Sáb 27.08.2011

EL PAíS  › PANORAMA POLíTICO

Boleteros

› Por Luis Bruschtein

El resultado de las primarias dejó poco margen para octubre. Es difícil pensar que pueda producirse un cambio drástico y ya nada pueden hacer los partidos para cambiar de candidato o de alianza. En ese margen tan estrecho hay sordos ruidos tras los muros, pero no de grandes batallas sino de pequeñas escaramuzas por el escaso botín que quedó de aquí a las presidenciales. Las primarias no fueron buenas para la oposición. La ganadora está lejos y tranquila y las riñas se generan por una disputa de mínima ganancia entre los partidos de oposición que se mordisquean los talones para ganar dos o tres puntos, incluso en desmedro de los que aún siguen siendo sus aliados, como radicales y socialistas, o aliados potenciales, como la fuerza de Rodríguez Saá y el duhaldismo.

La boleta única, que para los socialistas santafesinos que la han impulsado en su provincia es un gran tema, aparece empequeñecida por los mismos socialistas en este contexto de rencillas interopositoras donde cada partido analiza los resultados de las primarias con la calculadora echando humo. Entre sumas y restas, la propuesta de boleta única que facilita y estimula el corte de boleta aparece más cerca de la matemática política que de lo institucional.

La matemática es así: hay una candidata que obtuvo más de la mitad de los votos y 38 puntos más que su inmediato seguidor. Y allá lejos hay un pelotón integrado por el segundo, el tercero y el cuarto, bastante parejos entre sí, oscilando entre los 12 y los 8 puntos. Ese es el análisis cuantitativo.

El cualitativo indica primero que puede haber una tendencia a seguir al ganador, que en ese caso aumentaría algunos puntos en octubre. También se ve que hubo dos candidatos del pelotón empatado que generaron mayores expectativas –Ricardo Alfonsín y Eduardo Duhalde– y que esperaban ser favorecidos en la elección por esa situación. Alfonsín representaba a un partido nacional y su apellido podía despertar ciertas reminiscencias empáticas. Duhalde se esforzó por representar a los peronistas enojados, los que acusaban de infiltrados a los Kirchner, un peronismo que decía reivindicar la ortodoxia frente al supuesto socialdemocratismo del Frente para la Victoria. Se recordó que Francisco de Narváez le había ganado a Néstor Kirchner en el distrito bonaerense, se habló de intendentes tránsfugas y se mencionó al aparato duhaldista bonaerense. Y era un discurso que además tuvo mucho respaldo mediático.

Tanto Alfonsín como Duhalde aspiraban a recibir más del 20 por ciento de los votos y, como eso no ocurrió, la expectativa que los ayudó en las primarias ahora les funciona en contra y parte de los votos que obtuvieron pueden emigrar hacia otros candidatos.

Los dos que los siguieron –Hermes Binner y Alberto Rodríguez Saá– quedarían entonces en situación de recibir esos votos decepcionados de los dos anteriores. Fueron a las primarias con baja expectativa y ahora son los que tienen posibilidades de crecer.

Planteado de esta manera, habría votos del duhaldismo bonaerense que consideran cerrada esa experiencia y se produciría su retorno a la estructura del PJ, sumándose a la candidatura de Cristina Kirchner. En otras provincias del centro y el norte del país, ese derrame podría favorecer a los Rodríguez Saá.

En el caso de la UCR, además de no haber llenado las expectativas que podrían haberse generado alrededor de su candidatura, Alfonsín arrastra como una condena esa alianza con De Narváez que los radicales nunca terminaron de digerir, al igual que tampoco lo hicieron los peronistas sui generis del empresario argentino-colombiano. Muchos de ellos cortaron boleta a favor de Duhalde en las primarias.

Algunos de esos votos radicales podrían iniciar una deriva hacia Binner. Resulta paradójico, porque en muchas provincias radicales y socialistas van aliados. En La Pampa han pedido que se les permita aplicar un sistema que facilite a los votantes de sus listas la posibilidad de votar también a Binner. Apabullados por un resultado que no esperaban, en Mendoza, hubo algunos radicales que ya dijeron directamente que votarían al candidato socialista. Son varias las provincias donde el radicalismo va en alianza con el socialismo santafesino.

Esta alianza ha generado situaciones insólitas. Por ejemplo, en Tucumán, los socialistas apoyan al candidato radical que va a las urnas bajo las siglas del Acuerdo Cívico y Social. El PRO también se sumó a esta candidatura. Entonces, en esta semana, coincidieron en la capital provincial el ex titular de la CTA Víctor De Gennaro y el actor, ahora dirigente derechista del PRO, Miguel Del Sel. Los dos estuvieron haciendo campaña por el mismo candidato, en una especie de alianza impensable en otras épocas y en otra situación. Esta coincidencia fue posible porque en Tucumán están permitidas y estimuladas las listas de acople, o listas de adhesión o colectoras, como se las quiera llamar. Y por supuesto, además está la vocación de la oposición para formar Grupos A, en alianzas antikirchneristas entre todas las fuerzas opositoras, tanto progresistas como reaccionarias, metiendo a todos en una gran bolsa heterogénea.

El socialismo, que hasta antes de las primarias tenía una presencia mínima en algunas provincias donde fue en alianza con los radicales, ahora ve con las manos atadas que se acrecentaron las posibilidades de su candidato. La boleta única al estilo santafesino facilita y estimula el corte de boleta, con lo cual estaría en mejores condiciones de sacarle más votos a sus aliados del radicalismo.

En su exposición ante la crema y nata del partido, entre caudillos provinciales, nacionales y legisladores, el jueves, Ricardo Alfonsín delineó una autocrítica que nunca terminó de dibujar. Molesto, en un momento afirmó: “Parece que ahora es mejor salir tercero o cuarto, que segundo”. El acto estaba armado para que todo el aparato radical le reafirmara el respaldo a su candidatura después de las turbulencias en las provincias de La Pampa y Mendoza. De hecho, esas palabras estaban destinadas a Duhalde y a Binner, pero sobre a todo a este último, que está tratando de arrebatarle parte del magro botín que logró en su alianza con el denarvaísmo.

Para hacerla más fácil: hay votos de Duhalde y Alfonsín que pueden volcarse a Binner y Rodríguez Saá. Y, casualmente, estos últimos son los dos candidatos que han instalado el tema de la boleta única como parte del debate electoral para las elecciones presidenciales. Así, más que un debate institucional, la boleta única aparece como un puente para esos votos. Pero además es un debate que no puede tener un final inmediato, porque el Gobierno no podría cambiar el sistema de votación dos meses antes de las elecciones, lo cual podría hacer aparecer al oficialismo como protegiendo un sistema supuestamente más proclive a las irregularidades. De esta manera, aparece también como una simple maniobra.

Planteada en este escenario preelectoral, donde los solicitantes serían los claros favorecidos por ese sistema en una determinada situación de coyuntura, la boleta única pierde su aureola de inocencia o neutralidad y toma una dimensión más real. Sin la magia del discurso, se ve un sistema como todos, con una puerta delante y otra por atrás, que puede favorecer a uno u otro y que, además, como todos los sistemas, también requiere control. Básicamente es lo que necesitan todos los sistemas de votación, porque con boleta única o sin ella, las fuerzas que no llevan fiscales siempre quedarán más expuestas.

El resultado de las primarias arrojó a la oposición a un lugar incómodo que deberá soportar por lo menos hasta octubre. Arrinconada, desarmada frente al oficialismo, sólo le queda espacio para una pelea menor. Como River en la B, le falta mucho para el ascenso.

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