EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Fernando Cibeira
No es algo novedoso. La irrupción de jóvenes ocupando lugares cercanos al poder suele erizar los pelos de sectores conservadores de la sociedad. Pasó antes y pasa ahora. Jóvenes “turcos” que aparecen con motivaciones misteriosas, pero que, tratándose de caras nuevas, lo más lógico es esperar lo peor. Ya hay un libro dando vueltas sobre La Cámpora, pero fueron dos notas de opinión aparecidas esta semana –una en Clarín y otra en La Nación– lo que provocó una respuesta pública de la presidenta Cristina Kirchner, que incluyó una defensa de la militancia juvenil, tal vez el rasgo más distintivo del “cristinismo” en ciernes.
Las opiniones se enmarcaban en la lógica de avivar los miedos que puedan existir en determinados sectores. Una hablaba sobre la existencia de un “gen” montonero que estaría fatalmente inscripto en el ADN de estos chicos. La otra inscribía al joven viceministro de Economía Axel Kiciloff –ya oficialmente el nuevo cuco del establish-ment– en una tradición dogmática judeo-marxista-psicoanalítica, una línea extraviada de algún editorial de la revista Cabildo. Todo tan exagerado y absurdo que daba como para tomárselo en solfa. La Presidenta se lo tomó en serio y salió a responder.
La intriga es por qué la obsesión con los jóvenes K. Hasta ahora, La Cámpora no ha mostrado ninguna faceta diferente del Gobierno más allá de su ímpetu juvenil. No motorizó ninguna iniciativa propia ni buscó diferenciarse respecto de alguna que no la convenciera del oficialismo. La única diferencia que se recuerde ocurrió respecto de la actuación del gobernador de Santa Cruz, Daniel Peralta, a quien La Cámpora le quitó públicamente su respaldo cuando intentó aprobar una ley de emergencia económica en la provincia y reprimió una marcha de protesta. Aseguran que en privado la Presidenta coincidía con esta postura, pero en público siguió compartiendo actos con Peralta y mantuvo con él un trato normal. Días atrás, Peralta anunció que retiraba el proyecto de emergencia y esta semana se mostró junto al gobernador de Chubut, al frente de la estrategia oficial de presionar a YPF quitándole zonas de explotación. La situación se encaminó discretamente.
Ni siquiera puede argumentarse que formen el “ala izquierda” del kirchnerismo. Un legislador del Frente para la Victoria recordaba esta semana sus conversaciones con dirigentes de La Cámpora, en las que ellos defendían los proyectos de megaminería mientras que él mostraba sus reparos. “Yo estaba más a la izquierda”, reflexionaba.
Son “los soldados del pingüino”, y por transición de Cristina Kirchner, consigna que en los actos cada vez gana más espacio frente a la marcha peronista, en lenta retirada. En la defensa que hizo de los jóvenes, la Presidenta demostró con números que no era cierto que hubieran hegemonizado las candidaturas en las listas ni los cargos en el Estado. Con todo, es evidente que, para lo que es tradición dentro del peronismo, la Presidenta los privilegió antes de darles más espacio a las estructuras oxidadas del PJ o el sindicalismo. Esos dirigentes “alquilados” que mantienen su alineamiento en tanto entienden que obtienen ventaja, pero que huyen apenas adivinan tormentas o que los vientos del poder empiezan a soplar en otra dirección. CFK prescindió de ese respaldo y le fue muy bien igual.
Tal vez, justamente, esa adhesión sin fisuras al “modelo” sea lo que crea inquina con ellos. Arribados desde diferentes lugares de militancia –agrupaciones universitarias, organismos de derechos humanos y también de partidos tradicionales–, lo que aglutinó a los camporistas fueron las peleas señeras que libró el kirchnerismo. Para empezar, contra las entidades del campo por la Resolución 125, que aunque terminó en derrota legislativa significó un triunfo en cuanto a declaración de identidad del oficialismo, como bien intuyó el propio Kirchner en ese momento. Luego, en la discusión por la ley de medios y en la individualización de los medios hegemónicos, más que la oposición política, como el enemigo a vencer en la confrontación por el “relato”. La estatización de las AFJP, la creación de la Asignación Universal por Hijo y hasta la utilización de las reservas del Banco Central para el pago de la deuda terminaron por redondear una épica que hizo eclosión durante las exequias de Néstor Kirchner.
