EL PAíS › OPINIóN
› Por Samuel Cabanchik *
Lo político se caracteriza por una pasión que moviliza a la sociedad. Las inflexiones históricas son consecuencia de una exacerbación de la pasión política por excelencia: la inquietud. El movimiento político es, en efecto, un desplazamiento operado en el campo de lo social por su intensificación. Ahora bien, esa inquietud puede adquirir valencias de algún modo opuestas: es capaz de transfigurarse, por un lado, en indignación y, por otro, en imaginación política. Vivimos un momento histórico donde globalmente esa inquietud se encuentra tensionada por estas potencialidades diversas. Si pensamos en los principales actores de este año –los protagonistas de la Primavera Arabe, las revueltas de Chile, los indignados europeos encontramos rápidamente, en la diversidad de situaciones, un denominador común: todos ellos son jóvenes. Hombres y mujeres, en promedio menores de 30 años, que se cansaron de las directrices de sus gobernantes y decidieron asir la política con sus propias manos. Jóvenes inquietos, formados y disconformes con el destino que las generaciones precedentes les han legado. La juventud global ha irrumpido en la escena política internacional, sin pedir permiso, para exigir medidas que respondan a sus necesidades: protección y seguridad laboral, acceso gratuito y universal a la educación, profundización de los derechos civiles y políticos. Y es que la juventud constituye un colectivo sumamente expuesto y vulnerable, incluso en nuestro país: a menudo carente de representación institucional, sus necesidades son contempladas de manera tangencial, sin que se formulen verdaderas políticas públicas orientadas a la mejora integral de su condición. No existe rincón del mundo en el que el desempleo juvenil no duplique al de la población adulta y pocos Estados ofrecen legislación que proteja al primer empleo, ni medidas que hagan más accesible la vivienda propia. De hecho, en la Argentina, estas últimas necesidades siguen siendo parte de una deuda social pendiente con los jóvenes, muchos de ellos víctimas de la exclusión, producto de décadas de reducción del Estado. En la Argentina, la inquietud no ha adquirido la modalidad de la protesta colectiva, sino que se ha producido una movilización de diversas iniciativas políticas, dentro de las reglas del juego institucional-democrático, apenas a 10 años del enorme proceso de “indignación” que debilitó fuertemente a las instituciones argentinas. Hoy, las iniciativas se canalizan a través de la dinámica de la militancia, que abre una dimensión posible para la imaginación política. Como pocas veces en la historia, son los jóvenes los que están construyendo la sociedad civil y los que, con su labor diaria, la repiensan y transforman. Esta nueva generación, que nació en los últimos años de la dictadura, o directamente no la vivió, no tiene miedo de involucrarse y perseguir lo que quiere: se moviliza a la Plaza de Mayo, organiza grupos solidarios, estudia, produce, milita y hasta ocupa puestos de gestión. Hija del regreso de la democracia y de la crisis socioeconómica de 2001, la juventud argentina emerge políticamente renovada y dotada de una potencia transformadora que muestra que aquel viejo temor de que las nuevas generaciones están perdidas no sólo es falso, sino también infundado: con ellas se hace hoy la nueva política.
* Senador nacional, Proyecto Buenos Aires Federal.
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