EL PAíS › EDGARDO ESTEBAN, PERIODISTA Y EX COMBATIENTE, AUTOR DE ILUMINADOS POR EL FUEGO
Esteban explica que escribió su libro para “exorcizar los fantasmas”. Argumenta que lo que sucedió en las islas siguió la misma lógica de la dictadura. Y que espera que los organismos de derechos humanos se sumen a su lucha.
› Por Fernando Cibeira
Si se compara, por ejemplo, con la producción literaria y, sobre todo, cinematográfica de Estados Unidos de la guerra en Vietnam, se concluirá que las realizaciones argentinas que cuenten lo sucedido en Malvinas son escasas. En ese panorama yermo como el suelo de las islas, Iluminados por el fuego, el libro del ex soldado y periodista Edgardo Esteban que luego fue una película dirigida por Tristán Bauer y protagonizada por Gastón Pauls, fue algo así como un hito. Además fue el trabajo que difundió en forma masiva el maltrato que habían sufrido los soldados durante el conflicto, un tema que sólo se comentaba sotto voce.
Desde entonces, Esteban ha venido insistiendo en que no se debe tomar la dictadura militar por un lado y la guerra de Malvinas por otro sino que el conflicto armado fue parte de una dictadura que secuestró, torturó y mató, por lo que los vejámenes que ocurrieron durante aquellos aciagos 74 días de 1982 no fueron más que una continuidad, incluso con algunos protagonistas repetidos. En un café enfrente de las oficinas de la cadena Telesur, donde trabaja, Esteban asegura a Página/12 que la situación de los ex combatientes cambió con Cristina Kirchner, que hoy se vive una nueva etapa y que es posible que aquellos vejámenes sean investigados en la Justicia.
–Cuando la Presidenta plantea lo del Informe Rattenbach y la humanización de la guerra, también se descubre que la Argentina mantiene dos patas. Por un lado, si algo le ha dado credibilidad a esta gestión en el mundo ha sido su política de derechos humanos. Que en estos días Videla haya hablado de esa manera de los Kirchner en cierta forma es algo que dignifica lo que han hecho. Y en Malvinas es como que siempre hubo una nebulosa. Estaba la “gesta” de Malvinas, los “héroes” de Malvinas. Hasta para los propios organismos de derechos humanos siempre fue una cosa que no se tocaba, como si la dictadura hubiera terminado el 2 de abril. Este año hubo dos ex combatientes hablando en el acto del 24 de Marzo, lo que para nosotros marca un cambio, un punto de inflexión. No podíamos hablar de Malvinas, cuesta entender que también fuimos víctimas.
–Es raro que hayan tenido que pasar 30 años para que recién ahora comiencen a difundirse algunas denuncias de abusos y torturas que no se conocían.
–Había mucho miedo. Hay que pensar que no éramos muchos los ex combatientes que contábamos lo que había sucedido; yo empecé a hablar en el ’85.
–¿Cuándo salió Iluminados por el fuego?
–En el ’93, aunque había empezado a escribir cosas en el ’85. Lo hice porque necesitaba sacar mi dolor interior, exorcizar mis fantasmas, reconstruir mi vida. Había empezado a hacer terapia, control mental, estudié teatro, busqué mil alternativas, pero no encontraba la manera de desahogar lo que me angustiaba, que era el silencio al que me habían obligado los militares. Cuando nos fuimos de la colimba, nos hicieron firmar en una declaración jurada que no podíamos hablar de Malvinas porque era una cuestión de Estado. Era condición para que te dieran la baja.
–¿Lo de ser periodista surgió como consecuencia de la guerra?
–Sí, yo antes de la guerra quería ser agrimensor, por eso allá en Malvinas manejaba los mapas. Cuando caemos prisioneros de los ingleses, nos llevan al puerto y había un barco. Venían las lanchas y nos decían que se llamaba Canberra. Yo les preguntaba a los suboficiales si volvíamos en el Canberra y me respondían: “Déjese de hablar boludeces”, porque según los diarios nosotros lo habíamos hundido. Cuando cruzamos la bahía y llegamos al barco y vemos la magnitud que tenía, fue una gran decepción. Me di cuenta de que la gran derrotada en una guerra es la verdad. Ahí me generó la inquietud con el periodismo. Lo mismo cuando escuchábamos la radio: cuando nos bombardeaban, decían que la zona había estado tranquila.
–¿Por la radio escuchaban las noticias que no sucedían?
–Sí, a veces bombardeos que no eran o ataques que no existían. Ahí empecé con el periodismo y después con el libro como manera de exorcizar los fantasmas. Yo pensé que ahí cerraba una etapa, pero no. Ahí empezaron los insultos y las amenazas, para algunos pasé a ser un traidor a la Patria. ¿Cómo iba a hablar de que los soldados teníamos miedo, que teníamos hambre, que nos hacíamos pis, que nos estaqueaban y nos torturaban, de los abusos de todo tipo? Pasé de ser un buen soldado, porque yo era dragoneante y tenía orden de mérito, a ser el peor. Lo que más me dolió es que en la Unidad donde hice el servicio militar soy un NN: pusieron un monumento y en vez de llamarme Edgardo Esteban me pusieron Eduardo Estebani. Fueron tan perversos que después me mandaban la foto a casa marcándome que yo no estaba, que era Eduardo Estebani. Pero ya estaba en la lucha, había que seguir. Lo entrevisté a Tristán Bauer por un documental que hizo sobre Eva Perón, le regalé mi libro y le dije que iba a ser su próxima película. Aunque la primera persona que me dijo que de Iluminados... tenía que hacerse una película fue León Gieco. Por eso la única condición que le puse a Tristán fue que si hacía la película, la música tenía que ser de León Gieco, cosa que pasó. Y creo que fue la película lo que multiplicó el debate.
