Sáb 05.05.2012

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Nacionalismos

› Por Luis Bruschtein

Imagen: Télam.

En otras épocas, la gestualidad de las grandes decisiones políticas como la renacionalización de YPF tenía más el acento de caudillos revolucionarios, de masas en las calles, de quema de banderas. En su discurso de ayer, el primero tras la aprobación de la medida en una votación impresionante de la Cámara de Diputados, la cuestión inicial para la Presidenta fue agradecer el rol que tuvo la oposición y, por supuesto, también el de sus partidarios. Es otra época, otra gestualidad: en ese agradecimiento había un reconocimiento a la política como herramienta que permite dar pasos como el que se dio con YPF.

Con la cuestión de Malvinas y ahora con YPF se ha puesto de moda un discurso sobre la repugnancia que les produce el nacionalismo a algunos políticos, intelectuales y opinadores. El que formula ese rechazo trata de pararse desde un lugar cosmopolita que ve al reclamo de soberanía sobre las Malvinas y a la expropiación de la mayoría del paquete accionario de YPF como desmanes producidos por la exaltación de una hinchada futbolera. Para este argentino, cualquier idea de reclamo de un derecho o de recuperación de lo propio por parte de los argentinos está puesta en tela de juicio, como si por ser argentinos esos reclamos serían per se injustos y desmesurados.

Existe una tensión entre la pulsión de aceptar el sometimiento frente a otra en sentido contrario que busca desarrollar la propia identidad y, a partir de allí, contrarrestar esa presión a dejarse someter. Son relaciones de poder que se generan entre los seres humanos. Los jóvenes necesitan la rebeldía para desprenderse de la tutela de sus padres y encontrar sus propios caminos. Son pujas que se establecen también en las relaciones laborales, en las negociaciones comerciales, entre grupos y entre países. Solamente sabiendo quién es uno es posible integrarse a ese mundo de forcejeos y tensiones.

La dominación cultural, que es una forma de alienación, se produce cuando en esas relaciones de poder uno de los antagonistas consigue bloquear o desfigurar esa mirada sobre lo que somos y lo que queremos ser, una mirada que constituye el intento de consolidar una identidad desde la cual sea posible relacionarse sin alienarse. En cambio, el sometido quiere mejorar pareciéndose al que lo somete y, por lo tanto, considera una ofensa cuando se cuestiona esa preeminencia.

Cuando los países tratan de consolidar su identidad expresan esas formas de nacionalismo. Pero es un nacionalismo que va a facilitar su incorporación al resto del mundo. No se trata de un nacionalismo aislacionista, sino todo lo contrario, es un nacionalismo integrador. Si sabemos quiénes somos, sabemos quiénes son nuestros iguales o con quiénes tenemos coincidencias o compartimos historias y necesidades y nos relacionamos más con ellos y desde esa comunión o comunidad podemos también relacionarnos con los demás.

Algunos marxistas contraponían en forma mecánica el nacionalismo con el internacionalismo, cuando en realidad una nación podía ser más internacionalista desde su nacionalismo, como de hecho lo fue Cuba.

La dominación cultural en la Argentina se expresó en dos vertientes o en dos formas de verse a sí mismo. Una de ellas, la más conocida y la más cuestionada, la más obvia forma de aceptar esa alienación por parte de muchos argentinos, fue despreciar lo propio al punto que cualquier cosa que viniera de fuera siempre sería mejor. Pero la otra vertiente muchas veces es confundida con el verdadero nacionalismo y es aquella que toma aspectos secundarios de la identidad para expresar superioridades excelsas y estúpidas y contraponerlas con las reivindicaciones del verdadero interés nacional. Esta concepción fue desarrollada sobre todo entre los militares que eran supuestamente nacionalistas, pero ponían ministros de Economía liberales y corrían a palos a los movimientos sociales. A ellos les gustaba la bandera y la Iglesia, pero no su propia gente. Además de Mosconi, Savio y Perón o Valle y sus camaradas, hubo muy pocos militares verdaderamente nacionalistas, aunque muchos se asumieron como tales. Después de ellos, la ilusión que alimentaron sectores peronistas y de la izquierda nacional, sobre el advenimiento de un “general nacionalista”, nunca dejó de ser nada más que eso: una ilusión que finalmente encarnó en el disparate carapintada.

