Dom 27.04.2003

EL PAíS  › OPINION
LAS ELECCIONES MAS PAREJAS DE LA HISTORIA LLEGAN A UN FINAL ABIERTO

Faltaron otras cosas, pero suspenso sobra

El final abierto persiste pero en el Gobierno se tienen fe. Disquisiciones sobre varios consultores calificados, una menos conocida pero muy escuchada y un sodero. El contexto y las comparaciones con el pasado. Balance, deficitario, sobre las campañas. Y final con buenos deseos para la
gente o el pueblo, a su elección.

› Por Mario Wainfeld

Los rostros de los moradores de la Casa Rosada (empezando por el del Presidente) traslucían una distensión inusual por estos días. La lectura oficial de los últimos sondeos promovía, en la vigilia del viernes y de ayer, una relativa e inesperada tranquilidad. “Zafamos –redondeaba un ministro consustanciado con la candidatura de Kirchner–, el Flaco y Menem van al ballottage.” “No me pregunte en qué orden”, concluía, un modo elegante de conceder que ese cálculo optimista incluye una tendencia a que el riojano puntee en la primera vuelta.
Las encuestas conocidas en estos días no autorizan ese optimismo aunque tampoco la paranoia que cundió en Balcarce 50 pocas horas antes. La paridad, sello de fábrica de estos comicios, se prolonga hasta hoy, relatan los consultores. “Tengo triple empate técnico –explicaba anteayer Julio Aurelio a las insistentes, ansiosas llamadas del Gobierno–. Menem me da dos puntitos arriba. Kirchner y López Murphy, empate clavado.” Aunque el consultor favorito del oficialismo creía percibir una cierta desaceleración del bull-dog. Las encuestas caseras que Eduardo Duhalde consulta con fruición (sobre las que algo se contará en el acápite próximo) proponen en cambio que Kirchner va puntero. Y Duhalde le cree a su encuestadora casi personal, Gladys, más que a los profesionales consagrados. “Néstor entra al ballottage y en la segunda vuelta le saca entre 25 y 30 puntos a Menem”, auguraba el Presidente a quien estuviera a tiro en estas horas de espera.
Los consultores
alternativos
* “Llamen a Gladys y díganle que haga una encuesta”, suele pedir el Presidente con frecuencia casi diaria desde cuando era gobernador. Por entonces Gladys trabajaba junto a la diputada María Laura Leguizamón. Gladys tiene una task force de encuestadores que realizan, de parado y al toque, miles de entrevistas personales recorriendo lugares que el Presidente considera productores de muestras representativas. Su favorito, que no el único, es la estación de Constitución. El resultado se procura en cuestión de horas y llega sin escalas a manos del Presidente en una proverbial carpeta de tapas de hule cuyo tránsito suele intermediar Fabián Bujía. Duhalde, encuesta-adicto como (y aún más que) la mayoría de los políticos argentinos porfía que Gladys le da previsiones más certeras que los consultores más afamados, a los que también recurre con énfasis. Los consultores más afamados se toman un poco a la chacota a la pelirroja Gladys con elaborados razonamientos técnicos. Pero no evitan compartir el asesoramiento con ella y muchas veces se ven compelidos a trabajar con sus datos, tal le ocurre a Aurelio, comedido por el Presidente. Pues bien, Gladys discrepa con Aurelio y pondera que Kirchner está primero, con algún margen de duda y en ballottage sin duda. Y el Presidente, en la vigilia, lucía confiado.
* Gustavo Pérez, según reveló Página/12 esta semana, se dedica a las encuestas con menos logística y menos profesionalidad que Gladys. Pero desde hace más tiempo. Pérez es sodero y su métier lo leva cotidianamente a Dock Sud, Villa Domínico, Sarandí y Bernal. Desde 1997 Pérez toma datos en su recorrido. En el último mes llegó a la conclusión de que allí, en zona Sur, a Elisa Carrió le va muy bien. Y le viene pasando sus datos a la chaqueña del ARI.
