Vie 27.01.2012

EL PAíS  › OPINION

La batalla del conocimiento

› Por Juan Recce *

Argentina fue muy hábil en conseguir, por primera vez en la historia, una posición sin dualidades de parte de los países de Sudamérica. Ha sido un revés para el Reino Unido, políticamente muy trascendente y que reivindica el poder de David frente a Goliat. Argentina ha logrado comunicar adecuadamente a los países de la Unasur que tenemos un destino colectivo cuyos réditos prometen ser muy superiores a los que el Reino Unido puede ofrecer en el corto plazo. Sudamérica ha comprendido que Malvinas y Antártida como un único vector estratégico regional reviste la misma importancia para nuestro futuro que el litio del Salar de Oyuni para Bolivia, que la cuenca petrolera del Orinoco para Venezuela o la de Santos para Brasil. Renunciar a nuestro patrimonio de genomas, biodiversidad y riquezas minerales sería tan crítico para nuestro futuro como lo hubiese sido renunciar a nuestra Pampa Húmeda a mediados del siglo XIX. Imaginemos qué sería hoy de nuestro modelo de desarrollo si hubiésemos errado en aquella apuesta.

El revés diplomático ha desestabilizado las esferas de influencia del Reino Unido. De allí la furia británica. La restricción de ingreso de barcos con la bandera isleña es una acción espejo al blindaje jurídico que el Reino Unido realizó a través de la inclusión de Malvinas en los territorios europeos de ultramar. La legitimidad y el aval de un colectivo regional contra otro equivalente.

Los países hermanos de la región hicieron una apuesta a futuro sorteando costos en el presente. Hay que ser justos, no es fácil lograr esa congruencia cuando la interdependencia es densa y compleja y Goliat presiona. Los países hermanos de Sudamérica, presos de los condicionamientos de la historia, tuvieron durante mucho tiempo una posición incongruente entre la declamación y la acción. Por ello, hoy, su adhesión discursiva y material a nuestra causa ha sido doblemente noble y audaz. Estamos llamados a ocupar regionalmente un lugar importante en el moldeado de un vecindario global posoccidental. Todos coincidimos en que el Reino Unido, al igual que cualquier otro poder colonial, poco tiene que hacer en estas latitudes en que emerge una identidad estratégica común. Necesitamos romper el discurso británico. Malvinas y la Antártida son para el Reino Unido parte de un único sistema estratégico de poder, cuyos márgenes se amplían con sus territorios de ultramar ubicados en el centro del Atlántico Sur. Las islas de Ascensión, Tristán de Acuña, Georgias y Sandwich del Sur le confieren el control logístico del camino de Occidente a la Antártida. Aunque los británicos se esfuercen por decir que Malvinas y la Antártida son temas distintos, su punto de proyección logístico es Puerto Argentino.

Los kelpers no son un pueblo, son una comunidad trasplantada que, desde el punto de vista demográfico, geocultural e histórico, no reviste tal categoría jurídica. Malvinas es una pyme de escala insular con un régimen endogámico político-capitalista difícil de explicar. La restricción de ingreso de barcos con bandera isleña no afectará sustancialmente el PBI isleño. El bloqueo aquí no es económico, es logístico-defensivo, que es muy distinto. El verdadero bloqueo sería realmente económico si la comunidad internacional declarase finalmente a Malvinas paraíso fiscal. Mientras esto no suceda, la sustentabilidad y el desarrollo isleños están asegurados.

Los kelpers no son el punto en cuestión. A través del sistema Argos, el Reino Unido monitorea temperaturas, salinidad y corrientes submarinas de todo el mar antártico. A través del British Antartic Survey estudia y nomencla riquezas imperceptibles. Antes se hablaba del krill como el alimento del futuro, hoy es importante pero no tanto. La carrera es por el patentamiento de la diversidad biológica para fines farmacéuticos, es por el control de los recursos mineros sumergidos en la plataforma continental y obviamente por el control de los recursos hidrocarburíferos de los subsuelos.

Cuando las motivaciones suelen ser tan elevadas, el mensaje es tan “superliminal” que a veces corre el riesgo de volverse estéril y ser percibido como estático o de baja relevancia. Esto suele suceder con Malvinas. Al tema Malvinas hay que comprenderlo con múltiples lupas convergentes: el cambio climático, la biodiversidad de aplicación farmacéutica y la transformación de la matriz energética global. Estamos frente a un TEG de altísimo nivel.

Nuestra avanzada debe ser el Conicet. A diferencia de 1982, la batalla se da en el campo del conocimiento y la carrera no es armamentista, sino científica. Las victorias son patentes y descubrimientos, no enclaves territoriales. Debemos ocupar el Atlántico Sur con conocimiento, sólo así ganaremos profundidad estratégica, condición sine qua non para una Argentina próspera en las próximas dos generaciones. La economía real es una economía de conocimiento que amplía los horizontes de las “cosas” conocidas para su gerenciamiento a través de su posesión real. Nuestra economía real del futuro, no la inmediata, sino la de los próximos 30, 40 y 50 años está intrínsecamente vinculada a nuestra identidad sur. Pensar una Argentina potencia media, es decir, un país habitado por una clase media popular próspera y económicamente autosustentable es un sueño inseparable de la cuestión Malvinas y la cuestión antártica.

* Director ejecutivo del Centro Argentino de Estudios Internacionales (CAEI).

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