Mié 09.05.2012

EL PAíS  › ESTELA DE CARLOTTO DECLARó EN LA PLATA SOBRE EL SECUESTRO DE SU ESPOSO

“Perseveramos en la verdad”

La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo relató su primera búsqueda de un familiar secuestrado: la de su esposo. Y detalló sus dos encuentros con el dictador Reynaldo Bignone. También habló, fuera de la audiencia, de la nieta de Chicha Mariani.

› Por Alejandra Dandan

Como alentada por los ritmos de la memoria que activa claros y oscuros en diálogo con el presente, Estela de Carlotto se sentó frente al Tribunal Oral Federal 1 de La Plata. Iba a hablar, estaba citada para eso, sobre el primero de los secuestros que le marcaron la vida: su esposo Guido Carlotto, que estuvo 25 días secuestrado, una estadía que se eternizó de la mano del secuestro que siguió, el de su hija Laura y del nieto que Estela aún sigue buscando. Sin embargo, hubo más. Al hablar del pasado, habló del presente. Contó un diálogo con uno de los compañeros de militancia de su hija, al que todos le decían Bocha, y ella que “por supuesto no sabía su verdadero nombre” había decidido llamar “Kamikaze” por sus ojos rasgados pero, sobre todo, porque cuando ella, como madre, alguna vez le preguntó por qué no se cuidaban un poco, él, Bocha, le dijo “que lo que estaban haciendo es justicia social y un país distinto”. Y recordó en ese momento que su hija también le había dicho lo mismo: “Mamá nadie quiere morir, tenemos un proyecto de vida, nuestra muerte no va a ser en vano”.

Cuando uno de los abogados se lo preguntó, Estela contó cómo tiempo después supo que Bocha era Daniel Mariani, el hijo de Chicha, la mujer a la que ella misma conoció recorriendo los pasillos de los lugares que las llevaban siempre a las mismas respuestas. “Yo conocí a su hijo por mi hija, sin saber el nombre, después nos conocimos nosotras”, explicó. Luego, fuera de la sala, dijo que estaba convencida de que Clara Anahí, la nieta de Chicha e hija de Daniel Mariani estaba viva, a pesar de los intentos del ex comisario Miguel Etchecolatz de instalar lo contrario. “¿Qué se puede creer de quien no quiere que se sepa la verdad? Si ellos son perseverantes en la maldad, nosotras perseveramos en la verdad”, señaló.

Durante su declaración, apareció la imagen de ella misma, directora de una escuela de La Plata, donde las maestras llegaban desesperadas de la calle después de encontrarse con los fusilamientos.

“Mi esposo Guido fue secuestrado el 1º de agosto de 1977. Ese día le facilitó a Laura, una de mis hijas, un vehículo de su fábrica para hacer una mudanza. La iba a manejar un compañero de militancia de Laura. Se lo iban a devolver a las cinco de la tarde. Después del trabajo recibo una llamada de mi esposo diciéndome que vaya al negocio, estaba preocupado porque no le habían devuelto la camioneta.”

Guido estaba seguro de que algo había pasado. Conversaron. El se fue a la casa en la que hasta ese día vivía Laura. “Me quedé esperando hasta la madrugada, no regresó, me comuniqué con mi hermano menor y en su auto decidimos ir a esa casa. Realmente el escenario era escabroso –dijo Estela–, la casa estaba abierta, toda iluminada, las cosas tiradas, se ve que habían pasado después ladrones comunes y aprovecharon para llevarse los elementos de la casa. Tuve la certeza de que se lo habían llevado y resolví buscar a mi marido de la manera más lógica, que era en las comisarías.”

Y dijo: “Como en esa época la experiencia que tengo no la tenía, en la inocencia pensé que lo iban a liberar. No sabía dónde estaba, hice contactos con todo lo que podía tener acceso”.