Los consultores alternativos discrepan algo con los consagrados. Tal vez tengan razón, tal vez no. Y hasta puede suceder que acierten sin haber trabajado con rigor. Lo cierto es que la capacidad y aun la seriedad profesional de los encuestadores de mayor reputación estarán en la mira cuando se escruten las urnas. Mucho se ha hablado en estos días y, da la sensación, bastante se ha “operado” con los sondeos. Cuesta creer que el electorado (cuya fragmentación y relativa disponibilidad no están, empero, en duda) cambie de parecer masivamente en cuestión de horas o de días.Máxime en horas o días en los que no pasa nada especial. Sin embargo, tal lo que han expresado especialistas afamados. No se trata de controvertir sus últimos datos (que, sencillamente, habrá que contrastar con los que surgirán de las urnas) sino el relato que se ha urdido que incluía hace dos meses un resultado casi certero, un número escaso de indecisos. Y que fue derivando a un final abierto lleno de indecisos y de “decisos” que pueden mudar de voto, categorías casi inexpresadas hace treinta días... justo cuando cualquier observador munido de sentido común lo percibía como el tono medio de muchos votantes. Las dudas crecen cuando los consultores hablan de sus colegas y arrojan sospechas que jamás terminan de hacer públicas. “Encuestas de verdad, domiciliarias y por miles hacemos cuatro –despotricó Aurelio ante un funcionario prominente–, los otros me copian, me siguen, para colmo diferenciándose un poco para ver si la pegan y lucirse.” El funcionario, que relata el sucedido, le había preguntado el porqué de ciertas diferencias entre Aurelio y algunos colegas.
Sea como fuere, se llegó a un diagnóstico compartido en los últimos días, el mencionado líneas arriba: el ballottage es inevitable y luce estar reservado a tres candidatos. Carlos Menem, Ricardo López Murphy y Néstor Kirchner alzarían entre los tres algo más del 60 por ciento de los votos válidos y está por verse cómo lo reparten. El escenario que primó hasta hace quince días era Menem-Kirchner, una segunda vuelta que, a fuer de reflejar una interna del PJ, puede resultar insatisfactoria y no representativa para muchos votantes. El que se instaló en los últimos días, Menem-López Murphy es ya no insatisfactorio sino horroroso, apenas una contienda interna de la derecha retrógrada. Kirchner-López Murphy sería el tercer escenario entre los más factibles.
Elisa Carrió y Adolfo Rodríguez Saá completan el quinteto de presidenciables que suman así tres peronistas y dos radicales en tránsito reflejando magistralmente uno de los karmas de la política nativa: el PJ y la UCR representan muy imperfectamente las necesidades de la sociedad argentina. Pero sus candidatos, aun los migrantes, siguen teniendo muchísima más aceptación electoral que los de otros pelajes políticos.
Contexto
Desde 1997 el oficialismo pierde las elecciones. Le tocó al peronismo en las parlamentarias de 1997 y en las presidenciales del ‘99. La Alianza llegó a la Rosada merced a ellas pero –apegándose al relato sería más preciso decir “por consiguiente”– fue arrasada en su gobierno en las legislativas de 2001.
En el ínterin transcurrido desde la última votación dos presidentes (también un peronista y un radical) fueron llevados puestos por, en orden de importancia: a) su incompetencia e inviabilidad, b) sendas puebladas, c) las zancadillas o patadas voladoras de sus contingentes oposiciones políticas.
En ese ínterin también sucedió el “que se vayan todos” que, tras un pico de euforia participativa, derivó en asambleas de gestión de temas locales y en un potente movimiento de recuperación de espacios públicos y empresas vaciadas o quebradas. Pero no en una opción de poder y, mucho menos, en una instancia articulada con fuerzas políticas más tradicionales.
Esa demanda insatisfecha tiene magro reflejo en la oferta electoral de 2003. Sería apresurado dar por muerto al movimiento que la animó y mucho más desacertado inferir que el reclamo era una chiquilinada o una injusticia. Sencillamente lo que ocurre es que el sistema político, cimbrando y todo, conserva potencia inercial y sobrevive haciendo gala de la flexibilidad del gatopardo.
En la actual instancia incluso se puede producir una ruptura paradójica. Este gobierno tal vez interrumpa la racha que data de 1997. Su candidato está en condiciones de llegar al ballottage y ganar la segunda vuelta.Desde luego también puede mancarse de una, como le ocurrió a la Argentina en el infausto Mundial de 2002. Pero si llega, consagrará cierta consistencia de la administración Duhalde cuyas máximas virtudes fueron la capacidad de dosificar su menguado poder y el permanente celo respecto de los humores sociales. Nadie aplaude al oficialismo y a fe que no lo merece pero tampoco hacen cola para pedirle que se vaya.
