EL PAíS › A 30 AñOS DE MALVINAS > OPINIóN
› Por Martín Granovsky
El discurso pronunciado ayer por la Presidenta en Ushuaia permite comprobar una tendencia ya en desarrollo. Por un lado, la cuestión de la soberanía sobre las Malvinas es, para el gobierno argentino, el eje de la política exterior. Por otro lado, la importancia que le atribuye Cristina Fernández de Kirchner es tal que las Malvinas ocupan el primer lugar en la articulación institucional del Estado. Al menos de modo explícito, en el último año ningún otro tema de importancia mereció por parte del Ejecutivo el mismo nivel de persistencia, exposición pública de tácticas y estrategias, tejido de alianzas internacionales y explicación de matices a los argentinos. Ni siquiera, por ejemplo, el sistema de transporte público.
Naturalmente, nadie puede decir que Malvinas es el único tema que preocupa al Gobierno. Por citar dos casos, Cristina presentó en sociedad la reforma del Código Civil acompañada por dirigentes de la oposición y de los ministros de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti y Elena Highton de Nolasco. Y sus funcionarios y gobernadores afines vienen desplegando maniobras que podrían significar un cambio en la situación jurídica de YPF.
Sí puede afirmarse que ninguna otra cuestión mereció en el último tiempo un enfoque tan completo por parte del Poder Ejecutivo. Esa visión prioritaria e integral puede ser un signo de dos cosas. Una, que las Malvinas fueron tomadas como el símbolo máximo de otras políticas. Otra, que el diferendo de las islas en sí mismo ocupa el primer lugar en la agenda pública de la Presidenta, quien suele referirse al conflicto como “nacional, regional y global” y al que acostumbra relacionar con el cuidado de los recursos naturales, en particular el petróleo.
La instalación del tema en la agenda internacional consiguió desmontar un fantasma: que la Argentina es una amenaza militar para el Reino Unido. Dos veces, una de ellas a cargo nada menos que del ministro de Defensa del Reino Unido, llegaron declaraciones confirmando desde Londres que la Argentina no compró aviones desde la guerra. Con esos datos es imposible hilvanar un discurso bélico desde Gran Bretaña, imposibilidad que sintoniza con la insistencia de la Presidente en que la Argentina critica la militarización del Atlántico Sur y que no se propone compensarla con una carrera armamentista o una ofensiva bélica sobre las islas.
En términos de examen histórico –uno de los terrenos para el que resultan útiles las fechas redondas– aparece cada vez clara en los documentos la necesidad de Margaret Thatcher de consolidarse como líder nacional en 1982 y llegar a una victoria bélica. Simon Jenkins escribió en el diario The Guardian de Londres una interesante columna con este título: “Sin el capitán Astiz, no habría existido esa cosa llamada thatcherismo”.
Jenkins recuerda que Astiz, con la fachada de unos comerciantes de chatarra, desembarcó en Georgias del Sur nada menos que el 24 de marzo. Su presencia alertó a los británicos y puso en peligro el plan diseñado por la Marina para mayo y junio, que consistiría en quitar de su puesto al gobernador, sin sangre, y negociar. No fue así y las acciones bélicas escalaron, incluyendo por cierto el hundimiento del Belgrano, que proporcionó a la dictadura y al gobierno británico la coartada perfecta para no negociar. Thatcher, que estaba en un nivel muy bajo de popularidad a comienzos de 1981 y a merced del crecimiento de los socialdemócratas, quedó en carrera y en 1982 consiguió una brecha de diez puntos de popularidad, que ya no le serían esquivos hasta el final. Ese nivel de aceptación popular le permitió llevar a la práctica un plan de financierización desindustrializadora, antisindical y privatizador. La dictadura, herida por sus enfrentamientos internos, por el desgaste y por la guerra perdida, no pudo completar la misión que había empezado. Sería continuada por una de sus víctimas, Carlos Menem, que curiosamente cerró su campaña de 1989 prometiendo durante un gran acto en La Matanza que recuperaría las Malvinas incluso con sangre. Afortunadamente no lo hizo, pero sí terminó la reestructuración conservadora de la Argentina.
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