EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
El Gobierno quedó a la defensiva. Sucede después de mucho tiempo. Es una constatación irrefutable que varios referentes del oficialismo reconocen. Y de momento, el anuncio presidencial sobre la candidatura a la reelección parecer ser lo único capaz de poner freno a la andanada mediática.
El “efecto” Schoklender pega en el kirchnerismo con un alcance que ni los propios consultores citados por la prensa ultraopositora se animan a precisar. Sólo parecen coincidir en que la oposición no logra capitalizar “el descontento” porque, por ahora, Cristina continúa llevando una ventaja sideral sobre el segundo, que sería el flamante derechoso puesto por los radicales al frente de su fórmula. Hay dos aspectos notables en torno de estos razonamientos. Uno consiste en que sólo la encuestadora de Enrique Zuleta Puceiro (OPSM) habría medido la intención de voto tras la explosión mediática del caso. Se revela una caída de cuatro puntos en el favoritismo por la Presidenta, pero ninguna de las preguntas de la encuesta apuntó a establecer si ello es así por el impacto del escándalo. Más de la mitad de los consultados afirmó que la cuestión reviste “gravedad institucional y política”, y otro tanto juzgó que el Gobierno se ve “comprometido”. Es decir que los requeridos contestaron en rol de opinantes, no como votantes. Pequeña diferencia entre eso y colegir que el asunto golpea al Gobierno, porque una cosa es que en efecto lo sacude y otra la afectación electoral. Después y precisamente por eso, ¿a qué se alude cuando se habla del “descontento” social? Si es por el caso Schoklender, queda dicho que su implicancia electiva no fue específicamente medida en las encuestas. Y si no es por eso, no se entiende de cuál descontento hablan siendo que, en simultáneo, se admite que Cristina sigue adelante casi por robo. Cabe inferir, entonces, que remiten a un fastidio de tipo ético, ligado a episodios de corrupción en condiciones de herir al oficialismo. En esa perspectiva, el discurso moralista de Solanas es lo mejor posicionado para restarle votos capitalinos al kirchnerismo, de manera que la derecha tenga como objetivo de máxima una victoria macrista sin ballottage; o, de piso más sustentable, que en la segunda vuelta y sumadas la porción del voto a Pino furiosamente anti K, más radicales, más ¿carriotistas, sería?, y estreñidos varios, sea suficiente a fin de vencer a Filmus. La extensión de esta lógica apunta a que Binner coseche igual franja de insatisfechos, aunque los pininos del frente que lo lleva de candidato sugieran la existencia de un rejunte con incierto destino. En Capital, está claro que la derecha apuesta a Solanas para fragmentar los votos por izquierda. Pero, ¿qué le convendría en el orden nacional? ¿Jugarse al hijo de Alfonsín, con la incertidumbre de que su sobreactuado volantazo, más los antecedentes del radicalismo en función gobernante, la dejen pagando? ¿O apostar al mismo riesgo en apoyo de Binner, quien además de eludir las zancadillas con Pino debe demostrar que puede trascender, con eficiencia, los límites santafesinos? A su vez, ambas especulaciones se cruzan nada menos que con el escenario de la provincia de Buenos Aires. Como todavía falta “mucho” para octubre, y como secretamente guardan todavía la esperanza de que Cristina se baje, por el momento siguen tirando al bulto. Así, el objetivo táctico pasa únicamente por horadar. Por continuar la perforación. Si da resultado hasta el punto de que sea considerable una estrategia, después verán. Mientras, han tenido la osadía de llegar a un extremo que, probablemente, ni ellos mismos habrán imaginado como posible: cuestionar a la Presidenta por su respuesta frontal al primer ministro inglés, tras que éste sentenciara “punto final” sobre el reclamo por las Malvinas. Increíble. ¿Increíble?
Ya para sorpresa absoluta, y general, y justo en medio de esa sumatoria que aglutina ofensiva mediática con cálculos electorales, se informa que Marcela y Felipe Noble aceptan cotejar su ADN con todo el banco genético. La noticia, apenas se produjo, generó impresión y desconcierto. Por la tarde, se agregaron beneplácito y sospechas puntuales. Bastante más de lo primero, al menos según las declaraciones públicas desde diferentes sectores políticos e, incluso, organismos de derechos humanos. Tal vez fue así por una reacción comprensiblemente instintiva, tras diez años de maniobras dilatorias que a la brevedad concluirían en lo siempre exigido. Y tal vez sea correcto observar a la decisión como fruto de que el Grupo Clarín se vio cercado, ante lo inexorable de un fallo contrario de la Corte Suprema, optando en consecuencia por una estratagema que brindaría imagen de generosidad moral y última. De que debe reconocérseles haber aprobado el más vale tarde. Se expresaron dudas acerca de si terció la disposición de Marcela y Felipe, o si no es más que un laudo corporativo. Al firmante no le parece que ese sea un vistazo esencial. Es lo que es, porque su rango de víctimas es igual de veraz que su condición de adultos. No se aprecia la licencia de interpretar que los pueden llevar de las narices. Hasta ahí, los indicios conductores de la satisfacción. De ahí en adelante, las desconfianzas. ¿Y si fuera que ya saben que en el banco genético no están las pruebas parentales del caso? ¿Y si fuera que, por ser así, el ardid radica en que la muestra no sea sometida a presentaciones futuras (es desde esta aprensión que ya se advirtió la necesidad de mirar, con lupa, la presentación de los abogados)? ¿Y si fuera que disponen de una artimaña científica para truchar la evidencia (no tuvo circulación a cielo abierto, pero proliferó en numerosos corrillos)? Dos más, finalmente. Más enroscadas y más inciertas entre y sobre sí. Una: ya irrefutable que son hijos de desaparecidos, les resta apostar a que el contexto electoral licue el impacto. La gente andará con la atención en otro lado y la revelación será terrible pero no lo peor de lo terrible, en esa conjetura. La otra: ya demostrable que no lo son, que caiga de cara a octubre sería un golpe de gracia contra el Gobierno. O el mejor de los golpes disponibles. Un operativo que podría articularse con la revelación de que Clarín contaba hace ya un año con la data sobre las andanzas de los hermanos Schoklender. Y resolvió esperar, claro.
Pero no es “finalmente”. La instrucción de la causa ya certificó que Marcela y Felipe fueron apropiados, debido a las irregularidades escabrosas del procedimiento de adopción. Si son o no son hijos de desaparecidos carece de correlato con esa verdad de a puño. Y no hay marcha atrás para las espeluznantes tretas jurídicas que durante diez años embarraron la cancha. Significa que, sean cuales fueren las ulterioridades de este drama, indicador como pocos o ninguno de cómo se las gasta el Poder, así, con mayúsculas, nada debería perturbar la visión estructural del tema.
Atención, porque si eso no está cristalino uno podría quedarse deprimido del lado equivocado.
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