EL PAíS
Un escenario como jamás se vio
› Por José Natanson
La fragmentación del peronismo, la crisis de la UCR, la irrupción de dos ex radicales como nuevos líderes del centroizquierda y el centroderecha, el fin del bipartidismo y los esfuerzos de la izquierda, que hasta podría producir el milagro de la unificación. Con el anuncio de la fórmula del ARI y las negociaciones de la izquierda a punto de concluir se completa el panorama electoral para la elección presidencial del 27 de abril, que presenta una serie de características que la convierten en única para la historia argentina.
A 59 días de los comicios, las opciones son las siguientes:
- La última fórmula peronista que quedaba abierta, encabezada por Néstor Kirchner, se completó anteayer con la incorporación del ex menemista Daniel Scioli: el objetivo es llegar a los independientes y a aquellos sectores del PJ que aún se resisten a votar al santacruceño.
- Carlos Menem, acompañado por Juan Carlos Romero, insiste con sus propuestas de siempre: salariazo, alineamiento sin titubeos con Estados Unidos e intervención de las Fuerzas Armadas en los conflictos sociales.
- Adolfo Rodríguez Saá busca mantenerse al margen de la disputa Menem-Duhalde. Con Melchor Posse apostó a la transversalidad bajo el encanto de cierto nacionalismo, del cual son una muestra los afiches defendiendo la estatización de los trenes que –con una estética que erizaría la piel de los integrantes del Grupo Sushi– distribuyeron por la Capital.
- Elisa Carrió designó ayer al diputado mendocino Gustavo Gutiérrez. Una jugada arriesgada, pensada de cara al votante de centro, que apunta a balancear la fórmula del ARI sin perder el perfil de centroziquierda.
- Convertido en el niño mimado del establishment, Ricardo López Murphy busca ampliar el histórico diez por ciento de la derecha atrayendo votantes radicales, para lo cual puede ser de una gran ayuda...
- Leopoldo Moreau, que se alzó con la candidatura de la UCR luego de una cuestionada interna y que figura en el rubro “otros” en las encuestas.
- La izquierda negociaba anoche una fórmula de síntesis encabezada por Patricia Walsh, conformada por Izquierda Unida –PC y MST– y el Partido Obrero (ver nota aparte en página 3). La idea es aprovechar la oportunidad abierta a partir de la crisis de los partidos tradicionales.
- Con la candidatura de Alfredo Bravo, el Partido Socialista presenta fórmula propia por primera vez desde 1989: luego del divorcio de Carrió, aspiran a ocupar un lugar en el universo del centroizquierda.
Son, en total, ocho fórmulas, que convierten al escenario electoral en un ejemplo único en la historia argentina. La primera característica, la más evidente, es la fractura del peronismo, que se presenta dividido en tres opciones, hasta ahora virtualmente empatadas. Es la primera vez en su historia que no logra unificarse de cara a una elección presidencial, aunque sí hubo experiencias importantes a nivel provincial, como la de Antonio Cafiero en la provincia de Buenos Aires en 1987.
La segunda novedad es que el radicalismo, protagonista de todas las elecciones nacionales desde 1916, posiblemente quede en un sexto o incluso un séptimo lugar. “Se venía insinuando desde el ‘95, cuando Horacio Massaccesi salió tercero. La Alianza fue un pulmotor, que les permitió sobrevivir un par de años más”, explica el consultor Ricardo Rouvier.
La debacle radical produjo, además de la candidatura sin chances de Moreau, dos emergentes. López Murphy, consolidado como referente del centroderecha. Y Carrió, que intenta unificar detrás de sí al electorado de centroizquierda. “La debacle de los partidos tradicionales, la crisis económica y el triunfo de Lula en Brasil crearon una oportunidad única para ese espacio, aunque es dudoso que se logre aprovechar, por dos razones: no unificaron una fórmula electoral y no pudieron presentarse como una opción con capacidad de gestión”, sostiene Rosendo Fraga, titular del Centro de Estudios Nueva Mayoría.
Analía del Franco, titular de Research International Analogías, asegura que –a pesar de la fragmentación– las candidaturas pueden dividirse en dos grandes grupos. “De un lado se ubican Kirchner, Rodríguez Saá y Menem, cuya característica es la capacidad de gestión. Del otro, Carrió, Bravo y López Murphy, cuyo discurso se centra en los valores”, señala.
En cualquier caso, es evidente que el estallido de los partidos tradicionales es un fenómeno de superficie de transformaciones mucho más profundas. La más importante es el fin del bipartidismo, que se manifiesta en el hecho de que, a menos de dos meses de las elecciones, hay cuatro –incluso cinco– candidatos con chances de ganar.
En este sentido, la de abril sería la primera disputa presidencial que no se define por una mayoría clara. De las 17 elecciones que se celebraron a lo largo del siglo pasado, en 16 hubo ganadores nítidos, que obtuvieron colegio electoral propio o evitaron el ballottage. La única excepción fue el triunfo de Arturo Illia en 1963, con el PJ proscripto. “El bipartidismo se mantuvo desde 1904 hasta ahora: hasta la década del 40 eran radicales y conservadores. Después, peronistas y radicales. La crisis de los partidos rompe con esta lógica”, explica Fraga.
La atomización electoral, la crisis de los partidos y el fin del bipartidismo son fenómenos que, aunque se vienen incubando desde hace tiempo, se manifestarán nítidamente en abril. Para Artemio López, de Equis, la explicación es estructural. “El sistema de representación política se ha modificado en sintonía con las transformaciones económicas y sociales que se vienen consolidando desde hace 25 años. La fragmentación del sistema político es reflejo de la crisis económica y la fragmentación social. Lo que está ocurriendo no debería sorprender, porque lo que hay hoy es una alineación entre las dos realidades”, concluye.