EL PAíS
Democracia directa frente a la fábrica Brukman
Las asambleas barriales realizaron un plenario en la plaza frente a la carpa de las obreras de la fábrica, que contaron sus experiencias de autogestión en detalle en una jornada de educación organizada por la Universidad de las Madres.
› Por Irina Hauser
La textil Brukman y sus alrededores fueron ayer escenario de rondas de debate y actividades convocadas por organizaciones populares que hace tiempo se venían pronunciando en contra de las elecciones. En la plaza de México y avenida Jujuy, un grupo de asambleas barriales hizo, a modo de acción de desobediencia civil, un plenario general que tenía como objetivo “ejercer la democracia directa en lugar de delegar en representantes y de dejarnos obligar a elegir candidatos nefastos que se tenían que haber ido”, según explicó Emilio, del colectivo Intergalactika. Frente a la fábrica, hubo a lo largo de la tarde una “jornada de educación popular” convocada por la Universidad de Madres de Plaza de Mayo, en que las obreras hicieron, para vecinos, piqueteros y algunos partidos de izquierda, conmovedores relatos del proceso de ocupación de la empresa. Fueron pequeñas muestras de la voluntad de seguir construyendo, aunque sin poder disimular el abismo con el fervor del 19 y 20 de diciembre de 2001.
El primer punto de encuentro de los movimientos que conformaron, hace dos meses, el llamado “espacio contraelectoral”, era Plaza de Mayo. Allí se reunieron unas veinte personas a la mañana pero, en poco tiempo, fueron desalojados por la policía. “Nosotros sabemos bien cuál es la ideología de ustedes”, los amenazó un comisario que después de echarlos los siguió casi pisándoles los talones, cuando se dirigían al Obelisco para seguir sus actividades. El grupo terminó en la esquina de Brukman, algo que igual estaba previsto, y allí comenzó a sumarse gente. Además de manifestarse contra los comicios, que conciben como “truchos y tramposos”, la intención era cuestionar “la represión y la agresión del Estado y las empresas”.
En comparación con la cantidad de asambleas existentes en Capital Federal y Gran Buenos Aires –unas 150– eran pocas las personas presentes, unas cincuenta, producto probablemente de la alta fragmentación que actualmente existe entre los propios asambleístas y hacia el interior de otros movimientos sociales. En el plenario reunido reinó la sensación de estar, sí, haciendo un gesto de desobediencia cívica, pero combinada a la vez con cierta desilusión por la baja adhesión y la noticia de que el nivel de presentismo electoral venía mostrándose elevado (contra lo que ellos habían alentado). Algunos caceroleros relataron su experiencia, incluso sus temores, por no haber ido a votar, o anulado o votado en blanco. Pero el debate después se encaminó a revisar las dificultades de convocatoria y de articulación entre asambleas.
“La mayor parte de la gente volvió a comprar que votar es su deber ciudadano. Nosotros tenemos que reconocer que no aún no pudimos demostrar otras alternativas de hacer política”, reflexiona Emilio, flaco y con boina roja. “Además, las represiones y desalojos nos han desgastado mucho y los medios no muestran lo que hacemos, los percibimos hostiles”, añade. Octavio, del Cid Campeador agrega: “No hemos sabido superar nuestras diferencias y trabajar en conjunto, pero además deberíamos hacer un análisis más a fondo sobre qué es lo que le pasa a la gente”.
Las demás asambleas, en su mayoría, no organizaron actividades específicas ayer. Hubo grandes discusiones previas, en cada barrio, sobre qué posición adoptar frente a la votación. Y, si bien existió la intención compartida de rechazar los comicios, con el correr de los días y el ascenso de Carlos Menem y Ricardo López Murphy en las encuestas, muchos asambleístas replantearon su posición y resolvieron votar en positivo.
Quienes se reunieron en la esquina de Brukman, cerca de la carpa de la resistencia, resolvieron organizar una nueva reunión en miras al ballottage, con el compromiso de intentar juntar a todos los demás núcleos de asambleas barriales. Más allá de las dificultades, Pablo Bergel, sociólogo y asambleísta de Colegiales, planteaba: “Lo que ha brindado la experiencia colectiva después del 19 y 20 de diciembre no se pierde”.
Hacia el atardecer, frente a Brukman se armó una enorme ronda alrededor de los obreros textiles. Había movimientos de desocupados, alguna asambleay partidos de izquierda. Era una suerte de clase pública a la que había invitado la Universidad de las Madres y que, entre preguntas del público y respuestas de los trabajadores sobre su experiencia de recuperación de la fábrica, pareció levantar los ánimos.
El relato de Elisa, una de las operarias de Brukman, causó tanto llantos como carcajadas. Contó cómo ella y sus compañeras pasaron de lamentarse juntas en el bar de la esquina porque las trataban mal, a organizarse porque ya casi no les pagaban nada. Se reía de que la primera reacción cuando desaparecieron los Brukman de la firma fue la de sentirse “como hijos abandonados”, de que sus discusiones se basaban en si colgar o no una bandera, y de que en los primeros cortes de calle “le pedíamos permiso a la policía” y “nos daba gracia que nos acompañaran en las marchas”. “A un oficial un día hasta le dimos las gracias. La semana pasada era uno de los que estaban armados listos para reprimirnos”, contó. Brukman, recordó Elisa, fue recuperada el 18 de diciembre de 2001 y la primera venta producto de la autogestión les dio 50 pesos a cada trabajador. “Fue una alegría tremenda que nos impulsó a seguir”, dijo Elisa. “Hemos aprendido -completó Juan Carlos, uno de sus compañeros– a luchar como trabajadores y a convivir con la sociedad”.