Dom 29.04.2012

EL PAíS • SUBNOTA

A cara de perro

› Por Mario Wainfeld

A su modo, frontal y estentóreo, Hugo Moyano propuso un contrapunto con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En un acto propio, sólo de trabajadores camioneros, ratificó su candidatura a la reelección como secretario general de la CGT. Daba la impresión que competía contra el Gobierno, algo descolocado para un dirigente combativo que suele embestir contra las patronales. Su afán de construir a la Casa Rosada como principal rival acaso lo indujo a palabras que pudieron sonar como derrotistas: llegó a enunciar que si perdía, la puja valía la pena por el adversario que lo confronta. Sin embargo, en su torno, siguen asegurando que cuentan con los congresales necesarios para revalidar en julio.

Sus contendientes hacen otras cuentas: lo dan por vencido. Se hacen ver con creciente asiduidad y se jactan de que sus encuentros siguen sumando “representatividades”. Nada puede darse por definitivo en una lid donde las lealtades son móviles y subordinadas a la clásica máxima: “¿Dónde está la mía?”. Pero es cierto que los desa-fiantes engrosan sus filas, cuanto menos para las fotos. Un común denominador los aúna, apodémoslo “antimoyanismo”. El aglutinante reacciona contra una característica del Negro Moyano: maneja su gremio y la central obrera con poca apertura y mucha centralidad. Su grupo de pertenencia es, desde siempre, la base del MTA: sindicatos de las actividades ligadas al transporte con pocos añadidos, como los judiciales. Al resto los traccionó, en parte por peso específico, en parte por haber contado con el apoyo del Gobierno.

El prefijo “anti” también alude al volumen de Moyano y quienes desean reemplazarlo. Guste o no, el camionero es un líder. Su contra no posee uno de igual o comparable dimensión, construida en años de trayectoria. Por eso, cualquier candidato que banquen los “anti” surgirá necesariamente más condicionado y con menos poder relativo. El que asoma la cabeza, por ahora, es el metalúrgico Antonio Caló. Es una figura de circunstancias, lo que no sella su suerte pero demarca sus límites.

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Un marco así podría propiciar una tercera figura, si las coordenadas fueran diferentes. En el clima actual, toda perspectiva de acuerdo parece una quimera. Moyano consiguió juntar quórum para estipular la fecha del Congreso que elegirá las nuevas autoridades. Sus opositores niegan legalidad a la movida. La querella puede anticipar un Congreso teñido de acusaciones cruzadas. Los padrones de congresales tienen sus bemoles, los compañeros gremialistas dibujan un poco, mejorando su porotaje. En circunstancias menos belicosas, es una táctica que se bancan mutuamente. En el escenario vigente puede llegar a “pudrir todo”.

La comparación con la interna de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), que terminó en escándalo y división, flota en el aire. Hay enormes diferencias entre una elección masiva a padrón abierto y un Congreso, supuestamente más conducible. Pero el riesgo acecha. Desde el moyanismo acusan al Gobierno de promover ese escenario. En Trabajo y la Casa Rosada niegan enfáticamente el cargo. Su argumento parece lógico: la división del movimiento obrero sería un paso atrás para el kirchnerismo que se precia de haber generado años de institucionalidad sindical, con convenciones colectivas periódicas y mejoras para la clase trabajadora.

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La crónica del pasado revela que no hay mucha gimnasia en Congresos divididos. Los memoriosos optimistas evocan el de 1996 en el miniestadio de Ferro. Participaban todos los sectores, incluido el de Moyano. Y se llegó a nominar, tras trabajosas negociaciones y por consenso, a Rodolfo Daer, de bajo perfil y módico predicamento. Claro que en ese trance fue central el activismo de Lorenzo Miguel, que fungió de zurcidor y gran armador. Nadie reemplaza ese sitial hoy día.

Un precedente menos estimulante sucedió en 1989, en el Teatro San Martín. La resistencia a la relección de Saúl Ubaldini desembocó en una terrible batalla campal en plena avenida Corrientes. Luis Barrionuevo puso en acción a barras bravas, fue la primera vez que este cronista vio marginales interviniendo en pujas gremiales, así fuera a trompadas. Enfrente quedaron los pesados de la UOM. La resultante fue una división en dos CGT que dejó de un lado al entrañable Saúl y en la otra CGT a Guerino Andreoni. Ni Andreoni ni Daer (ni Gerardo Martínez, que estuvo en el lapso que medió entre ambos) le hicieron cosquillas al menemismo, vale recordar.

De nuevo en el presente, un Congreso al que se llegue en un universo de impugnaciones y recursos judiciales es un horizonte posible, que no forzoso.

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En el ínterin, quedan frizadas demandas válidas de Moyano, como el aumento del mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias. “Hugo” exorbitó sus críticas al tributo en Parque Roca, exigiendo su playa supresión. Su ansia maximalista le hace poco favor a la reivindicación, que es justa. Y que además, toca un punto sensible en la etapa. Subir algo el mínimo (como piensa hacer el Gobierno con la nueva conducción) ya sería una solución impropia. Buena es la ciudadanía fiscal, impropio extenderla a laburantes que ganan sueldos apenas decorosos. Una reforma fiscal (que debía propagarse al régimen de asignaciones familiares) es una de las deudas de “sintonía fina” del oficialismo.

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La unidad de la principal central obrera es un capital democrático, lo que no releva las críticas a sus rémoras y deficiencias que la fragmentación no reparará.

Un desenlace desprolijo o disruptivo sería un bajón para la gobernabilidad. Tampoco sería beneficiosa una cúpula poco combativa en una etapa de demandas crecientes que, aunque algunos no lo crean, es un avance sistémico. Ni aun el Gobierno se beneficiaría con eso, si se mira más allá del cortísimo plazo. Un relevamiento del Ministerio de Trabajo informa que el número de conflictos gremiales bajó en 2011, tanto medidos en cantidad absoluta como en número de huelguistas. De cualquier forma, fueron 962 y participaron más de un millón de trabajadores. Otro dato relevante es que la tendencia marca un incremento notable de los conflictos acotados a lugares de trabajo o empresas. Son el setenta por ciento del total, lo que explica la mengua del número de participantes. O sea, el cuadro general es de un creciente activismo “por abajo” que genera situaciones de difícil tratamiento, bien reflejadas en la crónica diaria. El crecimiento de representaciones basistas muestra un talón de Aquiles del modelo sindical. Dentro del actual esquema, es bastante lógico suponer que una conducción combativa de la CGT, en dialéctica negociadora con el Gobierno, sirve de contención más que de acicate a la conflictividad. Es otro de los puntos complejos de una puja cuya resolución sin rupturas ni escándalos es un objetivo complicado aunque por demás deseable.

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