En el ‘99 los competidores por la presidencia fueron De la Rúa, Duhalde y Domingo Cavallo. Menem participaba de la contienda pero no de la elección. Los tres presidenciables en apariencia más presidenciables prolongan, reformulándolas un poco, esas opciones. Kirchner representa al duhaldismo. Menem ahora es candidato y su presencia en las boletas sincera la división del PJ. López Murphy junta lo que quedó de la Alianza (el sector conservador de la UCR) y del cavallismo.
La división del PJ y la atomización del radicalismo, concordantes en el tiempo con el “que se vayan todos” no son su consecuencia o al menos no son exclusivamente su coincidencia. También aluden a disputas internas, fracasos en el gobierno, proyectos personales y disputas ideológicas.
El futuro de las diásporas de los dos grandes partidos seguramente será distinto. La UCR ha perdido a dos cuadros de relevancia que no volverán más a su redil y le porfiarán votos y lealtades. El PJ, se recogen apuestas, tiene perspectivas ciertas de reunificarse en el poder como lo hizo entre 1989 y 1999. O, cuando menos, de pactar una “pax justicialista” como la que logró Duhalde. Esas perspectivas, claro está, son mucho mayores si ganan Kirchner o el Adolfo. Pero no debería reputárselas fenecidas si Carlos Menem revalida en las urnas su primacía respecto de sus competidores internos.
Campañas
Pobres de solemnidad en propuestas fueron las campañas. En el ‘99 había ocurrido algo similar. La carestía de 2003 resulta especialmente frustrante considerando la profusión de candidatos que podían suscitar interés y el momento en que ocurrió, de cambios en la Argentina y en el mundo.
Casi todas las campañas discurrieron estrictamente en paralelo, esto es sin tocarse, con las continuas protestas sociales locales. La situación de la fábrica Brukman –que detonó en estos días en una represión brutal que el Gobierno no ordenó pero que no supo frenar– dio un acabado ejemplo. Los sucesivos cierres de campaña ocurrieron, en su abrumadora mayoría “en otra galaxia”. Y las pocas fuerzas de izquierda que sí pasaron por Brukman (Izquierda Unida, el Partido Obrero) pueden mostrarse solidarias pero no están en aptitud de conducir el conflicto ni tan siquiera de aglutinar a los trabajadores de distintas geografías en similar situación.
Malas fueron las campañas pero, eso sí, pasmosamente largas, lo que agravó la sensación de ajenidad respecto de la vida cotidiana de los argentinos. Dos, la de Menem y López Murphy, tuvieron buen asesoramiento profesional y una estética callejera sobria y presentable. La de LM mostró también destellos de ingenio. Algunos candidatos caminaron el país con lo puesto y es ponderable cómo, entre los que competían para ganar, cumplió Elisa Carrió su compromiso de no recibir aportes empresarios. Es de señalar que esos gestos también implican pérdida de posibilidades: los tres candidatos que asoman con más chances son, por abrumadora distancia, los que hicieron campañas más fastuosas y costosas en dinero, en “aparatos”, en utilización de recursos oficiales.
Menemcéntricas fueron las campañas de casi todos los candidatos que se obstinaron en imaginarse en segundo turno con el riojano. Y en hablar todo el tiempo de él. Habrá que sopesar en los días por venir el acierto de esa opción. Más relevante es preguntarse por qué conserva Menem el peso que conserva. Un interrogante que debería centrarse aún más en lo que hace asu predicamento en los sectores populares. Y que interpela a todos sus adversarios pero seguramente más a quienes le disputan el favor de los peronistas.
En busca de sentido
Las elecciones presidenciales desde la recuperación democrática produjeron resultados tajantes, discutibles (¿qué no lo es?) pero jamás inocentes de sentido. Las victorias, con el apoyo en una vuelta de la mitad del padrón nacional, con mayoría en casi todos los distritos de Alfonsín, Menem I, Menem II y De la Rúa expresaron mensajes claros. En general fueron desoídos andando el tiempo pero eso es otro cantar.
