EL PAíS › OPINION
› Por Víctor Bronstein *
Nuestra civilización, con todo su confort, su bullicio y su proceso globalizador se sustenta en tres formas de energía: alimentos, electricidad y derivados del petróleo. Hoy tenemos varias opciones de alimentos y distintas fuentes energéticas para producir electricidad, pero todavía no tenemos opciones para sustituir al petróleo. El petróleo es único, lo que lo convierte en un recurso estratégico vital para el desarrollo de las naciones y que define la geopolítica mundial.
Hasta el siglo XIX, la sal fue el recurso estratégico que determinaba el curso de los asuntos mundiales y la importancia de los países en el concierto global. Se libraban guerras por la sal y se crearon colonias en lugares remotos donde ésta se encontraba. Esto sucedía porque la sal tenía un virtual monopolio para la preservación de los alimentos, antes de la llegada de la electricidad y los sistemas de refrigeración. La sal era el recurso fundamental para la seguridad energética en aquel entonces. Hoy es el petróleo el que tiene el status de recurso estratégico, ya que si bien participa con el 35 por ciento en la matriz energética mundial, el 95 por ciento del transporte se mueve con combustibles derivados del petróleo. El mundo actual es impensable e inviable sin petróleo.
Las proyecciones del incremento de la demanda mundial de petróleo prevén pasar de los 87 millones de barriles por día actuales a 103 mbpd en 2015 y a 119 mbpd en 2025. Esto requerirá en los próximos años, lograr un gran incremento en la capacidad de producción mundial que permita acompañar el crecimiento de la demanda y, al mismo tiempo, sea capaz de reemplazar la caída de la producción de los yacimientos actuales, los cuales tienen una declinación promedio del cinco por ciento anual a nivel mundial.
Un reciente informe de la Administración de Información Energética de los EE.UU. muestra que para 2030 el crecimiento de la demanda requerirá descubrir, desarrollar y poner en producción 60 mbpd de crudo proveniente de “proyectos no identificados”, es decir que todavía no se sabe de dónde saldrán, pero equivaldrían a la producción actual de seis Arabias Sauditas. En este contexto es donde el concepto de seguridad energética debe convertirse en la guía para las acciones de gobierno, ya que la experiencia mundial muestra que los países industrializados y en proceso de crecimiento tienen dificultades para mantener su autoabastecimiento energético. Sólo Rusia, No-ruega y Canadá tienen este privilegio entre los industrializados, por sus importantes recursos naturales.
China, por ejemplo, hasta 1993 se autoabastecía totalmente de energía, pero ese año comienza a importar petróleo debido al aumento de su consumo interno. Logró aumentar su producción un 30 por ciento, llegando a cuatro millones de bpd, pero su consumo actual es de nueve millones de bpd. En 2006 perdió también el autoabastecimiento de gas, a pesar de haber multiplicado su producción por seis desde 1998. Lo mismo le ocurrió con el carbón. Hasta 2009 era exportador, hoy lo importa. Las tres empresas estatales chinas salieron al mundo a garantizar la seguridad energética.
En nuestra región, si bien Brasil alcanzó hace dos años el autoabastecimiento en petróleo, en 1999 comenzó a importar gas y firmó acuerdos con Bolivia para garantizarse el suministro. Estos ejemplos nos muestran que más allá del esquema institucional, las inversiones y el rol de las empresas petroleras estatales, la geología cuenta y mucho para definir la capacidad de producción de hidrocarburos.
En este marco, Argentina debe definir una política de seguridad energética teniendo en cuenta los recursos de la región sudamericana y, al mismo tiempo, aprovechando nuestras ventajas como productores de alimentos.
* Director del Centro de Estudios de Energía, Política y Sociedad. Profesor UBA y Untreff.
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