–¿Este debate te parece que ayuda a aliviar a los ex combatientes o también les remueve cosas escondidas?
–A mí me parece que exorcizar los fantasmas siempre es bueno. Hubo dos cosas que a mí me ayudaron mucho: escribir el libro y volver a las islas en 1999. Fui el primer ex combatiente que volvió. Al volver me di cuenta de que la guerra había quedado en el ’82. Me fascina que la semana pasada hayan viajado 60 ex combatientes, que hayan ido a correr, a pescar, a acampar.
–¿Qué es lo que tranquiliza, recorrer esos lugares y ver que no hay guerra?
–Claro. Como sería bueno que los kelpers vinieran a la Argentina continental y vean que acá no están ni Videla, ni Galtieri, que éste es otro país. El paradigma que marca la Presidenta es el de la paz. Yo no creo en las guerras, éste es un momento maravilloso para América latina y Malvinas también es Latinoamérica.
–En todos estos años, ¿volvió a encontrarse con alguno de sus jefes en la guerra?
–Sí, cuando escribí el libro, fui a comer en la Escuela Superior de Guerra con todos los oficiales y suboficiales con los que había estado. Fueron cuestionadores porque decían que no podía contar lo que salía en el libro.
–Lo que cuesta entender es cuál era la lógica con la que actuaron en las islas. Por ejemplo, ¿por qué negarles comida, por qué no alimentarlos como correspondía?
–Cuando quedo detenido en un depósito de YPF en Puerto Argentino, era un mar de comida. No había una logística. Mismo en el Informe Rattenbach, escrito por la dictadura en definitiva, se habló de los errores, de la incapacidad y la improvisación que hubo. Creo que el objetivo era tocar, conseguir el sistema de las tres banderas y volver, no era quedarse tanto tiempo. Pensar que nos rendimos el 14 de junio, una semana antes del invierno. Era inimaginable pensar en dormir en esos pozos con temperaturas mucho más severas y con nieve. Era la crónica de un final de guerra anunciado. Si los militares hubieran pensado en una guerra, no nos hubieran dado el armamento nuevo que nos dieron en Campo de Mayo cuando volvimos, mientras que nos llevamos a las islas armamento oxidado. No había ninguna lógica de combate.
–En ese encuentro que tuvieron, ¿los oficiales y suboficiales no reconocieron sus culpas?
–No, estaban sorprendidos porque yo siempre fui un soldado prolijo, con diploma de honor. Después dijeron cosas injustas que nunca les respondí porque estoy muy orgulloso de lo que hice, la vida me ha premiado y me ha dignificado. Lo que me duele de estos treinta años es que ningún oficial hizo una autocrítica de lo que sucedió en Malvinas, que no hayan pedido perdón. Algún día van a pagar el daño que han hecho porque se atendieron solamente 300 soldados en el Hospital Militar, pero hubo más de 400 suicidios que no tuvieron ningún tipo de contención. Se apresuraron en dar las bajas porque no sabían cómo contener toda esa carga emocional que traíamos. Eramos pibes de 18 años que nos creíamos inmortales, porque a esa edad pensás en vivir, tener tu pareja, estudiar. Ellos nos dejaron la cruz de la muerte para toda la vida.
–¿Usted vio estaqueamientos?
–Sí, el 90 por ciento eran por hambre. Algunos por quedarse dormidos en una guardia o llegar tarde a una formación. Eran perversos. Cuando nos bailaban nos hacían arrastrar; no podía ser que nos hicieran arrastrar en la turba mojada, con la poca ropa que teníamos. Chicos de 18 años que los dejaban toda la noche atados de pies y manos, los hacían correr cinco minutos para que no se congelaran y después los volvían a atar sobre el suelo mojado. La mayoría eran de la clase nueva, que tenían unos pocos días de instrucción. Cuando uno empieza a escuchar ahora las historias, ve que Iluminados por el fuego fue una puntita para que todo esto saliera a la luz. Es una etapa nueva. Ojalá que los organismos de derechos humanos puedan entendernos, acompañarnos y hacernos parte de este proceso de cambio que ha tenido la Argentina.
–¿Imagina que las denuncias pueden terminar en un juicio a los jefes militares, como ocurre con las desapariciones o los robos de bebés?
–Creo que va a costar mucho más, pero a la larga todo llega. Yo puedo mirar todos los días a mis hijos a los ojos. Escribí el libro con mi mujer embarazada. Tocaba esa panza y me metía de nuevo en las profundidades de la muerte. Y cuando se hizo la película, mi mujer esperaba a mi tercer hijo. Hay que apostar a eso, a esa construcción de vida. La guerra tiene que servirnos como una experiencia positiva en medio de toda la tragedia. Algunos quieren venir a contarnos una historia de Rambo, ellos hablan de la guerra como si la hubiésemos ganado. Tenemos héroes de guerra, sí; pero algunos de esos fueron represores en la ESMA y en la Base Naval de Mar del Plata. Y no asumen ese horror.
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