Vie 04.05.2012

EL PAíS  › OPINION

Soberanía y reparación

› Por Mario Wainfeld

La sesión insumió dos jornadas, el tablero electrónico marcó una mayoría pluripartidaria y representativa por demás: 208 votos contra 32. Un rotundo común denominador para recobrar soberanía. Festejos en las galerías y en la Plaza... todo conformó un marco condigno para una ley histórica que comienza la reparación de un desvarío que se prolongó, con peripecias, durante veinte años. La expropiación de las acciones de Repsol es el extremo visible e inminente de un proceso. La recuperación de la soberanía hidrocarburífera recién empieza, con un paso de gigante. Las demás empresas, nativas o extranjeras, que ya operan, y las que vendrán, deberán irse adecuando a un nuevo paradigma, con el Estado nacional (en consorcio con las provincias) como protagonista central. Así lo expresó, con todas las letras, el jefe del bloque oficialista Agustín Rossi en su vibrante discurso de cierre.

El (justamente) vilipendiado Grupo Petersen Eskenazi no saldrá indemne de la partida. La decisión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner coloca una bisagra en la historia política y económica argentina, con el petróleo y el gas como sustrato, pero no como límite. El eco de la movida del presidente boliviano Evo Morales el 1º de mayo demuestra que la jugada es pionera de otras que la sucederán. No se trata, para nada, de un delirio solitario, ni en el frente interno, ni en el internacional.

El Frente para la Victoria (FpV) acompañó con la disciplina y el peso del número que lo caracterizan. Sólo votaron en contra el PRO de Mauricio Macri y un desmigajado conjunto de peronistas federales carentes de conducción actual o futura disponible. Una derecha irredenta y confesa que, dato no menor, carece de armado nacional. El radicalismo bancó una discusión interna y la rebeldía mediática de Oscar Aguad, que buscó sus minutitos de fama. Los medios dominantes lo trataron como a una vedette en ascenso. Para ellos, cualquier gesto “garpa” si es antikirchnerista.

El Frente Amplio Progresista y Proyecto Sur, consistentes con sus principios clásicos, avalaron la ley en general. La Coalición Cívica expresó su desamparo actual, Elisa Carrió potenció su soledad, que ya era record.

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La lista larga. Casi nadie quiso privarse de exponer. Muchos diputados leyeron, contrariando las costumbres y las reglas. Unos cuantos tuvieron que acortar sus parlamentos e insertar el texto íntegro en las actas. Según el cómputo del presidente del cuerpo, Julián Domínguez, hay 33 bloques en Diputados, un guarismo que deslumbra, no para bien. El sistema electoral es (enhorabuena) generoso con los partidos minoritarios, lo que posibilita que la representación en Diputados sea más policroma que en otras democracias. Por cuestionable añadidura, la praxis del Congreso es transigente con los desgajamientos de los bloques ad infinitum, lo que no es ilegal, pero tal vez no mejora la calidad institucional. Nadie puede creer que haya más de 30 proyectos políticos distinguibles en la Argentina.

Los cierres de los jefes de bloque del FpV y la UCR (el Chivo Rossi y Ricardo Gil Lavedra) no alcanzan a sintetizar una sesión con más de cien voces, pero sí delinearon fronteras. El radical no ahorró denuestos al Gobierno: “Fracaso de la política, falsedad del relato”, corrupción, destrucción del Estado. Pero, en el breve tramo final, privilegió habilitar “un nuevo capítulo” y distinguir al contingente gobierno del Estado, que se fortalece con la medida.

Rossi ensalzó la acción de los dos gobiernos kirchneristas, refirió que “las decisiones no se toman en un termo” sino en un contexto determinado. E hilvanó la ley aprobada con otros logros del oficialismo: remoción de la Corte, desendeudamiento, fin de las AFJP, ley de medios. Y aunque fustigó a los adversarios políticos, realzó que, aun en el escenario adverso de 2009, el FpV consideró que su enemigo eran (y son) los poderes corporativos y no la oposición política. Ni bien terminó, el recinto estalló en una ovación. Esperar el score, a diferencia de tantos otros momentos, fue puro goce.

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¿Qué hiciste tú en los ’90, papá? Los boinas blancas, los socialistas y la izquierda no kirchnerista reivindicaron su oposición a las leyes de la etapa menemista. Los oficialistas y el federal en tránsito Felipe Solá explicaron sus posiciones de antaño, con una narrativa variada. En general dominó un relato que diferenciaba el primer paso dado en 1992 de lo que vino después, que sería la genuina desnacionalización. Como evocó Solá, la memoria boina blanca solapa al gobierno de Fernando de la Rúa, insospechado de cualquier iniciativa soberana, ni qué decir de retomar el control de YPF.

