Dom 29.04.2012

EL PAíS  › OPINION

Capital político

La sesión del Senado y el acto, el combo semanal. La oposición acompaña con tironeos internos. La legitimidad de la ley. La lógica económica y política de la movida. Cuestionamientos atendibles. Una mirada sobre la movilización y sobre el palco en Vélez. Y algo sobre la supuesta despolitización.

› Por Mario Wainfeld

La sesión del Senado y el acto de Vélez conforman una semana redonda para el oficialismo. Si se suman a la cosecha obtenida en las elecciones de octubre y a la consiguiente primacía en el Congreso, ubican al Frente para la Victoria (FpV) en un sitial notable. Ninguna fuerza política tiene su capacidad de gobernar generando cambios históricos, ninguna su consenso social, ninguna puede promover (acaso ni soñar, en el corto plazo) una movilización como la del viernes.

El cambio de talante de la oposición con representación parlamentaria y votos (aun con los tironeos de los que algo se dirá) insinúa un viraje respecto de la coyuntura. Se subraya “insinúa”: nada más ni nada menos. Los dirigentes políticos, con la lógica excepción del PRO liderado por el jefe de Gobierno Mauricio Macri, dan señales de haber tomado nota de que la etapa kirchnerista no es un simulacro, ni una sucesión de cortinas de humo, ni un rosario de manotazos a “la caja”. Es un genuino cambio de época, que signará a futuros gobiernos, de cualquier signo. Si algún adversario desplazara al kirchnerismo de las preferencias ciudadanas en 2015 contará con un Estado más poderoso, con disponibilidades de recursos impensables en 2003, con resortes básicos de la economía (Banco Central, Anses, YPF sólo para empezar). Deberá hacerse cargo de la vigencia de paritarias anuales y de la Asignación Universal por Hijo. Y más le valdrá no tratar de desmoronar esa herencia, sino de mejorarla porque sus consecuencias son patrimonio de una sociedad civil activa, celosa en la defensa de sus derechos y muy poco predispuesta a resignar conquistas. Sólo dos tragedias nacionales (de diferente matriz, intencionalidad y porte) consiguieron domesticar la clásica voluntad reivindicativa de los argentinos: la dictadura genocida y el desmadre económico producido por las hiperinflaciones en democracia. Sin el concurso de esos azotes bíblicos es inimaginable una vuelta lineal al pasado. El kirchnerismo corrió la raya, amplió la esfera de lo real disponible... y eso vino para quedarse. Que lo registren otras fuerzas políticas es un triunfo del oficialismo, del sistema político todo y también un desafío para todos sus componentes.

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Soja versus petróleo, ya no más: La política energética del kirchnerismo transitó distintos estadios, en nueve años de variantes notables en la Argentina y en el mundo. En la mirada del cronista fue acertada, en sustancia, en la primera época en la que lo sustancial era reactivar la economía, recuperando niveles de empleo que estaban en el quinto subsuelo. Insumos baratos, entonces, al servicio del crecimiento. Y una apuesta, lateral pero no irrisoria, a la integración energética de la región, con centro en Bolivia y Venezuela, dos vecinos que no estaban en la cartilla de las prioridades internacionales de la Argentina, omisión berreta que se reparó en gran medida. Proveer al mercado interno, la prioridad excluyente.

