Lun 09.05.2011

EL PAíS  › OPINIóN

Debajo de la superficie

› Por Eduardo Aliverti

Casi nada es o podría ser lo que parece. O tan fácil como parece. Es cierto. Todo lo que pasó era previsible para cualquiera con capacidad de hurgar por encima de la cáscara. Había una media docena de tipos, con sus pajes, convencidos de que podían librar la batalla presidencial sin mover un dedo (¿o todo lo contrario, y sólo se trataba de medir por si las moscas?). Gente creída de que alcanza con salir en la televisión. Sin trabajar. Sin recorrer el país. Sin militar su presunta aspiración todos los días. El ejercicio político, cuando se tiene auténtica voluntad de poder, exige un dale que te dale descomunal. Lo hizo la rata ya en el ’88, cuando le ganó la interna a Cafiero contra cualquier pronóstico. Laburó desde abajo. Cuando llegó a la cima se fue a dormir de la mano de Bushes, Yuyitos y remate de la Argentina sin más ni más, pero primero la yugó. Recorrió hasta el último pueblito de morondanga. Y cuando terminaban los agasajos de la noche, y ninguno de los pajes quería otra cosa que irse a dormir tras el asado o los platos regionales, él se iba atrás de la escenografía, a la cocina; y le daba la mano a uno por uno y una por una y les preguntaba qué necesitaban, al cocinero, al lavaplatos, a los mozos, a los empleados de la limpieza. Ayudado por la temperatura política, por supuesto, así ganó. A puro accionar de convicción poniendo el cuerpo. Por seguro de lo que quería. Como Alfonsín en el ’83, contra la mítica invencibilidad electoral del peronismo. Como –en otra escala– los publicistas de la Alianza en el ’99, que por lo menos militaron el clima de etapa desde sus bunker dibujantes de la anticorruptela; desde la sintonía fina con ese discurso light. Estos no, qué va. Cobos, quien ahora encima se bajó de ser candidato a gobernador mendocino porque, acepta, no le daría el cuero ni para atreverse a un Ejecutivo provincial con Buenos Aires en contra. Jamás salió de su despacho en el Senado. Jamás. Das Neves, que ni con olor a fraude. Sanz, que de tan radical se tomó el buque dos veces con pocos días de diferencia. Pino, que vendió ser el tótem argentinizado, porque no se trataba de coyunturas sino de proyectarse, para culminar eyectado (aunque en su caso, corre el atenuante de haber sido toda la vida un hombre comprometido, coherente, firme). Y ahora Mauricio, que hace unos diez años viene hablando de su entrenamiento para ser presidente y de nuevo termina bajado a la Capital, quemando desde cómicos de Midachi hasta caballeros de derecha como Pinedo en una aventura nacional que no es que nunca le importó, sino que nunca supuso que significaba trabajar. Eso, trabajar. Quedó el hijo de Alfonsín, nada más, rosqueando con lo que queda de la estructura del radicalismo provinciano e intenderil, para mantener concejalías y diputaciones eventualmente sostenedoras del reclamo por calidades institucionales. Incluso, se junta con De Narváez porque asegura que hace falta una pata peronista. Pero Binner y Stolbizer le echan la falta. Y Duhalde no existe. Y Reutemann sigue cuidando los lechones y, así dejara de cuidarlos, ¿iría con Mauricio? Macri lo quería, pero ya no pretende más. Se salió y no tiene retorno, y calcinó a su tropa, y ahora dice que “el anuncio lo doy yo y al vice lo pongo yo”. Uy. Qué chico malo. Anuncia su retirada en un club de barrio con dibujo circense. Pensó en una conferencia de prensa, pero optó por no arriesgarse a alguna pregunta incómoda. Mejor juntar solamente conchetos adictos. Debe ser horrible que hasta la propia derecha le recuerde a Mauricio la cantidad de veces que Alfonsín se comió perder contra Balbín, y sin embargo siguió. Ni esa épica volitiva tienen estos tipos. Se bajan a la primera de cambio. Abandonan. Los convencen las encuestas. No creen que haya algún después que valga la pena, pero sobre todo no les interesa construirlo. No les corre sangre. Les circula especulación.

