EL PAíS › LA DECLARACIóN DE MARIO COLONNA EN EL JUICIO POR LOS CRíMENES COMETIDOS EN EL CIRCUITO CAMPS
En el proceso que se realiza en La Plata, Colonna contó cómo fue secuestrado y su paso por diferentes centros clandestinos. También describió la desaparición de su hermano, Juan Carlos, y cómo supo de su asesinato.
› Por Alejandra Dandan
Algunas lágrimas todavía se le escurrían abajo de los anteojos. Mario Colonna había dejado ya la sala de audiencias de La Plata, donde él y otras dos personas declararon ayer como testigos-víctimas del Circuito Camps. Mario, que tiene a su hermano Juan Carlos desaparecido y no se acercó a denunciar nada en la Conadep, aunque otros familiares lo hicieron por ellos, declaró por primera vez en el año 2000, durante los juicios por la verdad. Y ayer volvió a hacerlo, de espaldas a esa presencia fantasmal que imprime en el teatro la figura escuálida del represor Miguel Etchecolatz.
“En el 2000 declaré contando todo el circuito, pero yo no soy parte de esta causa. De la desaparición de mi hermano he contado cómo me enteré de que lo trasladaron con otros dos compañeros cerca de Melchor Romero, los colgaron, los fusilaron y les prendieron fuego. Pero como no soy de esta causa no puedo acusar a estos señores, sino que sigo contando qué es lo que pasé, sigo dando testimonio para que se engruesen los temas que estos señores han provocado.”
A Mario los efectos de la dictadura lo llevaron a establecerse en Río Negro, donde es subsecretario de Relaciones Interprovinciales y de Fronteras. Vivió en La Plata desde el ’69. Militó como estudiante de Medicina y luego entre los gastronómicos. “Yo era un trabajador que estudiaba”, se situó. Se sumó a la Unidad Básica del Churrasco en el barrio de Tolosa, espacio territorial del que formó parte también su hermano y quienes fueron secuestrados en los comienzos de la dictadura.
Su testimonio, como los otros que se escucharon ayer, marcaron la primera época de caídas en La Plata. A Colonna lo secuestraron el 30 de julio de 1976, pocos días después de Oscar Bustos, la persona que declaró antes que él. Los dos pasaron por el Pozo de Arana y luego siguieron rumbo a otros destinos. En su caso, al Pozo de Quilmes, la comisaría de Valentín Alsina y un blanqueo en la Unidad 9 de La Plata. Bustos pasó antes de Arana frente a la Brigada de Investigaciones de La Plata, sede operativa de Etchecolatz. Esa conexión entre la Brigada, Arana y la Comisaría V, pensada ahora como uno de los microcircuitos del sistema Camps, es foco de este primer tramo del juicio.
Cuando el presidente del Tribunal Oral 1, Carlos Rozanski, le tomó juramento, Mario dejó algo claro. Prometió decir la verdad, pero cuando le preguntaron si tenía algún vínculo de parentesco, amistad o enemistad con los acusados, dijo: “A ver, señor presidente, estos individuos han sido miembros de las fuerzas conjuntas, yo he sido víctima de ellos”.
A Mario se lo llevaron de su departamento de la calle 68. Su mujer, embarazada, no estaba. Pero sí una compañera, Carolina Lugones, con uno de sus hijos. “Calculo que tipo 3 de la mañana estábamos en el primer sueño cuando siento que golpeaban la puerta de ingreso al patio y luego la puerta de la cocina que da ingreso al departamento. Y gritos de gente que decían somos las fuerzas conjuntas y se metieron rápidamente en las habitaciones.” En el departamento tenían todos los libros del peronismo, había mucho material de filosofía y de historia, de psicología y de política, pero eso no les importó. “Revisaron los libros para llevarse dinero, dos quincenas de mi hermano que trabajaba en astillero Río Santiago. Y la quincena que yo había cobrado.” Se llevaron bebida, discos, equipos, ropa y le vaciaron la cartera a Lugones.
