EL PAíS › HISTORIA Y CULTURA EN LA RECUPERACIóN DE YPF
Por Juano Villafañe *
La recuperación de YPF se ha transformado en un gran hecho cultural. La soberanía es un acto de identificación colectiva de todo un pueblo que reconoce lo que le pertenece. La potencia política de la recuperación se comprende en las nuevas relaciones que se establecen entre el gobierno, el Estado y la sociedad en su conjunto. Todos nos sentimos parte de un hecho histórico. Se generan estados asociados ejecutivos, deliberativos y distributivos de la política. Nuevas relaciones que ponen todo en discusión. La cultura se siente convocada y movilizada por los hechos.
Hace muchos años que el país no vive una distribución tan grande de bienes culturales, metáforas, imágenes, contenidos. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual le dio visibilidad a esa democratización cultural, nuevos accesos a la comunicación y a la vez estímulos a la producción de ideas en la diversidad y pluralidad.
Toda democratización cultural necesita a la vez de una legislación e institucionalidad que acompañe el proceso de transformación. Es un buen momento para seguir trabajando a nivel nacional en una ley marco como la ley federal de cultura. Podemos acompañar esta nueva etapa creando un gran debate intelectual en todo el país sobre la necesidad de contar con un instrumento que permita pensar en un ministerio de cultura con un presupuesto para aplicar políticas culturales públicas como lo demandan las circunstancias. El carácter federal de una ley que respete los procesos de regionalización cultural y que nos permita a la vez centralizar y descentralizar la gestión institucional hoy pasa a ser un hecho fundamental. Será sin duda un gran desafío que el conjunto de los institutos nacionales del arte y la cultura que hoy funcionan y los que se puedan llagar a crear tengan un ministerio que los cobije. Una ley federal de cultura pone también en discusión el país que queremos para todos los argentinos.
Debemos considerar además que una política cultural que se precie de ser moderna debe evitar todo fundamentalismo institucionalista y debe atender también muy especialmente el impacto de las poéticas en la sociedad, la circulación del pensamiento crítico, la autogestión artística que se genera en la propia sociedad civil. Se trata también de estimular la creatividad para que las metáforas y las ideas sigan circulando con libertad entre los ciudadanos.
Tradicionalmente, hemos atendido siempre los valores de uso que tienen el arte y la cultura. Está bien que siga siendo así. Pero debemos ir también por los valores de cambio que hoy tienen las metáforas y las imágenes. Uno de los negocios más grandes que existen hoy en el mundo está centrado en la venta de palabras. Una empresa como Google genera ganancias extraordinarias vendiendo palabras. Entonces hay que trabajar no sólo desde los estamentos clásicos del arte y la literatura sino que también debemos atender los nuevos fenómenos tecnológicos que compactan, multiplican y distribuyen la cultura como nunca antes. Pensar también en la soberanía digital y el comercio electrónico es pensar en la soberanía de nuestra propia lengua. Debemos tener en cuenta que la cultura aporta significativamente al Producto Bruto Nacional, genera trabajo y bienes con valor agregado.
Es posible crear un nuevo gran gobierno de la cultura a nivel nacional incorporando a todas las tradiciones que se manifiestan hoy en la política argentina, desde el nacionalismo popular, a la izquierda, el progresismo y los sectores independientes. Un gobierno democrático, participativo, federal e inclusivo. Se trata de generar una gran alianza entre el núcleo social de la cultura y el conjunto de la sociedad. Debatir una vez más la soberanía como cultura y la cultura como soberanía. La recuperación de YPF estimula a lo mejor de la intelectualidad argentina para abrir una discusión de cómo debería ser un gobierno de la cultura, un futuro ministerio de la cultura, que se coloque a la altura de las soberanías plenas tanto poéticas como políticas. Es un buen momento para reconfirmar todo lo hecho hasta ahora y para avanzar con nuevas conquistas y transformaciones.
* Director artístico del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
Por Esteban De Gori *
Hacia 1787, el rey Carlos III de Borbón se hizo retratar por Goya con un atuendo de cazador. En ese cuadro podemos observarlo con su carabina y con su semblante poderoso. Es decir, se representaba la imagen de un reino subordinado por un bonachón “hombre de la carabina”. Pero ello no era novedoso en el arte plástico español, también Diego Velázquez había retratado a Felipe IV, al príncipe Baltazar Carlos y al infante Fernando de Austria con sus carabinas.
