos, el paralelo, con justicia militar, detenciones sin intervención judicial; tres, el subterráneo, con desapariciones, torturas sistemáticas, ejecuciones sin proceso sistemáticas, campos clandestinos de detención.
–Si recorremos el relato de Estados Unidos sobre lo ocurrido, todos los días cambió. Es como la confesión de una mentira, o de que algo se hizo mal.
–Todo esto me reconfirma en la peligrosa tesis del desconcierto.
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