Lejos del discurso que insiste en la necesidad de un gran consenso nacional –sin indicar para qué–, el kirchnerismo prefiere abrevar en las agitadas aguas del antagonismo y los resultados son los que están a la vista. “La movilización requiere de politización, pero la politización no puede existir sin una representación conflictiva del mundo, que incluya campos opuestos con los cuales la gente se pueda identificar, permitiendo de ese modo que las pasiones se movilicen políticamente dentro del espectro del proceso democrático”, como escribe la politóloga Chantal Mouffe en En torno de lo político, un librito que la Presidenta tiene bien leído. Mouffe explica allí que el actual énfasis en el consenso genera sociedades cada vez más desinteresadas en la política, si éste o aquel son más o menos lo mismo. Así, mientras en buena parte del mundo las juventudes desencantadas se manifiestan ocupando plazas por fuera de los espacios políticos, acá lo hacen fervorosamente por dentro. Incluso, algo todavía más atípico, perteneciendo a la estructura del Estado, convertido en una nueva forma de militar, una actividad que antes se relacionaba con el “anti-sistema”.
Entonces, son jóvenes que no están por el consenso sino apasionadamente por el antagonismo, lo que empieza a explicar el temor de ciertos sectores. Probablemente preferirían tener enfrente a un dirigente del peronismo tradicional o del sindicalismo cegetista, con quienes saben que acordar se resume en un tire y afloje. Tanto es así, que el otrora “negro” Hugo Moyano se convirtió en rubio y es figurita repetida en los programas de los medios opositores. Pero luce cada vez más solo y pese a que sus declaraciones suben de tono, ya casi no repercuten.
Otro de los temores pasa porque estos jóvenes podrían funcionar como la garantía de la continuidad del modelo más allá del incierto 2015, del que no hay mayores indicios. En principio, vuelve a tomar impulso la idea de crear una estructura kirchnerista por fuera del PJ. El germen pudo verse el fin de semana pasado en el acto recordatorio a Héctor Cámpora en San Andrés de Giles, donde la juventud K compartió escenario con dirigentes de la Corriente Nacional de la Militancia (donde coexisten el Movimiento Evita, el Frente Transversal de Edgardo Depetri, Agustín Rossi, Daniel Filmus y Jorge Taiana, e intendentes como Francisco “Barba” Gutiérrez, Darío Díaz Pérez y Mario Secco, entre otros). Gabriel Mariotto, Sergio Urribarri y Martín Sabbatella son otros referentes cercanos. Por ahora, se juntan más por afinidad que por otra cosa. Se sabe que en el oficialismo no es costumbre hacer planes a mediano o largo plazo. Prometen un acto masivo el 27 de abril en Vélez, cuando esperan dar muestras contundentes de su capacidad de movilización.
Por cierto, más allá del intento por demonizarlos, los camporistas no ayudan con algunas de sus características de “orga”. El kirchnerismo es verticalista y a menudo hermético, pero ha sido así porque le gusta utilizar la sorpresa como herramienta para mantener la iniciativa política. Puede no gustar, pero le fue bien. En la rama juvenil esas particularidades se repiten sin que quede claro el motivo. Con buen desarrollo en el ámbito 2.0, La Cámpora se debe también una política de comunicación más abierta y acorde con los tiempos, que permita volver identificables a sus dirigentes y sus argumentos. Nuevas batallas electorales se avecinan y tal vez les toque protagonizarlas.
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