A través de alguien de la universidad habló con el “profesor Recalde Pueyrredón”, de la ultraderecha, de los grupos de la CNU, que le pidió 40 millones de pesos para “limpiar la guardia”. Vendió cosas, juntó el dinero y se lo entregó mientras “seguí buscando personas muertas que aparecían en la calle, en el río. Un infierno”.

A esa altura, por una vecina, sabía que a su marido se lo habían llevado de esa casa. Que el operativo había sido a la tarde. Habían secuestrado a la pareja que vivía ahí y asesinado al que chico que conducía la camioneta: Laura estaba a salvo porque a esa altura se había mudado. Estela pidió licencia en la escuela para mostrar una vida normal: “Pasábamos el día en casa pero de noche nos íbamos a la casa de un familiar a dormir y volver al día siguiente como que estábamos haciendo una vida normal”. El 2 de agosto, ella no estaba, pero el Ejército fue a buscarla: “O sea: yo no fui desaparecida porque no me encontraron, ni a mí ni a mis hijos”.

En medio de la búsqueda, a través de una compañera de escuela, se reunió con Reynaldo Bignone en Castelar. El juez Roberto Falcone del Tribunal la interrogó por ese encuentro y por el que siguió meses después, cuando volvió a verlo para preguntarle esa vez por el secuestro de su hija. “Lo conocía a él y me recibió en su casa de Castelar. ‘Pagan justos por pecadores’. ‘Señora no entregue dinero porque hay gente inescrupulosa en estas cosas. Yo le mando a un amigo para que la ayude’. Y me mandó a (el coronel Enrique) Rospide, que también llegó rodeado del Ejército y más que ayudarme fue un interrogatorio, por supuesto no hubo ninguna señal de que haya podido tener éxito su gestión.”

A su esposo, que estuvo secuestrado en Cuatrerismo de La Plata, la Brigada de Robos y Hurtos del comisario Miguel Etchecolatz lo liberó en el conurbano. Estela no sabe por qué Guido se salvó: no sabe si fue por aquel dinero o porque, como a “tantos otros, lo liberaron para seguir contando los horrores y para sembrar más miedo y complicidad”.

Ante la pregunta de Falcone, Estela volvió a Bignone. “Yo conocía la casa de su mamá en Castelar, él estaba tranquilo en ese momento: o sea muy distinta a la persona que encontré meses después cuando desaparece Laura, porque cuando lo voy a ver era ya un desquiciado. Esa vez me recibe en el Comando en Jefe del Ejército. Me recibió con un revólver arriba del escritorio, caminando, muy nervioso.”

–Uno les pide que se entreguen –le dijo Bignone–: hay lugares donde los reeducamos.

–Mire –le dijo Estela–: si para ustedes mi hija hizo algo ilegal, júzguenla y condénenla que nosotros la vamos a esperar.

Bignone se puso peor.

–¡De ninguna manera! –dijo–. Eso no sirve, vengo del Uruguay, con las cárceles de los Tupamaros y ahí ellos se fortalecen en sus convicciones, convencen a los guardiacárceles y nosotros acá no queremos que pase eso. Acá hay que hacerlo.

Aunque no se lo dijo con todas las palabras, Estela entendió: “Matar”, le estaba diciendo. No dijo “hay que matar”, pero Estela que lo había entendido le pidió:

–No la maten. Nosotros podemos acompañarla, si hizo para ustedes algo ilegal deben juzgarla.

Ella, que entonces pensó que habían matado a Laura, le dijo: “Si ya la mataron, si ya asesinaron a mi hija, entréguenme el cuerpo porque no quiero volverme loca como estamos haciendo ahora las madres que estamos buscando a nuestros hijos en las tumba NN de los cementerios”.

Bignone le pidió otro dato, un alias o algo así. Cuando a Estela la llamaron para devolverle el cuerpo de su hija, la única embarazada que dio a luz en cautiverio y cuyo cuerpo sin vida fue devuelto, entendió que detrás estaba Bignone: “Seguramente él habrá dicho cuando la maten entréguensela a la madre porque ella me lo pidió, pero yo le pedí una hija viva”.

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