La intervención en el mundo natural no era una contingencia. Y esto lo planteamos porque se debe incorporar un elemento fundamental a este análisis y es aquella dimensión simbólica que vinculaba a los reyes borbones con la figura del león. El símbolo leonino de esta casa reinante los relacionaba con el “rey de la selva” aquél, como diría Saavedra Fajardo (1640), que no duerme “ya que vela el sueño de sus súbditos”, “un rey dormido en nada se diferencia de los demás hombres”. Por lo tanto, el rey –en su doble dimensión: humana y bestial– se volvía monarca de la política, pero también, simbólicamente, de la selva (y de sus animales y recursos). Para este rey –simbolizado con el león– el mundo se develaba como una gran selva.
La caza real no era una simple actividad de los monarcas, era la forma más exacerbada y brutal de expresar el poder real sobre el mundo político y natural. El monarca articulaba el arte de la cacería –la precisión, el momento oportuno, la superioridad frente a la bestia, la búsqueda de la victoria frente a las contingencias, el goce del triunfo– con la acción política. Este con su “largo brazo” de político-cazador llegaba a los territorios peninsulares y americanos para intentar imponer su autoridad y demostrar que todo estaba bajo su cetro o su carabina. Carlos III, el rey de las reformas borbónicas, fue a la caza de mayores cantidades de metales a Potosí y, luego, fue a la caza de los indios insurgentes –Túpac Amaru y Túpac Katari– que condujeron la llamada Revolución de los Andes (1780).
Aproximadamente 225 años después del retrato de Goya a Carlos III, observamos una foto del actual rey Juan Carlos I con su carabina. El rey volvía a ejercer el reinado sobre las bestias en Africa, dando ejemplos modernos de un neocolonialismo cultural y simbólico apabullante. Ir por la vida de elefantes al Africa era una metáfora que lo decía todo. De esta manera, Juan Carlos I –como buen borbón– venía a reivindicar que la política y la economía eran parte de la lógica de la caza y del safari. No le bastó con ir al Africa a demostrar su reinado en el orbe animal; sino que con su acto venía a reactualizar la memoria de su accionar con el mimado Felipe González, cuando se lanzaron a la caza de hidrocarburos, servicios y telecomunicaciones en América. Ambos aprovecharon la erosión neoliberal de las soberanías nacionales y la desregulación que realizaban sus propias élites, y se introdujeron –enfundados en trajes de lobbistas modernos– en “la jungla del mercado mundial” para pugnar por el control de sectores estratégicos en América latina. Tal vez, lo más llamativo de esto fue que la socialdemocracia española se monarquizó al asumir rápidamente la lógica del safari. Así, la élite hispana se orientó, para gusto de sus empresas, como un político-cazador de bienes y recursos en otros lares. Pongámoslo así: mientras Juan Carlos I iba a poner orden en el ecosistema de elefantes africanos, la clase política española iba a la caza de YPF y de otros negocios. En ese contexto, YPF se convertía en un elefante buscado por todo rey; si era en Africa o Argentina daba lo mismo, ya que la mirada sobre estos territorios era la misma. Constituían las viejas nostalgias de una corona que pretendió, hace muchos siglos, erigirse como monarquía universal.
Ante la expropiación de YPF, Rajoy manifestó el dolor de aquel que perdió a su presa y que ese lejano territorio se le había desquiciado. Es decir, “las bestias se rebelaron ante el cazador”, “ellas fueron más rápidas que la precisión y oportunidad del disparo”. Rajoy ya no puede mostrar con orgullo casi aristocrático el control sobre “bestias” y “territorios”, como sí lo había blandido el mimado Felipe González, que sin portar carabina se había convertido en un simbólico fusilero del rey y de las empresas.
Rajoy, el ahora “cazador dolido”, con el lastre de un monarca asesino de elefantes, tendrá que revisar la lógica del safari que, por tantos siglos, se ha planteado en territorios americanos. Sobre todo, en una España que no deja –tanto ahora, como en la gestión del PSOE– de maltratar a migrantes y a millones de trabajadores.
Con la recuperación de YPF, la elite española se ha enterado de que el “orgullo del safari” tan cultivado por socialdemócratas y populares fue limitado, erosionado e impugnado por un gobierno, que con sus tensiones y complejidades, persigue el bien común, pero que, por sobre todas las cosas, resignifica un republicanismo que no permite viejas lógicas monárquicas, ni argumentos neocoloniales en su territorio.
* Docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) e investigador del Conicet.
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