Años de crecimiento casi ininterrumpido (con la tregua de 2008 y 2009) tornaron disfuncional el esquema. Hubo allí errores de cálculo y de gestión, que complicaron la ecuación energética y el balance comercial. La economía doméstica es demasiado primarizada. Se trata de una tendencia regional y hasta mundial, seguramente atenuable con mejor “sintonía fina”, pero jamás abolible. Se instaló una carrera compleja entre el precio de la soja y el del petróleo, que propendía a un empate indeseable o algo peor. La salida de la ecuación era recuperar el petróleo, lo que es sencillo de decir pero (hasta hace un puñado de días) parecía imposible de realizar. No lo fue porque la presidenta Cristina Fernández de Kirchner resolvió cortar de un tajo el nudo gordiano y renacionalizar. Una jugada arriesgada, congruente con otras varias: canje de la deuda, desendeudamiento con el Fondo Monetario Internacional, recuperación del sistema jubilatorio, reforma de la Carta Orgánica del Banco Central. Ante cada una de esas acciones brotaron presagios de catástrofes, estancamiento, recesión, estanflación, amén del aislamiento internacional. Hasta ahora, ningún pronóstico fue corroborado, mayormente la audacia fue redituable, lo que jamás debe traducirse con aquel apotegma de “estar condenado al éxito”. El éxito no es eterno, sino sujeto a vaivenes con el correr del tiempo. Lo sólido puede mutar a líquido o devenir eventualmente volátil. Todo cambia, todo fluye y más vale que la acción política registre el dato y se (re)adecue en consecuencia.

La foto de hoy no signa el fin de la película que, si se mira en serio, no termina nunca. Hasta ahora los réditos superan a los problemas, con holgura. Puede medirse en “caja”, en reservas, en mantenimiento de las variables de empleo y crecimiento... también en avales ciudadanos expresados a través del voto.

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Sentimientos y sensatez: La movida convulsionó a los principales partidos opositores, complicados a la hora de unificar decisiones. Tan es así que el diputado radical Oscar Aguad se retirará el jueves próximo del recinto, al momento de la votación. El bien apodado “milico” Aguad hará mutis (por derecha, como cuadra) para diferenciarse de la mayoría de sus correligionarios. Lo compele una idea fuerza que es ocupar el espacio en el que está mejor asentado Macri. Los boinas blancas más sensatos eligen un viraje complicado aunque más auspicioso: dejar atrás lo que Leopoldo Moreau definió, con su lengua aguzada, como “antikirchnerismo bobo”. Acomodarse a un escenario que no habilita revisiones salvajes, impulsadas por las grandes corporaciones. Las mediáticas zurran a los dirigentes que condujeron hasta apenas ayer.

La Presidenta, ante un marco masivo y vibrante, agradeció el apoyo opositor. Había motivos: al pronunciarse favorablemente “en general” los senadores debilitaron parte de la retórica de los grandes medios, de Repsol y del gobierno español, que seguramente tomaron debida nota: no hay vuelta atrás ni siquiera en tres años, cuando se renueven las autoridades nacionales.

Las palabras de Cristina podrían alargarse a lo que fueron observaciones opositoras. Varias son atendibles, así fuera en sesgo. Una está prevista en el proyecto de ley: la soberanía energética no tiene su límite en la expropiación. Es imperioso revisar las condiciones de desempeño de los demás concesionarios ya instalados. Todos deberán supeditarse a las nuevas reglas de juego. Dicho sea como nota al pie, con leve ironía: si se rectifica el modus operandi de otros operadores perderá peso el argumento de la “discriminación” con el que machaca la empresa Repsol, preparando su defensa ante tribunales nativos e internacionales.

También es adecuado exigir a las autoridades que siguen al comando de la política energética que mejoren sus desempeños. Hubo fallas en los últimos tiempos, estar al frente en otro escenario es una segunda oportunidad. Ni la vida ni la gestión pública son dadivosas para otorgar esas chances, que no se deben desperdiciar.

La presencia del viceministro Axel Kicillof (embellecido por su discurso en el Congreso tanto como por la trayectoria de quienes lo demonizan) puede llegar a paliar una carencia del Gobierno: la falta de renovación en el gabinete. Como todos los (relativamente) jóvenes de La Cámpora, Kicillof llega sin la mochila del pasado reciente, con “hambre” para entrar a la cancha. La diferencia de su posición respecto de los funcionarios del Ministerio de Infraestructura es real y es factible que suscite una tensión política. Procesarla es un reto para todos los protagonistas, que navegan en el mismo barco con distinto equipaje.