Si se cumplen los sondeos y los pálpitos hoy pasarán a ballottage dos fórmulas que no llegarán, sumadas, al 50 por ciento. O llegarán justo. Ninguna arrasará en todo el mapa nacional ni tendrá un apoyo parejo en distintas provincias ni en distintos estratos sociales. La lectura de ese resultado obligará a un análisis más ponderado de las edades, geografías, géneros, pertenencias políticas de los votantes. También a espigar cuánto hubo de “voto útil” en algunos apoyos o en algunas carestías. A investigar los desempeños de los “aparatos” peronista y radical. Y sobre todo deberá convocar a la modestia a los contingentes vencedores, de cara a, cuanto menos, el 75 por ciento de argentinos que no confió en ellos.
Son muchos los que se ofenden cuando en estos tiempos se habla de “gente”, “ciudadanos” o algún otro artificio del lenguaje. Rezongan por la desaparición del vocablo “pueblo” que atribuyen a las intencionalidades políticas e ideológicas. Este cronista –que se conmueve con las puebladas y aún con la palabra “pueblo” cuando brota de ciertas gargantas o de ciertas tonadas– interpreta que es complejo recuperar la palabra “pueblo”, salvo como imagen o metáfora, en una sociedad fragmentada. Mucho más cuando la sociedad se expresa en un electorado fragmentado en función de muchas variables pero no de opciones nítidas como las que marcaban nuestra historia en épocas añejas.
La unidad del pueblo no se consigue mentándolo cuando no se lo ve como colectivo sino proponiéndole un proyecto de vida en común. Un proyecto viable que contemple las necesidades materiales y simbólicas de sus habitantes, que le dé a la Argentina un lugar en el mundo y a cada argentino un lugar en su patria, un conchabo con el que sobrevivir dignamente y un mínimo de orgullo acerca de su identidad y su pertenencia. La Argentina es un país pequeño y dependiente. La distribución de su riqueza afrenta a sus tradiciones históricas más nobles, aun las menos radicalizadas. El próximo gobierno encarará la novedad encantadora de tener un enviado del FMI con una legación permanente en Buenos Aires. El 26 de mayo el próximo presidente escuchará su reclamo: 5000 o 6000 palos verdes anuales cash de remesas de pago de deuda, aumento de tarifas de servicios públicos, entrega de la banca pública, reformulación del sistema de obras sociales... Para enfrentar no ya con altanería sino con conducente decoro tales exigencias cualquiera de los que tenga ganas de tener decoro requerirá mucho más que el tramo de padrón que conseguirá hoy. Los candidatos que proponen en su mensaje esa dignidad confían en que la campaña breve de la segunda vuelta será una oportunidad para convocar un frente más amplio. Tendrán que intentarlo pero valga decir que no han hecho mucho en tal sentido durante toda la campaña que terminó el jueves y que también debía orientarse a ese norte.
Las elecciones de hoy, a diez meses y un día de los asesinatos de los pibes Kosteki y Santillán que las aceleró, son capciosas y frisan la ilegalidad. Su diseño (sólo se vota presidente y vice) propaga la fragmentación política existente, multiplicando cacicazgos locales, miniliderazgos conservadores y sectarios. Todo eso dicho, hoy los argentinos (por ahí, quién le dice, el pueblo) de a pie votarán expresandocomo podrán sus deseos, sus anhelos, sus límites. Y lo cierto es que, aun en comicios tan poco satisfactorios, no todos los resultados imaginables son iguales. En un escenario parejo, el voto individual parece tener peso y quizá Esa sea una de las pocas novedades festejables de estas horas. Así que cada uno deberá expresarse y en ese mágico momento cada argentino valdrá igual que cualquier otro. Noble es la igualdad, así lo consagra nuestro himno, que nuestra historia porfía en desoír.
Es peliagudo, hoy por hoy, aseverar que el pueblo no se equivoca, aserto usualmente ligado a la pertenencia al bando ganador. Mejor aserto es que los ciudadanos tienen intransferible derecho a decidir (y quien decide siempre arriesga equivocarse) en lo que a sus intereses concierne. Históricos son los días en que la gente-el pueblo (tache lo que no le guste) vota y aunque esa rutina no alcance es imprescindible en pos de una sociedad mejor.

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