Lun 28.04.2003

EL PAíS  › OPINION

No los voy a defraudar

› Por Sandra Russo

Y si en las últimas elecciones francesas los votantes hubiesen tenido que dirimir el ballottage entre Le Pen y otro Le Pen? Una postal así de horrible se insinuó cuando en las encuestas empezó a trepar encabritado López Murphy. No fueron solamente las encuestas, de las que todos hemos aprendido a desconfiar: los argentinos conocemos el paño, y algo verdaderamente monstruoso comenzó a insinuarse. Algo que se palpaba en la calle. Algo que se percibía en taxis, oficinas, casas paternas, bares. Menem por un lado y López Murphy por el otro, aparentemente opuestos pero siameses en su concepción del disciplinamiento social como un punto de partida para sus políticas, ofrecían ese escenario.
Fueron miles los ciudadanos que en los últimos días decidieron cambiar el voto. Ponerle un freno de mano a esa locomotora desquiciada que terminaría en la estación del Orden. Bien: gran parte de esos miles de ciudadanos votaron ayer por Néstor Kirchner con el mismo enamoramiento que puede tener uno por una salida de emergencia en caso de accidente. Gran parte de esos miles de ciudadanos miraron de reojo la boleta antes de meterla en el sobre: era difícil, indigesto, insoportable meter esa boleta en la que también figuraba Daniel Scioli, a quien se pudo escuchar apenas se dieron los primeros datos oficiales haciendo declaraciones en ese dialecto del castellano que usan los dirigentes prefabricados para no decir nada. Fue molesto, incómodo, desangelado meter esa boleta auspiciada por Duhalde, sobre todo porque todavía está por verse, y esto es central, en qué medida está dispuesto Néstor Kirchner a respetar el compromiso implícito que él sabe que selló, estos últimos días, con sectores que repudian a Menem y a López Murphy, pero también repudian los vicios históricos del peronismo para relacionarse con su electorado.
¿Habrán sido esos votos “votos útiles”? ¿Utiles para qué? ¿Para no tener que elegir en mayo entre Le Pen y otro Le Pen? Tal vez. Pero de aquí en más, a las lógicas responsabilidades de un dirigente que llega a la instancia de pelear una presidencia, Néstor Kirchner deberá sumarle otra: con esos sectores independientes que ayer lo votaron y que volverán a votarlo dentro de tres semanas, Kirchner no se sentó a negociar nada, pero es de esperar que ese compromiso ético sea respetado, que a la capacidad de presión del aparato peronista –hoy con Menem, mañana con el que gane– Kirchner sepa oponerle la confianza que en su persona han depositado miles y miles de ciudadanos que han visto en él acaso algo más que un mal menor. Esa gente espera de Néstor Kirchner el hecho módicamente revolucionario de tener un presidente respetable.

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