Los compañeros peronistas, entiende el cronista, tampoco las tienen todas consigo en la valorización del ’92. A tres años de su primer gobierno, era claro cuál era el norte (valga la expresión) del menemismo: terminar de desbaratar al Estado benefactor, de desguazar al Estado, de entregar el patrimonio público. Su primer movimiento anticipaba lo que advendría, a quien quisiera verlo sin anteojeras.

Fernando Solanas rememoró esos tiempos, sus luchas, el ataque armado que sufrió y pasó facturas al peronismo tanto como al radicalismo. El Pacto de Olivos, consignó, redondeó el designio privatizador con la Constitución de 1994. Pero Pino no se asiló en el pasado, ni en las diferencias. Estuvo a la altura de la jornada y de su trayectoria remarcable en esta materia. Pidió “grandeza” para entender que “se apoya una iniciativa feliz”. Reclamó “ir por todo”, un slogan no tan distinto en su enunciación al kirchnerista. Defensor convencido y tenaz del patrimonio público, dio la sensación de captar que otros ayudaban a concretar sus banderas. Otros que supieron congregar mayorías que a él le han sido esquivas. Lució conforme, hasta conmovido. Fue más convincente que muchos radicales o ciertos federales que quisieron mechar elogios y críticas sin tanto sustento en su propia trayectoria reciente.

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Desencuentros y reencuentro. Solanas, como el diputado Víctor De Gennaro, entre otros, han pugnado, en minoría y hasta en soledad, por reivindicaciones que el kirchnerismo transformó en realidades, con sus variantes y su estilo. En trances como el actual resurge la impresión de que sus diferencias en los años recientes son desmesuradas, cotejadas con sus coincidencias objetivas. Excede el espacio de esta columna discurrir sobre motivos y responsabilidades del tremendo antagonismo. Sí es prudente señalar que, en una historia larga, todos se equivocan o nos equivocamos o somos incongruentes alguna vez. La izquierda (filo peronista o no), por ejemplo, se fue a la banquina cuando se coaligó a las patronales agropecuarias, incluida la Sociedad Rural.

Otro punto relevante es que los dirigentes políticos que erraron el vizcachazo en los ’90 (no es el caso del menemismo que consiguió lo que se propuso) no fueron marcianos, ni usurpadores. Carlos Menem fue revalidado en el ’91 y en el ’93 tras poner todas sus cartas sobre la mesa y reelecto por goleada en 1995. El Pacto de Olivos fue refrendado por el voto popular para la Constituyente del ’94. Los pueblos, ay, se equivocan en ocasiones, lo que no excusa la falta de visión de los líderes políticos que tienen la misión de ver más allá, de otear el horizonte. Sus tropiezos dan cuenta de los “climas de época”, del estado de conciencia colectiva, de la ideología dominante (hiperindividualista y desencantada a fin del siglo pasado, como también deslizó Rossi) que dejan su impronta en gobernantes y gobernados, en cualquier etapa democrática.

El kirchnerismo fue el mejor intérprete de la crisis de 2001 que puso en entredicho a las políticas del pasado, tanto a las de la transición democrática cuanto a la dictatorial. Registró un cambio ciudadano, que acicateó y condujo, a veces como vanguardia. En ese sino llegaron políticas de reparación y restauración entreveradas con otras novedosas, aunque todas caracterizadas por su rechazo a los errores previos. La recuperación de la soberanía, vía YPF por ahora, enhebra con acciones previas. Y sintoniza con las mayorías populares, que las acompañan y sustentan.

El futuro es siempre abierto y cabe interrogarse si el virtuoso viraje general es apenas el remanido “péndulo” de la historia argentina, los “corsi e ricorsi” de que hablaban los clásicos. Una suerte de moda, entonces, que dejaría paso a otra, de sentido contrario. O si es un salto cualitativo, producto de la experiencia vivida, del doloroso saldo de experimentos nefastos. Puesto de otro modo: si se sostendrán por mucho tiempo los avances en autonomía nacional, resurrección del Estado, generación de empleo, alianzas con los países hermanos. Hay indicios que ayudan a ser razonablemente optimistas. La sintonía entre las medidas del siglo XXI y los intereses mayoritarios, la politización creciente de ciudadanos (en especial jóvenes), la capacidad de actuar del Gobierno, la básica sensatez que parece haber recuperado la oposición, la consistente aprobación popular. Igual, partidos son partidos, todos se dirimen en el rectángulo de juego, que es la arisca realidad. El que recomenzó en estos días, con la mayoría del sistema político pateando para el arco que corresponde, no es la excepción.

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