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A trasvasar, a trasvasar: El discurso de la Presidenta ante la muchedumbre eufórica fue menos confrontativo que lo habitual. Más allá de los tópicos sobre logros del Gobierno y sobre su feble punto de partida, lo más destacado fue el reconocimiento a la juventud militante que daba el tono del acto. Cuesta entender a quienes registran despolitización en ese contexto. Los hechos los desmienten: la política suma participantes que, en gran proporción, estaban en sus hogares cuando el conflicto con las patronales agropecuarias, cuatro años ha. En ese trance, chacareros y patrones de estancia “ganaron” las rutas y gentes de clase media primaron en la calle. Cuesta imaginar una remake hoy día.

El kirchnerismo construyó una mayoría usualmente calma a partir de 2003, su potencial movilizador se multiplicó andando estos años.

Las contadas personas invitadas al palco (en el que alguno supo “colarse”) reflejan un nuevo kit de preferencias del “cristinismo”. La muchedumbre confirmó un arco distinto al de otras convocatorias. Las agrupaciones juveniles primaron en la organización y pusieron número. Los movimientos sociales (con la Tupac Amaru y el Evita como puntales) congregaron miles de manifestantes.

La presencia sindical fue más selectiva. Hugo Yasky y Roberto Baradell, de la CTA, tuvieron su espacio en el palco. La figura más conocida de la CGT fue Francisco “Barba” Gutiérrez, que interviene activamente en la paritaria metalúrgica sin dejar de participar en otros tableros. Es intendente de Quilmes y también dirigente de una corriente interna K. Por la CGT convencional, sólo se agregaron un par de dirigentes no tan conocidos, ayer cercanos a Hugo Moyano, hoy más cercanos al Gobierno. Las columnas gremiales no fueron las más pobladas pero tampoco hubo una ausencia absoluta. Hubo banderas y carteles de la CTA, la Bancaria, la Uocra, UPCN, los textiles, la UOM, entre varios. Algunas ausencias de secretarios generales se anotaron en la Casa Rosada. El faltazo del metalúrgico Miguel Caló fue el más renombrado (ver también nota aparte).

Nunca faltan quienes critican la inocuidad o hasta inutilidad de los actos de masas. En general las profieren personas profanas en política. Los actos (si salen bien, que es todo un arte) renuevan lealtades, infunden mística, ratifican identidades, miden aptitudes de los aliados. Y emiten señales hacia afuera: el kirchnerismo no solo llena las urnas, la Presidenta conserva predicamento y legitimidad, sangre joven renueva al peronismo tradicional. Se justificaba la emoción de Cristina Kirchner, que más promovió que soportó acercamientos a los asistentes (que la estrujaron de lo lindo, aunque también cuidando a la líder, que es mujer).

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Para adelante: La expropiación se consagrará por ley, como determina la Carta Magna. La mayoría parlamentaria, pluripartidaria al mango, robustece la decisión histórica, testimoniando una envidiable legitimidad. Las extensas solicitadas de Repsol en medios afines no son contrapeso de consideración.

Con la herramienta normativa en la mano llegará la hora de la gestión, en la que no valdrán excusas. El regreso del Estado es un reto para todos los que bregaron por esa bandera. El acumulado del kirchnerismo en nueve años es notable y hasta asombroso. Pero no es un punto de llegada, sino (parados en el día de hoy) de partida. Los que mejoraron aspiran a más, los que quedaron rezagados (que son millones) aspiran a recuperar posiciones. De eso se trata, de ir por más en el Gobierno, con una sociedad vivaz y demandante que hace suyo el proverbio: donde hay una necesidad, hay un derecho. Muchas necesidades vacantes perviven en la Argentina. YPF puede ser un instrumento para crecer y reparar. El baile, como siempre, recomienza. La melodía, el hit de estas semanas, suena bien.

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