Estas dos vertientes del pensamiento alienado detestan al verdadero nacionalismo al que ven representado en su contracara. Para los falsos nacionalistas de cruz y bandera, los verdaderos nacionalistas son zurdos antinacionales. Para aquellos para los que cualquier cosa de afuera siempre es mejor que lo propio, los verdaderos nacionalistas son iguales a los falsos de cruz y bandera. Y en realidad estas dos vertientes han terminado por ser funcionales al enajenamiento y la rapiña en la historia de nuestro país. Con sus expresiones antitéticas, el intelectual de pose progre y democrática que hoy se escandaliza por el “festival nacionalista” termina emparentado con los generales de Malvinas (por supuesto que en un sentido más bien general porque esos intelectuales no torturaron a nadie).

El discurso de Cristina Kirchner al promulgar la ley de expropiación podría haber sido triunfalista o populista y sin embargo podría decirse que prefirió reivindicar la política como herramienta más que enfatizar su liderazgo y su decisión. Y al contrario de prometer maravillas advirtió que la nueva YPF no será botín de los políticos de ningún gobierno y menos de los empresarios proveedores como en otras épocas. De esa manera tomó nota de los vicios de la vieja YPF estatal fundida por esas prácticas. “Una empresa fundida, pero con sus proveedores más prósperos que nunca”, recordó la Presidenta en su discurso, donde también se refirió a los sindicatos para diferenciar la acción solidaria de la corporativa.

Lo que adelantó, en cambio, fue una YPF “profesional y moderna, con una dirección política”, y la primera señal en ese sentido fue el anuncio de quién será el titular de la nueva empresa estatal, un profesional joven que proviene de la industria, primero en YPF y después en otras petroleras en todo el planeta.

El escenario político no va a cambiar drásticamente por la votación masiva de los diputados el jueves. La renacionalización de YPF generó esa votación, pero es un tema excepcional. La lógica de oficialismo y oposición se mantendrá, pero con una pequeña diferencia. Entre ayer y hoy, los grandes medios publicaron títulos “positivos” si se quiere, con relación a la medida, pero demolieron a la oposición. “No le pusieron freno al kirchnerismo”, “se dejaron presionar por el chantaje nacionalista del oficialismo” fueron algunas de las expresiones que se usaron. Además, en su columna en La Nación, Joaquín Morales Solá aseguró que la mayoría de los diputados radicales quería votar en contra, pero que fueron comprados con promesas de nombramientos.

El radicalismo sintió así en carne propia lo que el oficialismo viene padeciendo desde antes de la ley de medios y acrecentado después de ella. En su discurso, Cristina Kirchner leyó un artículo de Paul Krugman donde el economista se sorprende por la versión tan deformada que los medios reportan sobre una realidad de la que los países centrales tendrían mucho que estudiar según el Premio Nobel. Más democrática que los que la cuestionan por “populista” desde los grandes medios, la Presidenta expresó su deseo de que esos grandes medios dejen de imponer su agenda a la oposición política. El rol de los grandes medios ejerce una fuerza distorsionante sobre la democracia. La principal distorsión es que desde esos grandes medios se autodesignan como la voz de la democracia y lo que expresan en este momento es la voz de la corporación que conforman. La voz de una corporación no puede ser la voz de la democracia. En esa confusión enredan a políticos, intelectuales y periodistas que en este último caso son más responsables aún. De todos modos, se pueden quedar tranquilos porque el festival nacionalista de cruz, bandera y barra brava no existe más que en su imaginación. Lo que hay es un reclamo de soberanía, respaldado por toda la oposición, sobre una situación colonial británica en Malvinas y la renacionalización de YPF que tuvo el respaldo de más del 80 por ciento del Congreso. No hay cura, bandera ni gresca futbolera, sino la defensa del interés nacional en un contexto democrático, lo que tendría que ser una buena noticia y no motivo de lamento.

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