El análisis facilongo es que Magnetto se salió con la suya y que hay un solo candidato opositor para concentrar los sectores medios anti K: el hijo de Alfonsín. Que tampoco era lo deseable para la comandancia periodística: querían un modosito más corrido a la derecha, menos socialdemócrata, más potente, menos figurado como en condiciones de timonear apenas las siestas de Chascomús. Ricardito no les alcanza ni ahí. Y entonces van a ir por la estrategia reducida, pero alcanzable, de que el kirchnerismo pierda la Capital a como sea. Es la vidriera que le resta a la derecha hasta más ver, o hasta donde da la vista hoy. Chance uno: todas las fichas a Macri para que retenga Buenos Aires, con el correlato de eventual impacto hacia octubre. Chance dos: Macri conserva un tercio del electorado porteño en cualquier caso, de modo que todas las fichas a Pino para que el ballottage deje afuera al candidato K. Según percepción del firmante, será la dos. En realidad, ya lo es. Basta certificarlo a Pino convertido en el niño mimado de TN y Grondona. Es un poder de fuego limitadísimo, a estar por la pérdida de credibilidad de esos sostenes electrónicos. Pero es la bala de que disponen. Todo a Pino, más lo que Macri presuntamente arrastra per se. Es la imagen de poder que mínimamente necesitan para reconstruir desde alguna parte. Conservar la Capital. Scioli se encuadró K porque no es ningún tonto; De Narváez se abre hasta el punto de mirar con cariño a los radicales, y viceversa; Duhalde es un papelón atrás del otro; Macri y el Colorado se cruzan, muy mal, por el reparto de listas entre Capital y territorio bonaerense. Y así. Vamos a Pino, apuesta la derecha. Si acaso ganara la segunda vuelta, después lo deglutirá su inexperiencia en todo lo que sea gestionar. Y entonces se verá, según la máxima especulación de una parte del establishment.

Esa también es una reflexión más o menos fácil. O nada más que de opinión periodística. Interesante, efectista, quizás eficiente. No es más profundo que lo discurrido por los parlantes columnísticos de Clarín o La Nación, en su cruzada desesperante por pulverizar a esta potencia casual y/o causal que estaba lejos, muy lejos, de sus cómodos cálculos conservadores. Esa mirada de corto o cortísimo plazo, basada en que a Cristina no hay con qué darle, como cuadro sobresaliente; como mujer; como oradora impresionante; como viuda reciente; como estampa que se puso el país al hombro en medio de una tragedia personal; como líder que ubica de ministra de Seguridad a otra mujer que se carga la Federal; como bajadora de línea que en cualquier observación objetiva está a años luz del mejor pretendiente porque, seamos sinceros de toda sinceridad, la única figura de este país que merece confianza de conducción política –con precisos alrededores– se llama Cristina Fernández. Esa mirada admirativa y merecida, decíamos, requiere de no ser mirón expectante. Demanda acercar militancia y ganas. Intima a no perder de vista que falta demasiado. Que a este Gobierno hay que correrlo por izquierda, pero sin el izquierdómetro de los platos voladores que, si es por eso, siempre encontrarán –con justeza abstracta, pero justeza al fin– lo mucho más a la izquierda que el Gobierno podría correr.

Lo electoral ya está, parece confirmarse. Quedaron, para jugar a oponerse, el apellidado nacional y el capitalino súbito que, conceptualmente aliado a Macri aunque no deba confundírselo con el enemigo, se pone a fría disposición de la derecha. Por lo tanto, es tentador decir que la madre de todas las batallas se concentra en la Ciudad Autónoma. Y no es que sea incorrecto. Es que no va más allá de lo electivo. Por arriba de eso, si se tienen pretensiones de ver antes que de mirar y punto, puede observarse un escenario donde lo que decide es, haga lo que haga la derecha, la vocación y ejecutividad del Gobierno por profundizar cambios progresistas.

Y la disposición social para acompañarlos, siendo que la derecha hará lo que tenga que hacer.

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