EL PAíS › OPINION
› Por Marcelo Figueras
El domingo pasado, al sacar a luz andanzas de Pepe Eliaschev, Horacio Verbitsky me trajo a la mente esta historia.
Durante los ’80 trabé relación con Mario Sábato, imagino que a través de la militancia en la Democracia Cristiana. (Ojo: línea Carlos Auyero.) Mario tenía una revista (Cine Libre), para la que escribí en un par de oportunidades. Le debo haber parecido competente, porque a pesar de mi inexperiencia se le ocurrió llevarme a Canal 13 para hacer un programa de cine de corta duración. (En todos los sentidos.) Se llamaba Cinegrafía y lo conducíamos con Alan Pauls y Daniel Guebel, a quienes me presentó entonces. (Qué triángulo desparejo. La nota disonante era yo, claro.) Poco después ganó Alfonsín y Mario fue designado al frente de lo que todavía era ATC. Allí inventó un programa “juvenil” que bautizó como la canción de Fito: “Cable a tierra”. Alan, Daniel y yo fuimos a parar ahí, y por suerte también Sandra Russo, que me hizo sentir menos solo. ¿Y quién conducía el programa, el adulto que debía controlar las efusiones de tanto imberbe? José Ricardo Eliaschev, (a) Pepe.
Al mismo tiempo yo escribía en Humor y en El Periodista (allí encontré a Verbitsky por primera vez), trabajos que siguen siendo parte de lo que me enorgullece de mi trayectoria reporteril. Era la época del Juicio a las Juntas. Por eso propuse, y me aceptaron, hacer una investigación para descular algo que me quitaba el sueño como ciudadano. La ley impedía que la TV mostrase imágenes del juicio, como ocurre en casi todas partes. (¿Alguna vez vieron los dibujos que se hacen en los juzgados de EE.UU.? Son un género artístico en sí mismo.) La intención de esta veda es que las imágenes, el sonido y su edición no influyan sesgadamente sobre la opinión pública. Pero la ley no prohíbe que se difundan los alegatos. Sin embargo, no se emitieron a pesar de su importancia histórica. ¿Por qué? Porque el gobierno se había encargado de que esas imágenes no llegasen a la TV.
Como yo sabía que las imágenes existían (las cámaras de ATC habían registrado todo el juicio), quise entender la trama política que había impulsado a Alfonsín a preservar ese documento de los ojos del gran público. La resultante de la investigación fue un artículo que salió en Humor y produjo una reacción inmediata. Dado que ATC estaba formalmente metida en el asunto por el uso de sus cámaras, la presión alcanzó en tiempo record a Mario Sábato. Que me convocó a su despacho, me dio alguna explicación que ya no recuerdo (debe haberme dicho algo así como: Vos sabés cómo son las cosas) y me echó de una.
Días después me llamaron amigos para decirme que Pepe Eliaschev estaba hablando pestes de mí en la radio. Imaginé que lo hacía para tomar distancia de mi incómoda persona y preservar su posición en ATC. Lo gracioso ocurrió entonces. A cuenta de alguna interna que seguramente excedía las consecuencias de mi osadía, pero no obstante la incluía, Mario Sábato fue desplazado de la dirección de ATC. ¿Y a qué dedicó Pepe su siguiente emisión radial? A incendiar al que hasta entonces solía llamar “Marito”, o en su defecto “mi amigo Mario”. La lógica detrás de los improperios, supuse, seguía siendo la misma: dejar en claro públicamente que Eliaschev no estaba “casado” con Mario Sábato y congraciarse con las nuevas autoridades del canal para que le permitiesen continuar con Cable a tierra. Ah, duro es el yugo del contrato renovable cada tres meses...
Y aquí llega el remate. Se me escapan también las internas del momento (aunque yo pertenezca al Sub 65, mi memoria tampoco es la de Funes) pero lo cierto es que Alfonsín repuso a Mario al frente de ATC. Y entonces a Eliaschev, que acababa de incendiar al “amigo Mario” en la plaza pública del éter, no le quedó otra que negociar la renovación de su contrato con la aun escaldada víctima. Hubiese pagado oro por estar en esa reunión. Supongo que Sábato lo habrá hecho sufrir, a no ser que la formación cristiana haya interferido con su noción de la justicia poética. Yo me di por satisfecho consignándolo en Humor.
Está claro que hay quien se ha convencido, últimamente, de que hablar mal de Verbitsky es una manera de hacer patria, o al menos de congraciarse con cierta gente persuadida de su propia elegancia. Días atrás me enteré de la polémica Martín Caparrós-Verbitsky a través del flamante blog del primero en el diario español El País. Leyendo el agitado intercambio recordé la última vez que había visto a Caparrós. Fue en Buenos Aires, este agosto pasado. Nos saludamos al final de una charla del escritor gallego Manuel Rivas. Al inevitable cómo estás respondí con la verdad: nada bien, puesto que mi padre acababa de morir de una enfermedad de mierda y yo no había llegado a verlo consciente; la putada fue que el viaje desde Barcelona, donde vivo, me había dejado clavado un día entero en su única escala. (La Habana.)
A esta explicación Caparrós respondió que estaba considerando irse también a Barcelona. Su argumento era que no aguantaba seguir viviendo en la Argentina de hoy. Ojalá recordase la frase textual; juraría que habló de que no toleraba “este clima”. Comprendí que no era el único en estar experimentando un drama personal. Y me asusté un poco, porque supuse que Caparrós asumía que yo padecía la misma hipersensibilidad meteorológica. Pero como ya estaba llegando tarde a una cena, aproveché para cortar el rollo antikirchnerista que se venía y me fui.
Cuando descubrí el blog de Caparrós en El País, me entristecí. Porque por sus características (se llama Pamplinas, el asunto, en tanto apunta a hablar de cosas de nuestras pampas), el blog lo obligaría a permanecer en el suelo cuyo presente lo hace sufrir tanto. Pero por suerte le queda una alternativa: hacer las valijas en busca de clima más propicio a su sensibilidad y modificar ligeramente la premisa de su espacio en El País. Mientras sus textos sigan cumpliendo con lo que promete el título del blog, ninguno de nosotros se quejará.
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