“Uno, que era militante político, sabía lo que pasaba. Yo, que trabajaba en Swift, sabía que en la ruta camino a Berisso había muchísima gente que había sido muerta en un seudoenfrentamiento, y uno sabía que podía aparecer al costado del camino, porque estaban secuestrando y matando militantes, sobre todo entre los compañeros trabajadores, fuimos los que más pagamos los costos. Así que tenía noción. Mucho no me podía hacer el guapo, así que agaché la cabeza.”
Mario estuvo en Arana una semana, en un espacio que, de pronto, a la luz de la reconstrucción, reapareció en la sala: “Era casa de estancia, era campo, se sentían los animales. El campo tenía tranqueras, nos hicieron pasar por abajo del alambrado, andar entre el pasto. Ingresábamos a la pared de lo que sería un patio interior y comienzan a preguntarnos los nombres”. Eran varios. Los represores habían recogido a otros en el camino. Arana fue un de los espacios emblemáticos de la represión por sus tratamientos demenciales. A Juan Carlos lo sacaron para simulacros de fusilamiento, lo devolvían y volvían a sacarlo. Lo picanearon, también a Mario. “Me desnudan, me meten en la cama, me pasan electricidad”, dijo. Pero antes lo llevaron a un escritorio. Una voz le preguntó datos sobre nombres. La voz le sonó conocida. Le habló de una libreta, de su casa. “¿No puede ser un cuaderno?”, le dijo Mario, que buscó la manera de ver el cuaderno y de paso mirar quién hablaba. Cuando miró el cuaderno, reconoció que conocía todos los nombres: Mario estaba en cuarto año de medicina y ésos eran los autores de la bibliografía. En la protuberancia de la barriga (lo único que vio), reconoció al capitán de Inteligencia Gustavo Adolfo Cacibio, alias El Francés: había estado con él y Carolina Lugones meses antes, mientras buscaban datos sobre el hijo de ella.
Encimado a otros cuerpos lo llevaron después al Pozo de Quilmes. En las paredes de las celdas había láminas, fotos de mujeres semidesnudas, con las que pudo hacerse suelas para soportar el frío. Luego pasó a la Comisaría de Valentín Alsina, donde alguna vez comieron un asado con policías. Mario habló de una vieja discusión con Adriana Calvo, de ella enojada porque él, hasta ahora, habla con corrección del comisario renunciado en enero de 1977, dijo, porque no soportó las presiones de la fuerza.
Hubo alguna empatía entre policías que se decían peronistas, ellos y los presos comunes. “Se cierra la puerta ciega de la celda –contó él– con una mirilla redonda y los presos que estaban afuera en el pasillo nos dicen:
–¿De dónde vienen ustedes?
–A mí me secuestraron y vengo de Arana y creo que de la brigada de Quilmes.
–¿De la extrema?
–¡Qué extrema! –respondió–. Somos peronistas.
Mario no se acuerda el nombre pero, un día, un preso le dijo que estaba por irse. Que se lo llevaban a Olmos, iba a pasar unos días y luego salía. Que desalojaban a los comunes de la comisaría para liberar el espacio para la “extrema”. Y aclaró: “extrema por extremistas”. Mario le dio un papel. “Todavía tengo ese papel en mi poder. Le anoté la dirección y el número de teléfono de unos amigos. Y bueno, este preso común llegó a Olmos, lo soltaron, se pidió un taxi, se fue hasta 7 y 68, les dijo que tenía noticias mías, pero ‘me tienen que dar plata para el taxi’. Le pagaron el taxi hasta Bernal y esta gente, don Florentino Tejas y su señora, Inocencia, cerraron el negocio, prepararon una bolsa de comida, se fueron a la Tercera de Lanús y se aparecieron preguntando por Juan Carlos y Mario Colonna.”
El estaba ahí. Su hermano no había llegado a ese espacio. Otro compañero del Churrasco sigue desaparecido: Carlos “El Cabezón” Perego.
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